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Recuperando lo robado por Scardya

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"Anteriormente…

Alibaba y Morgiana pudieron darse cuenta de lo que pasaba antes que el pequeño magi y el rey. El rubio se levantó rápidamente y cogió a Judal como si de un saco de patatas se tratara, llevándoselo a quién sabe dónde, siendo seguido por Aladdin, Morgiana y Sinbad. Segundos después, la maga de agua salió tras ellos.

-Parece que el chico es sensible a las verduras. -bromeó Sharrkan. Él también se había dado cuenta."

No tardaron mucho en llegar a la amplia enfermería, conscientes de las náuseas que los vegetales se habían encargado de provocarle al magi de Kou con su simple aroma.

Alibaba sentó rápidamente al azabache en una de las múltiples camillas de la gran sala mientras este continuaba tapando toda su cara con las manos. Aunque, podían verse sus labios tensos, y su respiración, la cual detuvo al mismo tiempo que se encogió en el comedor un minuto atrás, que estaba sufriendo un poco. Yamuraiha corrió a una estantería repleta de plantas medicinales y ungüentos, en busca de algún remedio rápido.

-¡Demonios, Sinbad! ¿No nos quedan antiespasmódicos digestivos? –dijo la maga, rebuscando con más ímpetu, al rey quien esperaba a los pies de la camilla junto con los otros tres.

-Que si no nos que… ¿Qué? –se confundió, mirándole. ¿Qué había dicho? ¿Qué clase de palabro era ese?

-Algo que calme las náuseas. –aclaró. –No me digas que el tarado de Sharkkan y tú os tomasteis los últimos remedios para la resaca del último Mahrajan … -se giró lentamente con los ojos bien abiertos.

-Pues… -se rascó la nuca, nervioso. –Pu… pudiera ser… -en menos de un segundo ya tenía a Yamuraiha encima, zarandeándole con violencia.

-¡Sois unos malditos borrachos! –culpó.

-¡Pero tú también bebes, no tienes derecho a culparnos! –se defendió en medio de todo el movimiento.

-¡Pero yo sé controlarme con la bebida! ¡Tenéis ambos un problema gordo con el alcohol! –le soltó de golpe, haciendo que casi cayera hacia atrás.

Morgiana pareció abofetear a Judal en la cara tras sacarle las manos esta.

Los demás se quedaron paralizados, incluidos los adultos, que habían detenido su pelea a causa del sonoro choque.

Oh dios, había golpeado al magi con la mano en toda la boca… Un poco más fuerte y lo hubiera tumbado por el impacto.

Después de haber recibido tan sorpresivo "golpe", Judal no tardó en llevar las manos a su boca. Se había mordido el labio debido a la fuerza que la pelirroja había usado. No lo suficiente como para que sangrara, pero sí le había dolido.

-No tragues. –habló finalmente la fanalis.

-¿Qué le has hecho, Mor-san? –habló Aladdin un poco asustado, sin entender.

-Le he dado un dulce.

-¿Huh? –se extrañó el rubio. – ¿Y para eso le golpeas? –sonrió nervioso.

-No le he golpeado. Estaba segura de que no iba a abrir la boca, así que le aparté las manos y se lo metí a la fuerza. Era la única forma. –habló con su tono tranquilo.

Sinbad no pudo evitar malpensar aquello. Una leve risa contenida se escapó por sus fosas nasales a la vez que sus mejillas se cubrían de un, muy débil, sonrojo.

-¿Y para qué el dulce? –trató de decir la maga entre suspiros de risa, quien también le encontró el doble sentido a lo dicho por Morgiana.

-Hace bastante tiempo yo también tenía el mismo problema con las verduras. Tomar estos dulces siempre me aliviaba cuando me hacían sentir mal. –enseñó una bolsa pequeña con varias bolitas dulces dentro. –Pero ya no los necesito mucho, me he acostumbrado a comerlas, aunque siguen sin gustarme.

Alibaba sacó una bolita, curioso.

-Pero es duro. –volvió a dejarla en su lugar.

-Es para chupar. –estruendo. Los dos adultos estallaron en carcajadas. Los otros tres no pudieron evitar mirarles como si estuvieran locos. -¿Qué es tan gracioso? –preguntó un poco seria, y a la vez confusa.

-No es nada, tranquila. –aseguró Yamuraiha, empezando a calmarse. –El dulce parece ser efectivo. –dijo, viendo que el rostro del magi oscuro se relajaba.

-¡ME MUERO! –el pobre Sinbad aún no había podido dejar de carcajearse, estaba al borde de asfixiarse por falta de oxígeno. Las piernas empezaban a fallarle, tuvo que apoyarse con el codo en la camilla de al lado mientras apretaba su abdomen adolorido con la mano contraria. Tanto nivel había alcanzado aquella risa que empezaron a escapársele unas pequeñas lágrimas de esfuerzo. No tardó en sentir un fuerte golpe en la cabeza, cortesía del báculo de la maga de agua, frenando su desatada locura.

-¡Deja de reírte, ni que estuvieras poseído! – Yamuraiha recibió un gesto de disculpa que el rey hizo con la mano, empezando a relajarse e incorporarse, y a regular su respiración agitada.

