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Recuperando lo robado por Scardya

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Notas del capitulo:

A partir de aquí esto se va a descontrolaaah(?)

"Anteriormente…

El monarca de Sindria continuaba con la mirada en el suelo. El joven de piel pálida se inclinó un poco más, acercándose de nuevo a su oreja, esta vez, más alejado que las veces anteriores. -Yo cumpliré tu deseo. Serás el rey del nuevo mundo, la más alta autoridad. Con mi ilimitado poder, y tu capacidad y talento no será complicado. Someteremos al mundo por completo, sólo tú y yo, lo gobernaremos todo, cada rincón de tierra, cada gota de los océanos. Déjame ser tu magi, quien conceda todos tus deseos. Será entonces, que el mundo será tuyo. -tomó con una mano la cara del hombre e hizo que lo mirara, que mirara los, ahora brillantes y potentes, ojos carmesí que poseía. -Sinbad, conviértete en mi rey. Mi magnífico y poderoso rey."

Sinbad observó aquellos ojos por unos segundos, para luego fruncir el ceño a la vez que cerraba los suyos.

-Ya basta, Judal. -apartó con poco cuidado la cara del agarre del magi, a lo que este bufó con molestia. –Aunque te agradezco que me lo hayas informado, así podré anteponerme a eso para evitar que ocurra algo desagradable en el futuro. Gracias por hacer que me dé cuenta.

-¿Qué? Eso no es lo que…

-Gracias.- repitió. Se levantó y se cruzó de brazos delante del joven.-Y ahora, márchate.

-¿Ah? –Judal enarcó una ceja, sus ojos estaban abiertos de par en par y su mandíbula había quedado desencajada.

-Lo que has oído, vete. Quiero dormir y tu presencia no ayuda. Vuelve al Imperio, ahora.

Judal no perdió el tiempo, se levantó y caminó hasta quedar cara a cara con el rey, dispuesto a generar un enfrentamiento.

-¿Acaso me estás echando, vejestorio? ¿Sabes con quién estás tratando, "Rey"?- su actitud retadora salió a la luz. Mal asunto.

-Por supuesto. Por eso mismo te lo estoy pidiendo en lugar de echarte a la fuerza. No quiero problemas.- su tono de voz había descendido a uno suave, pero autoritario. –Y sé que tú tampoco, al menos no con Al-Thamen. Deberías volver, principalmente, porque el único que puede salir perjudicado en esto eres tú, Judal. Sabes perfectamente que tienes prohibido salir de allí, y no quiero saber la reacción de esa organización en cuanto seas descubierto. –Sinbad caminó de nuevo hasta su cama.-Además, si te descubren yo estaré involucrado también por tu culpa, y no quiero tener ningún tipo de contacto con esos seres malignos. Pondría a Sindria en peligro.

En el momento en el que el rey los mencionó, a Judal le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo, el cual, irónicamente, había provocado una subida inmediata en su temperatura corporal. Odiaba esa sensación, una sensación similar a aquella que le dejó marca. Y de nuevo, el recuerdo de ese castigo pasado se visualizó en su cabeza. Cánticos, latigazos, cortes de espada siendo opacados por sus gritos aberrantes de dolor y sufrimiento. Se agarró inconscientemente la cabeza, presionando sus oídos, tratando de acallar las voces, sonidos y gritos en el interior de ella. Maldita sea, no delante de Sinbad. Menudo mal momento. Si no lo hubiera mencionado…

-¡Cállate!-gritó sin darse cuenta con un tono descontrolado, cosa que el rey no se esperaba y que pilló por sorpresa. Judal le observó con los ojos entrecerrados, con un muy notable deje odio a la vez que dejaba sus brazos caer a los lados.-Tú no sabes nada, así que cierra esa bocaza tuya.-con un leve salto comenzó a levitar, dispuesto a marcharse de allí. La situación ya no se le hacía para nada divertida, sino molesta, incluso podría atreverse a decir dolorosa.-Vas a lamentar esto, Sinbad. Ten por seguro que la próxima vez que nos veamos no dudaré en matarte.-salió por la ventana, sentándose en la alfombra que ya estaba posicionada en el aire.- Así que, te advierto, abre bien los ojos a partir de ahora.-dicho esto, le mostró una de sus características sonrisas psicópatas para luego desaparecer rápidamente entre la oscuridad del horizonte.

¿En qué momento se habían torcido las cosas? Ni siquiera sabía qué era lo que había dicho o hecho para que el magi se pusiera tan a la defensiva. Lo había dejado estático en el sitio con esas últimas reacciones. Ahora sumaba ese momento a la lista de "Las situaciones más confusas y extrañas de mi vida". Por otro lado, al fin estaba solo. Su tan amada cama lo estaba llamando y no iba a demorarse más en lanzarse a ella.

No pudo soportarlo. ¿Quién se creía ese rey imbécil? A cada minuto que pasaba sobrevolando las islas, más rabia y odio acumulaba. Hasta que no pudo soportarlo por más tiempo. Había llegado hasta unas islas que no sabía exactamente a qué país pertenecían, pues Sindria estaba un poco más atrás y adelante no parecía haber nada más. Cegado por la ira, se levantó en la alfombra y alzó su varita hacía el negro cielo, formando una enorme estructura de hielo de la que se desprendían otras más pequeñas. Su respiración era acelerada y parecía tener dificultades para controlar la magia en esos momentos. El resentimiento en el cual estaba siendo sumido era cada vez más.

