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Doppelgänger por Scardya

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Notas del capitulo:

¡La tardanza, lo siento mucho! Demonios, cada vez es más difícil sacar tiempo para poder escribir… ¡Maldigo a quien inventó el trabajo de sirvienta sin paga!

Nadie supo cómo era que habían acabado en aquella situación. Era como una vil pesadilla que se había puesto sobre ellos sin aviso alguno. La luz escaseando entre las copas de los árboles, los últimos tonos naranjas del día se cernían sobre las hojas y se colaban entre ellas, avisando de la que, posiblemente, fuera la última hora de luminosidad en aquel entorno, aparentemente, pacífico. La espesura de la vegetación era distinta en cada zona. En donde se encontraba un claro amplio y espacioso, a los pocos metros más allá estaba plagado de grandes ramas y plantas gruesas. Era un ambiente vegetal muy irregular, pero digno de ver. Una belleza exótica de la naturaleza un poco similar a Sindria, aunque en aquel momento era imposible saber si continuaban en los territorios del rey Sinbad o si habían salido de ellos. Y cómo no, entre todos ellos fueron capaces de encontrar, no sólo un claro donde asentarse, sino un río que bajaba de un manantial de la montaña más cercana, alimentos variados, ramas y hojas de un tamaño monumental para simular pequeñas tiendas y ramas secas que sirvieran para prender. Sin duda, algunos de ellos estaban muy avanzados en el instinto de supervivencia. Pero estando justo en esa situación, lo último que debían hacer era sentarse mientras hubiera luz. Nadie iba a dejar de moverse hasta que los rayos naranjas cambiaran a ser rojos. Nunca había suficiente leña, ni suficiente agua y comida. Mejor si sobraba, pues tal momento no era como para pasar hambre. Se jugaban la vida sólo con ello.

La supervivencia no era fácil, y que encontraran todo aquello tan fácil, sin haber visto todavía a algún animal que no fuera pájaro o pez, era inquietante. Kouen desconfiaba del lugar por muy dispuesto que estuviera. Lo admitía, estaba tremendamente dolido por la tan reciente pérdida de su prima hermana, de Judal, y por qué no, de aquel idiota impulsivo que se hacía llamar rey. Tal vez su relación no fuera la mejor, tampoco muy buena, pero en el tiempo que pudieron arreglar diferencias y acceder a un tratado fue capaz de reconocer que por muy fatal que Sinbad hiciera las cosas, en su opinión, daba todo su esfuerzo, cosa que era lo que realmente valoraba más en alguien a excepción del patriotismo. Realmente, las palabras de Hakuryuu dolieron, sus acusaciones, mas no tambaleó en ningún momento, y tampoco iba a hacerlo después. Si quería guiar a quienes le acompañaban en aquella mala aventura debía mantenerse firme en todo momento y centrar su atención en los vivos, no en los ya muertos. Se lo debía a su familia y a los dos más fieles seguidores del monarca, los cuáles acababan de quedarse solos y devastados con la pérdida. Les ayudaría en lo que fuera. 
Todos se esforzaban por mantener más vivo que muerto al magi más pequeño. A las únicas personas que dejó en su recién levantado campamento fue a las dos muchachas de cabello colorado. Kougyoku conocía técnicas manuales gracias a Ka Koubun y Morgiana era perfecta para protegerlos si algo ocurría. Él era perfectamente capaz de reconocer la impresionante fuerza de un fanalis, aunque fuera una mujer joven. ¿Que si aquella niña era más fuerte, más resistente, más rápida y más habilidosa que él? Sí, lo era, pero jamás saldrían de su boca tales pensamientos, qué vergonzoso para el Príncipe Imperial, el principal heredero al trono tras la masacre del Primer Emperador y el matrimonio del Segundo. 

—Hermano, ya está oscureciendo mucho... —y era que el pobre Koumei estaba agotado. Kouen se giró hacia él y luego miró al cielo sobre los huecos vacíos entre las copas verdes. Posteriormente, dirigió su vista a la cantidad de frutas de árbol y arbusto que ambos llevaban en cestas, las cuales Kougyoku y Alibaba se habían encargado de hacer en cuanto asentaron el lugar del campamento. 

—Adelántate, buscaré un poco más. —no estaba satisfecho con las que ya cargaban. 

—Sí... — no estaba convencido, y tampoco quería dejar a su hermano mayor sólo en aquellas circunstancias, menos si comenzaba a oscurecer, pero no podía hacer más. No se atrevió nunca a desobedecerle, y ese no iba a ser el día, así que dio la vuelta y se fue alejando hasta perderse entre el follaje de las plantas. 