Los jóvenes muchachos le miraban con una expresión entre incomodidad, vergüenza ajena y un toque de pánico. Incluyendo al magi oscuro, por primera vez. Sinbad observaba aquellas facciones en cada uno. No creía que se hubiera visto tan demente. ¿O sí?

Entonces reparó en Judal, hasta ese momento no se había percatado debido a la risa. El golpe que Morgiana le había propinado en la boca le había dejado los labios de un tono más rojizo y llamativo. Su mirada no pudo desviarse de ellos. Tan similares, en ese momento, a los suaves pétalos de una rosa roja. Parecían tan delicados, tan acolchados. Unos labios capaces de competir con los de una mujer, y no cualquiera, sino con los de la mujer más hermosa existente en el mundo. No. Estaba seguro de que superaba con creces incluso los de ella. No le faltaron deseos de acercarse y acariciar con la yema de sus dedos aquellos cálidos labios, de deleitarse con la suavidad de estos, de probar su sabor, seguramente, dulce, de presionarlos contra los suyos… Un momento… Se detuvo al darse cuenta del rumbo descontrolado que sus pensamientos estaban tomando. -¡No! ¡Eso no! ¡Sinbad, frénate! ¡Es Judal, no una mujer! Argh… Debe de ser efecto del vino de la comida, sí, eso debe de ser. O tal vez me esté volviendo demente de verdad.

-Será mejor que le haga una última revisión, parece que Judal está volviendo en sí, y no creo que cuando lo haga del todo nos deje acercarnos. ¿Tú que piensas, Sinbad?

-¿Eh? –el rey miró a la maga, completamente perdido en sus pensamientos.

-Decía, -recalcó con hastío. –que es mejor que le revise lo máximo que pueda antes de que vuelva a querer matarnos a todos.

Vaya. Aquello último hizo volver a Sinbad a la cruel y dura realidad.

-Pero, -habló Aladdin, siendo escuchado por la maga, quien, a la vez, iluminaba con un pequeño rayo de luz que surgía del báculo uno de los ojos del magi oscuro para observarlo de cerca. Este se desvió, un poco molesto. – ¿aún es posible que ese guardián violento siga dentro de Judal? –preguntó, refiriéndose a la personalidad guardiana de este.

-Recuerda, Aladdin, que "ese guardián"-recalcó con los dedos. -es también el propio rukh de Judal, sigue siendo parte de él, al fin y al cabo. El hecho de que se haya desprendido con la misión de protegerse es lo que le hace más agresivo de lo que debería ser.

-Está trastornado. –dijo la fanalis, a lo que Yamuraiha suspiró pesadamente. Pudo ser consciente de la gran seriedad que Sinbad estaba exponiendo.

-Sí, Morgiana, es un trastorno. –siguió inspeccionando con magia el cuerpo del oráculo. –Su rukh actúa normal, y su magoi sigue intacto. –se giró hacia Aladdin. -¿Puedes taparte los oídos un momento?

-Ah, sí. –en pequeño magi se cubrió las orejas con sus manos, sin saber la razón. El bastón de la maga comenzó a ondular el aire alrededor de este a causa de las ondas de sonido que nacían de él, provocando que Judal comenzara a tensarse.

-¿Qué es eso? –señaló Alibaba el extraño aire móvil.

-Es un método mágico para revisar el estado de los cinco sentidos de un mago. Emite un sonido que sólo los magos pueden escuchar, aunque es bastante incómodo de oír. Por eso le dije a Aladdin que se tapara los oídos.

-¿No te molesta? –preguntó la pelirroja, curiosa.

-El mago que lo realiza no lo escucha. –continuó, y miró a Sinbad sin dejar de emitir esa magia y aprovechó la "sordera" del magi oscuro para abarcar el tema de un modo más serio. –Aunque ahora no lo parezca, en unos pocos minutos volverá a ser peligroso aun sin su varita. Evitaríamos un desastre si le disminuimos la corriente de rukh. ¿Qué piensas, Sinbad? ¿Deberíamos sellar parte de su poder hasta conseguir nuestro objetivo principal?

-No lo creo necesario. –respondió. –Por muy impulsivo que llegue a ser estoy seguro de que no se arriesgará a atacar sin su varita. Pero tampoco sé si me estoy equivocando. -habló sincero. Suspiró ronco. –No quería tener que llegar a esto, y tampoco esperaba que tuviera que hacerlo, -pausó, melancólico. –pero habrá que encerrarle.

-Alibaba, Morgiana. –llamó la maga. – ¿Tenéis la copia de la llave de su cuarto? –ambos asintieron en respuesta. Yamuraiha dejó de hacer el hechizo, finalizando la revisión. –Bien, no hay nada fuera de lo normal. Llevadlo a la habitación. Una vez que entre deberéis cerrar la puerta con llave. –le hizo una señal a Aladdin para que liberara sus orejas.

Una vez ambos muchachos se llevaron al magi oscuro, la maga de agua se dirigió hacia los restantes.