-¡Thalg Al-Salos!-gritó, sacando a través de su garganta toda la ira que poseía, pudiendo haberse dañado las cuerdas vocales.

Todo el hielo generado ahora se dirigía en forma de proyectiles hacía aquella pequeña isla poblada. Los habitantes de esta comenzaron a correr en busca de refugio. Los gritos de horror y miedo interrumpían el silencio de la noche. Sin embargo, Judal no cesó. Volvió a repetir lo mismo una y otra vez, buscando sin éxito el cansancio. Un cansancio que nunca que llegaría, pues su poder era ilimitado y no podía acabársele. A veces lo odiaba. Odiaba ser poderoso, odiaba haber nacido como magi en ocasiones. Pero lo que sí realmente odiaba siempre era su destino.

Después de un rato, el magi se detuvo. Había aplacado parte de su rabia y se acordó de que debía volver. Aquella diminuta isla se había convertido en un infierno helado, las personas aún estaban horrorizadas, temiendo por sus vidas y la de la isla propia. Las cosechas, las casas, las tiendas, el suelo, todo había sido cubierto por una gruesa capa de brillante hielo. Una bella y hermosa forma de hundir una civilización.

Era como lo imaginaba. El Imperio seguía en el mismo estado que cuando se marchó. Con la ligera diferencia de que en ese momento amanecía. Por suerte, llegó a tiempo de evitar que alguien le descubriera.

Desde el mismo lugar del que salió, se dirigió al patio interior y levitó hasta sentarse en una rama, de la cual tomó un durazno bastante rosado, y posiblemente dulce. Otra de las pocas cosas que adoraba, el dulce. Un sabor agradable, suave, tan magnífico. Deleitó su paladar dándole una mordida a la hermosa fruta rosa. Aquel alimento era su anestesia emocional. Le permitía desconectar de forma tan fácil, disminuía las constantes ganas de destruir, matar y le alejaba de sentir las más peores emociones humanas. Podría decirse que era feliz, y tal vez fuera cierto. Pero existía un problema, en el caso de que lo fuera nunca lo demostraría, ni siquiera estando solo consigo mismo. Simplemente, no podía permitirse serlo. La razón de esta prohibición propia le era desconocida incluso para él. –Feliz… Creo que en ningún momento he llegado a saber cómo se siente eso… bah, da igual. –dio otra mordida, ignorando completamente sus preguntas. Unas estúpidas preguntas que nunca tendrían respuesta. No lo veía viable, pues él no iba a sentirse así en ningún momento. La felicidad, la esperanza, la alegría, la diversión, la pasión, la amistad, el compañerismo, el amor. No conocía ninguna de ellas, tampoco tenía intenciones de hacerlo.

-Los sentimientos son solo un estorbo. Un engaño. Te apartan de tus metas. Te vuelven débil y vulnerable. Tan simple y mediocre como un humano. Tan fácil de matar…

Escuchó unos pasos provenientes del pasillo interior. ¿Quién sería a esas horas de la mañana? Era demasiado temprano, incluso para Kouen. Se asomó un poco por detrás del follaje del árbol, fue entonces que reconoció aquel calzado en esas dos personas. –Al-Thamen. –No podía haber escogido mejor sitio, pues desde esa posición podía espiar la conversación sin necesidad de agudizar mucho su oído. Malditos sean él y su faceta cotilla.

-¿Crees que eso sea verdad?

-Tiene que serlo. Si no fuera así, perderíamos una gran parte de poder, y eso no tiene lógica. La organización no se arriesgaría de tal modo si no fuera algo seguro.

Judal, quien escuchaba atento, no sabía de qué iba el tema, pero eso no hizo que dejara de interesarse por lo que no debía.

-Sí, bueno. Es que me pilló por sorpresa, ¿sabes? No estaba muy enterado de esto.

-Eso es porque no es recomendable que todos nosotros lo sepamos, a algunos se les puede ir la boca y revelarlo.

-Ya veo.

-Imagina que eres tú quien lo revela sin querer, tendría que matarte.

-Muy gracioso.

-Esto se está poniendo interesante. Sólo es cuestión de tiempo de que a alguno se le suelte la lengua. –pensó el magi. Aquella conversación había captado su curiosidad por completo.

-Era broma. Después de someter al Imperio Kou el único que morirá será el Oráculo, por desgracia.

-Espera… ¿Qué demonios acaba de decir? ¡¿Qué yo qué?! –Judal se atragantó con un trozo de durazno, el cual trató de tragar impidiendo que la tos provocada se escuchara.

-Es una lástima. Su poder nos viene muy bien.

-Sí, pero no creo que sea una gran pérdida. Según los manuscritos, si un magi caído en la corrupción es sacrificado en el ritual sagrado, no solo invocaremos el poder del Padre, sino que también vendrá al mundo un nuevo ser mucho más poderoso y oscuro para servirnos.

-Pero primero hay que mantener al Imperio Kou fuera de esto, ¿no?

-Exacto, pero eso ya está casi hecho. Toda la Familia Real está bajo vigilancia constante, ¿por qué crees que últimamente no hemos tenido misiones? Todos estamos enfocados en eso.

-Entonces, lo único que nos queda es… -se escucha un ruido sordo. Ambos magos giran la cabeza hacia el patio interior. Se miraron entre si y se dirigieron al lugar abierto.

Registraron cada zona, mas no encontraron nada. A excepción de un durazno al pie del árbol. Un durazno mordido.

Notas finales:

Creo que este es el cap más corto, no sé. Van de menos a más.


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