-¿Ocurre algo? –preguntó el chiquillo, curioso y algo preocupado.

-Creo que Sinbad ya se ha dado cuenta, pero lo explicaré. –pausó. –Ninguno de nosotros esperaba que Judal estuviera en tal estado al despertarse. Eso nos ha desbaratado por completo el plan que teníamos de obtener información a través de preguntas indirectas y amistosas, ya que ni siquiera hablaba. Y no podremos ejecutarlo si Judal se entera del tiempo que lleva aquí, cosa que va a saber irremediablemente por sí sólo. Quién sabe lo que nos podría contestar o hacer.

-No queda más remedio. –habló Sinbad, serio. –Habrá que preguntarle directamente.

-Pero, -contestó esta vez el más pequeño con miedo. –preguntarle así de directo sería peligroso.

-Es por eso que seré yo quien lo haga. Al fin y al cabo, es mi responsabilidad. –finalizó, preocupando al par de magos.

-Sinbad…

-¿Está seguro de hacerlo, tío Sinbad? –tembló. A lo que el rey sonrió.

-No es como si no pudiera manejar la situación. Recuerda quién es el más fuerte de aquí. –aprovechó para lanzarse flores. Al parecer, no solo Judal tenía el ego subido.

-Cierto. -Aladdin sonrió a la vez que Yamuraiha se sobaba la frente con hastío.

-No ha tomado bocado de la comida, así que aprovecharé para hablar con él llevándole el segundo plato que tenía asignado, ese no lleva verdura.

-Está bien. Yo iré a informar sobre esto. –los tres salieron de la enfermería al mismo tiempo.

Tomaron caminos distintos, Aladdin a buscar a Alibaba y Morgiana, Yamuraiha hacia el comedor, y Sinbad en dirección hacia la cocina.

No le gustaba nada la situación. Tener a Judal dentro del Palacio no se le había hecho desagradable, todo lo contrario. Incluso podía asegurar que había estado disfrutando con su presencia, pero claro, mientras no había tenido su típico mal carácter. Ahora que esa característica del oráculo estaba volviendo un poco no sabía cómo iba a afrontarlo, pues siempre que se comportaba en exceso de esta forma, a Sinbad se le acababa la paciencia y terminaba por repudiar levemente al joven. No le gustaba tener que sentir esa clase de sentimientos negativos, ni siquiera por un enemigo. Y mucho menos de un enemigo que había terminado roto mentalmente por culpa de sus propios "aliados". Tenía que admitirlo, la situación del magi era de las peores que había podido escuchar, y no podía evitar seguir sintiendo compasión por él, por lo que le había dolido bastante tener que tomar la decisión de prohibirle el contacto con el exterior de ese cuarto. Debía ser así, lo primero de todo era la protección de los que allí residían, era su deber como Rey velar por su seguridad.

No pudo evitar recordar el estado en el que quedaron sus labios tras el manotazo de la pelirroja y en lo que había estado pensando a causa de cómo se veían. ¿De verdad había sido capaz de considerar hacer tales actos? Ahora que lo pensaba, no creía que fuera algo desagradable realmente. Volvió a golpearse mentalmente. –Deja de pensar cosas estúpidas.

Una vez llegó a la cocina, cogió un plato de carne cubierta de salsa acompañada de patatas asadas y lo colocó en una bandeja junto a un vaso de agua y un trozo de pan.

A mitad de camino en el pasillo se encontró con el rubio y la fanalis.

-Hey. –sonrió, los otros dos imitaron el gesto. –No habéis tenido problemas con Judal, ¿no?

-No, pero creo que se quedó un poco confuso cuando vio que cerrábamos la puerta desde fuera. –aclaró Alibaba un poco preocupado.

-No pasa nada, es normal. –pausó. -¿No le visteis algún cambio más?

-No, seguía igual que cuando salimos de la enfermería. –respondió Morgiana esta vez.

-Bien. –suspiró. –Ya dejo de interrogaros. –rio gracioso. –Iré a llevarle esto, debe de estar hambriento. –pasó por un lado de ellos de forma amistosa mientras los chicos seguían su camino, despidiéndose.

Se detuvo a pensar en cómo se encontraría al oráculo de Kou cuando llegara. Por alguna extraña razón empezó a ponerse nervioso y sus músculos se tensaron. Apretó los labios, tratando de calmar aquel sinsentido mientras continuaba caminando.

Al llegar a la puerta, sacó la copia de la llave que tenía y la giró, no sin antes haber dejado la bandeja en el suelo para evitar que se le cayera.

Abrió la puerta con calma. Su rostro se tornó en una expresión completamente desencajada, con los ojos bien abiertos mientras seguía sin moverse de su posición.

Judal estaba con una rodilla apoyada en la jamba de la ventana mientras que la pierna contraria estaba estirada aún dentro de la estadía, preparada para generar impulso.

El magi oscuro estaba a punto de saltar y salir de allí, pero la interrupción de Sinbad hizo que se quedara quieto como una roca, mirándole con sorpresa por encima del hombro con sus típicos ojos carmesí de siempre.

Los segundos pasaban y ningunos de los dos parecía respirar siquiera. Hasta que Sinbad desvió la mirada al pie que el azabache aún estaba apoyado en el suelo. Algo pareció tensarse en el tobillo. Al darse cuenta de eso, corrió lo más rápido que pudo hacia la ventana al mismo tiempo que el magi oscuro dejó de tocar el piso, impulsándose ahora con la rodilla que tenía fuera para terminar su salto hacia el exterior.

No lo consiguió.

Estando en pleno aire, Sinbad alcanzó a coger a duras penas la trenza de Judal, provocando que el joven magi entrara de un tirón en la habitación y haciendo que cayera de espaldas, golpeándose estruendosamente. Aunque no había sido el golpe lo que más le había dolido. En momentos como ese maldecía tener un cabello tan largo.

-¡Imbécil! –le gritó, agarrándose la cabeza en un intento por calmar el dolor de su cuero cabelludo.

-¡Lo siento! –soltó de golpe la trenza, nervioso. En ningún momento quiso usar tanta fuerza, pero estaba desesperado y perdió el control.

-¡¿Que lo sientes?! ¡Y un cojón! –le miró con molestia con el ojo que tenía medianamente abierto. El otro seguía cerrado debido a la quemazón en su cabeza.

-¡Estabas huyendo! –se defendió.

-¡No estaba huyendo! –dejó su cabeza libre, un poco menos adolorido.

-¡Por supuesto que sí! ¡Te he cazado en plena faena! –la tensión aumentaba.

-¡Y la hubiera terminado de no ser por un rey estúpido muy entrometido! –definitivamente, el Judal que conocía estaba de vuelta.

-¡Reconoces que huías! –le señaló con el dedo, casi sintiéndose victorioso.

-Tsk… -el magi desvió la mirada.

Sinbad suspiró con pesar, ya más calmado. Miró con seriedad y pena al oráculo de Kou, quien ya no le dirigía la palabra.

Dio un paso hacia la puerta, teniendo como objetivo la bandeja de comida, un solo paso que Judal aprovechó para ponerle uno de sus pies delante. Una zancadilla. En pocos milisegundos el rey acabó en plancha sobre el suelo. Pero eso no le impidió reaccionar de manera rápida, sentándose y girándose en el piso a una velocidad impresionante. Judal se había levantado y estaba a punto de volver a repetir su escapada cuando Sinbad le agarró por el tobillo, provocando que la caída en plancha se la llevara él esta vez.

-¡Estate quieto de una vez! –tiró del tobillo, arrastrando a Judal hacia sí, buscando alejarle de la ventana. Escuchó el chirrido que los dedos del magi creaban al hacer fricción contra el suelo, intentando aferrarse a él. Al verse atrapado, este pateó con el talón del otro pie el mentón del monarca, cosa que hizo que le soltara para llevarse las manos a la boca con unas pequeñas lágrimas al borde de sus ojos dorados. -¡Mi dengua! –se había mordido. Pero no podía perder la concentración que tenía puesta sobre Judal, si no, terminaría escapándose. Por lo que no tardó en movilizarse, poniéndose casi delante de la ventana, aún sin levantarse.

El magi, quien ya estaba de nuevo en pie entre esa ventana y la cama, se sorprendió de sobremanera cuando Sinbad se lanzó de lleno contra sus piernas, haciendo que perdiera el equilibrio y se cayera al duro piso, otra vez, pero ahora de culo, habiendo sido recibida su espalda por el borde del colchón.

-¡Esto es secuestro! –se quejó al ver como el de cabello lila inmovilizaba sus pies descalzos, habiendo apoyado las rodillas sobre estos.

-¡Me da igual! –silencio.

-¿Qué?... –la cara de Judal no podía mostrar más incredulidad. Y como alma que lleva el diablo, empezó a reír descontroladamente bajo la confusa mirada de Sinbad, quien había empezado a enrojecerse por vergüenza, no solo iniciada por la risa del otro, sino porque también se había descubierto a sí mismo ensimismado observando las tupidas pestañas de este mientras mantenía sus ojos cerrados por el esfuerzo. -¿Me lo estás diciendo en serio? ¿Acaso no sabes que el secuestro es un delito? –siguió riéndose.

-Soy el Rey, puedo hacer lo que quiera. –trató de defenderse a duras penas y sin pensar a la vez que intentaba bajar la temperatura de su rostro. Pero aquello había provocado que la risa del magi se detuviera.

-Qué arrogante. –el hombre respondió con una mirada de reproche. – ¿No que querías matarme? –preguntó sin comprender, pues ambos habían acordado hace un tiempo enfrentarse a muerte. Sinbad se sorprendió un poco.

-Eres tú el que quiere verme muerto. No tengo ningún interés en matarte, pero eres tan testarudo que ni negarme a eso me dejas.

Sin esperárselo, Sinbad recibió un manotazo en el lateral de su cabeza, lo que le hizo moverse de su posición, liberando los pies de Judal. Este no perdió el tiempo y volvió a levantarse, asegurándose de no volver a ser cazado. El rey no era tan fácil de vencer, mucho menos cuerpo a cuerpo, y el chico lo sabía.

Apenas unos cuantos minutos atrás, Judal se había podido dar cuenta de dónde estaba. Tenía enormes lagunas en la memoria y no sabía exactamente cómo es que aún seguía vivo después de haber recibido un ataque así por parte de la organización. Aunque ya poco le importaba. En ese momento lo único que tenía en mente era salir de allí. Y como un milagro, divisó aquella puerta abierta que Sinbad había dejado. Corrió lo más que pudo hacia ella, y casi salió. Casi.

Chocó de golpe contra lo que le pareció una especie de pared enorme. El impulso que había llevado al correr hizo que el frenazo contra aquella cosa le tirara de espaldas, de nuevo.

Masrur.

El fornido fanalis taponaba por completo su única salida disponible. -¡Mierda! –se levantó veloz con la idea de intentarlo otra vez por la ventana, pero nada más voltearse, se estrelló contra Sinbad, quien ya estaba en pie de forma imponente, justo como le había pasado con Masrur, pero esta vez, sin caerse. -¡Joder, no!

-¡Sellad la ventana! –ordenó el rey a Aladdin y Yamuraiha, que estaban detrás del gran pelirrojo, muy curiosos. Desde ahí pudieron escucharle y combinar su magia para formar una barrera de vapor ardiente en la ventana.

El magi oscuro no pudo hacer más que mirar desesperado ese diminuto muro de vapor, que no sólo bloqueaba su última salida, sino que tampoco dejaba ver nada del exterior. ¿Cómo es que estos tres estaban aquí? Ah, ya… armamos demasiado alboroto y lo escucharon… Estúpidos perros.

Sinbad miró serio al fanalis y le hizo un gesto con la mano.

-Yo me encargo. –en respuesta, el gran hombre asintió y cerró la puerta con llave, para evitar que el magi la abriera, bajo la preocupada mirada de Aladdin, que intentó ver lo que había pasado dentro sin resultado.

Sinbad no vio a Judal en la habitación, lo que le extrañó en exceso. No podía haber salido. La ventana estaba sellada con vapor ardiendo y la puerta había sido bloqueada y cerrada por Masrur. Fue entonces que se decidió a mirar hacia arriba. Por su mejilla comenzó a deslizarse una gota fría de sudor mientras que una sonrisa nerviosa surcaba sus labios, con un leve tic en estos y en su ceja.

-¿Qu… qué haces?... –dudó si debía preguntar. Judal estaba en una de las equinas superiores del cuarto, agarrándose con manos y pies a ambas paredes como si le fuera la vida en ello, aunque realmente levitaba.

-¡¿Dónde está mi varita?! –gritó.

-La tengo guardada a buen recaudo. -dijo cruzándose de brazos. –Primero; quiero que te calmes. Segundo; baja del techo. Y tercero; tenemos que hablar.

El magi descendió despacio sin mucha confianza con la sombra del flequillo ocultando parte de su rostro, y miró al monarca con la más pura frialdad.

-¿Por qué no estoy muerto?

Esa pregunta tensó por completo los músculos de Sinbad. Había sonado como si Judal hubiera buscado desde el principio su propio fin. Dio un suspiro lastimero.

-No podía dejar que murieras.

-¿Por qué? Si tú me odias. –mantuvo su tono escalofriante. Sinbad abrió un poco los ojos, no esperaba que preguntara el por qué. Pasó unos cuantos segundos pensando la respuesta.

-Me equivoqué. Tenías razón, debí haber aceptado tu oferta la última vez. Y no te odio, Judal. Sólo me sacas de quicio. –confesó, esperando una respuesta. Pero no la recibió, al menos, no de inmediato.

Los ojos rojos del oráculo se encontraban más abiertos, y en parte, confusos. No lo creía posible. ¿Sinbad acababa de reconocer que se había equivocado al rechazarle?

-¿Qué? –Judal no atinó a decir nada más.

-Lo que has oído. –le miró con un deje de culpa.

-Oh. –levantó una ceja, sin darle mucha importancia ahora. Soltó una risa, casi burlesca para sorpresa del rey. -¿Y por eso te molestaste en mantenerme vivo? ¿No crees que ya es muy tarde para aceptar mi propuesta?

-¿A… a qué te refieres? –sin esperárselo, Judal se tornó serio de nuevo. Aquello no tenía buena pinta y se estaba empezando a dar cuenta.

-¿Cuánto tiempo llevo aquí?

-Una semana y cinco días. –respondió desconfiado. De nuevo, se inundó la habitación de silencio, lo que ponía más nervioso a Sinbad. No entendía nada, y Judal no le estaba ayudando, precisamente. El magi se sentó de golpe en la cama, como si acabaran de haberle propinado un fuerte golpe a nivel emocional, poniendo sus manos sobre su frente mientras agachaba la cabeza. -¿Judal…?

-Cállate. –ordenó. –No te atrevas a soltar ni una sola palabra más. –Sinbad no respondió, completamente desencajado, observando como el oráculo del Imperio pasaba sus manos a su cabello y comenzaba a apretarlo. Su preocupación fue en aumento cuando vio una sonrisa extraña en el rostro de este. -¿Y bien? ¿Qué piensa hacer conmigo, Su Tonteza?

El rey suspiró pesadamente. Por ese momento sabía que Judal no iba a seguir dándole respuestas, o al menos, no las que necesitaba. No logró reconocer por qué, pero a pesar de que el típico Judal odioso y arrogante que conocía había vuelto, no podía dejar de sentirse igual que cuando este estuvo vacío y expuesto. Trató de ignorar ese horrible sentir cargado de tristeza, por lo que se dio la vuelta y tomó en sus manos la bandeja de comida que, anteriormente, trajo consigo. Bajo la atenta mirada carmesí, la dejó sobre la cama, al lado del magi.

-¿Y eso desde cuándo lleva ahí? –preguntó con su típico tono desagradable.

-Masrur aprovechó tu despiste para dejarla aquí dentro. En un principio, vine para ofrecértela y la deje fuera para abrir. –Judal le miró, entre confuso y molesto.

-¿Por qué lo haces?

-¿Cómo? –le miró sin entender.

-Ofrecerme comida. –alzó los brazos, señalando el cuarto. -Y la habitación. Se supone que soy tu prisionero, ¿no deberías encerrarme en una sucia y mugrienta celda? –aclaró convencido de lo que decía.

-En ningún momento dije que fueras mi prisionero.

-¡Pero me secuestraste! –su nivel de molestia aumentó. Sinbad se dio un golpe en la frente con la palma de la mano.

-Eres un cabezón.

-¡No! ¡Tú eres un cabezón! –respondió con un enojo bastante infantil. –Pues si no soy un prisionero, te exijo que te largues de "mí" habitación, ya que no creo que me dejes irme a Kou. –se cruzó de brazos y piernas sobre la cama.

-Si eso es lo que quieres… -se sobó la parte trasera de la cabeza y caminó hasta la puerta, la cual abrió con la copia de la llave que poseía bajo la vigilancia de Judal. Salió del cuarto sujetando el pomo, sin cerrarla aún. Clavó sus ojos dorados en el carmesí brillante y sonrió. –Te veo luego, Judal. –y cerró antes de que una pequeña figura de porcelana se estrellara contra el marco de la puerta, haciéndose añicos.

-¡No me sonrías como si fuera estúpido! –gritó, sabiendo que le había escuchado perfectamente desde fuera. –Idiota.

El oráculo reparó entonces en la comida. Era la mejor comida que había visto en su vida. No era muy diferente de lo que le preparaban en el Imperio, pero había un algo que las diferenciaba. No logró reconocer el qué. Aspiró el delicioso aroma que desprendía. Su estómago le exigía alimento, y eso le molestaba, pues su enorme orgullo y desconfianza no le permitían fiarse ni siquiera de un plato así. Menos si era ofrecido por el Rey de los Siete Mares. Judal apartó la bandeja, dejándola en el suelo y se tumbó en la cama, mirando hacia la ventana bloqueada por el vapor. –Tsk… -cambió de posición, quedando boca arriba.

Se sentía extraño, incómodo. Aquel forcejeo que tuvo anteriormente contra Sinbad le había hecho sentir bien. Se había divertido con algo verdaderamente estúpido y que no tenía nada que ver con la destrucción. -¿Me estaré enfermando acaso? -Pensó entonces con más ímpetu en la situación. Pudo atisbar por unos momentos que el rukh del rey se había comportado de forma extraña durante la "lucha" y en gran parte de su conversación. Nunca antes había visto algo parecido.

-Dijo que llevaba aquí una semana y cinco días, ¿cómo es posible que haya estado tanto tiempo durmiendo? –eso era lo que él creía. No tenía ningún recuerdo de ese lapso de tiempo, por lo que lo relacionó con eso. No sabía porque, pero se sintió mal. Realmente mal. Sintió una fuerte opresión en pecho y garganta, y en su mente sólo había sitio para la situación límite en la que se encontraba. Si continuaba así, pronto llegaría el momento en el que Al-Thamen volviera a buscarle, y para ellos era fácil encontrarle. Le llevarían de nuevo al Imperio, acabarían gobernándolo entero, si es que ya no lo habían conseguido, y luego le matarían en ese maldito ritual sagrado. Esa horrible sensación que los magos oscuros se encargaron de clavarle a la fuerza volvió. Esa que sintió en aquel castigo. Miedo, terror, pánico, desesperación… Una mezcla inhumana de todas ellas.

Apretó la mandíbula con rabia y golpeó el colchón con los puños. – ¡Basta! ¡DETENTE! –tapó su rostro a la vez que se encogía en posición fetal, inundado por la más insoportable y homicida de las angustias.

Aquel día se había levantado antes de lo que le hubiera gustado. No le agradaba madrugar tanto, pero no pudo seguir en la cama. Ni siquiera Ja'far había despertado aún. Desnudo y sentado en el borde del colchón con la mirada perdida en algún punto de su gran y elegante cuarto, suspiró. No había dormido en toda la santa noche. No volvió a ver al magi oscuro después de su "charla" del mediodía anterior debido al trabajo. Este había abarcado su cabeza por completo desde ese momento y ni hasta ahora consiguió sacárselo de esta. En cierto modo, se sintió herido cuando Judal volvió a usar palabras insultantes en su contra, aunque esa vez hubieran sido pocas comparando con el resto de sus encuentros. Los insultos del azabache no solían tener efecto alguno en él, pero ahora parecía haber sido lo contrario. Sin embargo, no le culpaba. Le dio la razón a lo que dijo Morgiana; Judal estaba trastornado, y no era actual. Posiblemente llevara así desde su niñez, y nunca nadie se molestó en preocuparse por él y tratar de disminuir al menos aquel grave problema.

No pudo soportar más tiempo ahí. Se vistió, y se dirigió directamente a la alcoba en donde se alojaba el magi oscuro. Debía hablar con él, aclarar las cosas, convencerle de aceptar una tregua temporal y preguntarle todo lo que pudiera sobre el extraño comportamiento del Imperio Kou y Al-Thamen si querían comenzar a trazar un plan para derrotar a esa condenada organización.

Trabajar junto a Judal, el chico que quería matarle. Se le hacía tan extraño pero al mismo tiempo tan alentador. Qué rey más masoquista.

Una vez frente a la habitación, tocó un par de veces a la puerta, esperando no recibir respuesta, pues el magi era así. Y no se equivocó. Dio una leve risa al haberlo adivinado tan fácilmente. Sacó la llave y abrió la puerta con esta. Pudo ver la bandeja de comida a un lado de la puerta. No había sido tocada siquiera.

No supo cómo, pero ahora, siempre que entraba al cuarto asignado a Judal se quedaba en shock, y nunca era por algo bueno.

Su corazón dio un vuelco al divisar al magi oscuro fuera de la cama, sentado en uno de los rincones más alejados de la salida, al lado de la ventana, con la cabeza en sus rodillas y abrazando sus piernas.

Cerró la puerta tras de sí, y se acercó despacio, calado de preocupación y miedo hasta los huesos. Una vez frente a él, se arrodilló y observó como el cuerpo del azabache temblaba y se convulsionaba.

Dudó por unos segundos si debía hacer algo o no, pero se arriesgó. Puso su mano sobre el hombro de Judal, buscando que le mirara. Y lo hizo.

El oráculo levantó la cabeza sin mirarle directamente, y a Sinbad se le partió el corazón.

El pálido rostro del magi estaba teñido de rojo, inundado por infinitas y continuas lágrimas nacidas de sus acuosos ojos rojos, haciendo brillar sus mejillas irritadas. Su respiración era dificultosa y entrecortada, provocando que su pecho saltara de forma descontrolada.

Sinbad tomó el rostro húmedo de Judal entre sus manos, obligándole a mirar sus ojos dorados llenos de preocupación, suficiente para que el más joven hablara.

-No quiero morir… Sinbaaaad… -se arrodilló y se aferró a las ropas del rey, aumentando la intensidad de su llanto.

Y fue ahí cuando el hombre lo comprendió. Cubrió el cuerpo del azabache con el suyo, rodeándole fuertemente, agarrándose a él como si alguien estuviera a punto de arrancarle de la protección de sus brazos.

Se sentía tan feliz, y a la vez tan triste. Triste por el enorme sufrimiento y el gran dolor que el joven chico llevaba cargando desde hace tanto tiempo y que nunca se permitió liberar. ¿Y por qué feliz? Pues… Judal se estaba mostrando directamente a él. Mostrándole su interior. Las ataduras de su alma que le prohibían exhibir sus emociones y verdaderos sentimientos habían sido arrancadas. El innecesario muro que le aislaba se había desvanecido por completo. El "guardián" había sido unido de nuevo a su rukh original. Judal escogió liberarse a sí mismo de una vez por todas, y así lo hizo.

Sinbad se apartó un poco para tomar otra vez el rostro de Judal, quien le miraba con la mirada más triste y asustada jamás ejecutada. El rey le sonrió y limpió con sus pulgares las empapadas mejillas rojizas del desconsolado magi oscuro.

-No voy a permitir que eso pase. –acarició de seguido su frente, apartando parte de su flequillo con cariño. –Ahora estás bajo mi protección, y nadie va a volver a dañarte de nuevo. -al escuchar aquello, Judal no pudo hacer más que seguir derramando lágrimas con la cara escondida en el pecho de Sinbad, mientras que este masajeaba su cabeza y espalda. –Es una promesa.

Después de unos cuantos minutos, el llanto del magi no cesó, pero disminuyó notablemente. Sinbad aprovechó para levantarle y sentarse con él a su lado en el borde de la cama, sin apartar su brazo de la delgada espalda descubierta. No iba a permitirse dejar de proporcionarle a Judal el calor humano que tanto necesitaba, el calor que se le fue negado nada más nacer.

Aquella frase tan desgarradora que escapó de la boca del magi oscuro aún resonaba en su cabeza. –"No quiero morir"…

Tomó el mentón de Judal con la máxima delicadeza posible e hizo que le mirara. Oh, aquellos ojos carmesí iban a empezar por volverle loco, y más al haber visto en ellos una nueva faceta que los iluminaba de forma literal. Desconocía el por qué pero, incluso antes de todo lo que estaba viviendo últimamente, antes de comenzar a apiadarse de nuevo de él, ya se había visto cautivado por aquellos orbes rojos. Mucho antes, casi desde que los vio por primera vez. Sin embargo, el rey cabezota no era consciente de este hecho.

-¿Qué es lo que está pasando, Judal? –su voz grave sonaba casi tan rota como la del azabache. Las lágrimas seguían deslizándose sin descanso por su rostro pálido enrojecido. Sus labios temblaron y tardó en responder.

-Piensas que… me veo patético… ¿cierto? –su tono de voz tan quebrado y lastimero atravesó el abdomen de Sinbad.

-No. –sonrió tristemente. –No lo pienso. Es normal llorar de vez en cuando, no tienes que avergonzarte por ello. Hacerlo puede hacerte sentir más liviano, y ahora mismo, eso lo sabes, ¿no?

-Tsk… -desvió de golpe su cabeza, deshaciendo el roce que Sinbad tenía bajo su fina barbilla. –Idiota… -el tono débil y para nada despectivo hizo un poco de gracia al rey, confirmándole que sí estaba avergonzado.

Judal dejó de mirar al lado contrario para fijar su nublada e inundada vista en el suelo, haciendo que la mueca triste volviera a mostrarse en el de cabello lila, quien, en respuesta, sobó un poco la espalda del muchacho con la mano que aún no había apartado, ni tenía pensado apartar.

-Ya no me importa si quieres o no, voy a ayudarte de todas formas, y haré lo imposible por conseguirlo. –aquello hizo que el magi le mirara de inmediato, completamente anonadado, aún sin que su, ahora, silencioso llanto cesara. Fue suficiente para que decidiera contarle todo lo que le estaba carcomiendo por dentro.

-A… Al-Thamen ha… -frenó en seco, pues la intensidad de sus lágrimas estaba volviendo. Se trató de limpiar con ansia, y con la respiración muy acelerada, el rostro bajo la estupefacta mirada dorada. El rey sabía que algo aterrador debió de haberle hecho esa maldita organización, y cuando escuchó al joven decir que no quería morir, se confirmó. Aunque nunca pensó que sería algo tan extremo como la muerte. -¡Joder! –se quejó de forma desesperada. Sinbad se inclinó hacia él y volvió a masajear su espalda, buscando reconfortarle.

-Judal, respira. –le dijo, dejando salir la preocupación que le pesaba.

-Al-Thamen… -terminó de limpiarse, aunque de poco sirvió, pues sus mejillas volvieron a humedecerse con aquellas gotas cristalinas, por lo que no alejó sus manos de estas. –Ya debe de haberse infiltrado en el Imperio por completo. –el rostro de Sinbad se desencajó desmesuradamente.

-¿Qué?...

-¡Eso, maldita sea! –se quejó de forma lastimosa. –Esa era la primera parte de su plan… someter a todo Kou… y estoy seguro de que ya la habrán completado… por lo que… ahora yo… -tapó su rostro, angustiado y con pesar, bajo la desconsolada y desorbitada mirada dorada. Judal se giró bruscamente hacia Sinbad y le penetró con sus cristalinos ojos desbordados en lágrimas. -¡Yo soy la segunda parte de su plan! ¡Quieren matarme, Sinbad! ¡Ofrecerme como sacrificio para otra de sus asquerosas locuras de traer a otro ser destructivo y repugnante a este mundo como el de la última vez, igual que si fuera un animal! ¡Me van a buscar y me van a matar delante de todos esos viejos miserables como si fuera un espectáculo! –la gran rabia e impotencia que sentía provocó que se desplomara en llanto, de nuevo.

Sinbad le agarró, aún sin poder analizar lo que le había dicho, completamente incrédulo. La tremenda impresión desagradable que se llevó al escucharlo hizo que su mente dejara de funcionar por unos segundos. La respiración del rey tembló, y de inmediato, abrazó con fuerza el cuerpo del otro. Ahora si estaba decidido; no iba a soltarle jamás.

-Judal. –llamó con un tono bastante más grave de lo normal, para que le escuchara, cosa que consiguió aunque el otro continuara con su desahogo, ocultado en sus ropas reales. Su mirada ámbar se fijó en un punto vacío de la habitación, una mirada cargada de odio y resentimiento hacia la organización. Una mirada endemoniada. –Vamos a destruir Al-Thamen de una vez por todas. Y tú saldrás vivo de esto. –cerró sus párpados. –De todas formas, te lo he prometido.

-Sinbad. –escuchó cómo le llamaba sin sacar la cara de sus ropas, amortiguando un poco su voz debido a las telas. –Como le cuentes a alguien sobre esto, te mato. –amenazó con seguridad, pero sin dejar de llorar, refiriéndose a la situación en la que estaban. Sinbad no pudo evitar reírse.

-Está bien. Si lo hago prometo no oponer resistencia.


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