El pelirrojo continuó un poco más, buscando algún que otro árbol que tuviera fruto. Encontró manzanas, higos, peras, almendras y piñones. No era tanta variedad como esperaba. Sin embargo, era aceptable. No sabía si era una isla grande, pero sí que no era única. Estaba seguro de que alrededor habría numerosos islotes más, por lo que suponía que sería complicado que justo en la que se encontraban hubiera civilización. Pudieron haber acabado en otra perfectamente, pero el azar escogió en aquella. Era un poco desesperante para él tanto verde y tanta espesura, le agobiaba. No fue hasta que notó la zona más oscura que se detuvo. Hasta ahí había llegado, tenía que volver o acabaría regresando de noche. Era algo que no le convenía, no hubo encontrado animales siendo de día, pero nadie le aseguró que no habría animales nocturnos tampoco. Dio la vuelta y regresó sobre sus pasos, mas a los pocos minutos se vio obligado a detenerse y a no mover ni un músculo, sintiendo su sangre acelerar. No estaba solo. Su temperatura corporal subió drásticamente y dejó de respirar mientras muy lentamente se volteaba. La vegetación sonaba y se movía, algo estaba justo detrás de él. Sus ojos rojo bermellón estaban clavados en la anomalía, no parpadeaba. Estaba fuera de su territorio, fuera de su zona de confort. Por ello, por muy increíble que pareciera, tenía miedo. Hacía mucho tiempo que no experimentaba tal emoción tan desagradable, y esperó que nunca tuviera que volver a sentirla, pero no pudo ser así. Las grandes hojas de vegetación aumentaron su movimiento. Lo que fuera que lo estuviera acechando... iba a salir frente a él. Y ocurrió. Sus pupilas se dilataron y sus párpados se abrieron, casi dejando escapar de su garganta un sonido ahogado. Mas lo que mayor protagonismo tuvo en todo aquello fue el sonido de múltiples movimientos bruscos, y tras ellos la cesta cayendo al suelo, dejando salir rodando casi todos los frutos recogidos, marchándose en tierra. 

Alibaba y Hakuryuu fueron los últimos en llegar al punto de encuentro donde todo estaba preparado, la noche se les caía encima, por no decir que ya se había cernido sobre ellos. Sentados alrededor de una pila de ramas secas y hierbas en el mismo estado, en un silencio sepulcral, fantasmagórico, y siendo Aladdin el único que estaba fuera de la situación, pues aún continuaba sin sentido. No fue hasta que Koumei habló que recobraron la compostura. 

—Se está retrasando demasiado... —daba a entender que hablaba de Kouen. Le extrañaba mucho que no hubiera aparecido todavía. Pasó demasiado tiempo, y no era propio de él ser impuntual. 

—¿Y-y si le ha pasado algo?... —el pequeño Kouha no podía nada más que ponerse en las peores tesituras. —No tiene djinns, ni una espada... Y contra una bestia salvaje no podría... 

—No sigas, me estresa pensarlo. —respondió. Aunque era realmente fácil hacer que el pelirrojo de coleta alta se estresara con cualquier cosa. Y en ese momento, no era el único, la pobre Kougyoku no dejaba de removerse, inquieta, y con una expresión de puro dolor y preocupación. 

—No penséis eso, estoy seguro de que Kouen está bien y que lo máximo que pudo pasar es que se haya enredado con el camino de vuelta. —el rubio intentó pensar con más positividad, suficientes desgracias habían ocurrido como para hundirse más por algo incierto. 

—Yo... me siento culpable. —Hakuryuu interrumpió también los malos pensamientos de los hijos varones del Segundo Emperador. —Le dije cosas muy duras. En el fondo reconocía que él tenía razón, lanzarse al agua era un suicidio... Y él no podía saber que el barco iba a desmoronarse así... Sólo intentó hacer lo mejor para todos... Pero me sentí tan impotente y rabioso que le acabé culpando de que mi hermana, Judal y el rey Sinbad... —tragó saliva, apretando la mandíbula y cerrando con fuerza los ojos. Se tapó el rostro con rapidez y lo agachó. —¡Lo siento, lo siento mucho! —no pudo controlarlo, las lágrimas se le estaban escapando entre los dedos. Sin quererlo, afectó también a la princesa, quien se estaba aguantando con gran esfuerzo y con un puchero arrugado las mismas ganas de llorar. 

—Hakuryuu... —el ex príncipe de Balbadd le puso la mano en la espalda y la frotó en señal de apoyo, y para relajarlo.

No se estaba dando cuenta por mantener su cara oculta, pero el chico de cabello rosa estaba al borde de entrar en el mismo estado que su primo. El Segundo Príncipe no salía de su trance de preocupación, Morgiana no era capaz de liberarse de la tristeza, Masrur se había quedado atascado en una mueca completamente inexpresiva que llevaba la procesión por dentro y Ja'far... Oh, el pobre Ja'far estaba hecho polvo, destrozado, seco de tanto sollozar en cuanto vio el momento. No se declaraba el más afectado, pues Hakuryuu había perdido a su adorada hermana y al que podía ser su único amigo. Y no iba a sumarle a aquello que ahora era el príncipe Kouen quien no aparecía, y la noche llevaba presente desde hacía un rato. Todos se encontraban metidos en una tempestad de emociones dolorosas. Estaba seguro de que si Judal se encontrara ahí su fuerza y poder habrían pegado un gran incremento a causa de esa energía negativa. Nunca le gustó el magi, pero tenía la paciencia para soportarlo. A parte de que entendía que no era culpa del muchacho que su fuente de salud y magia fueran los malos sentimientos. Él no lo escogió, y no dudaba de que si hubiera podido hacerlo, no habría elegido tal cosa. 

—Deberíamos prender el fuego, ya comienza a hacer frío. —opinó Alibaba, sobándose ahora los brazos. No necesitó decir más, la fanalis ya había hecho fricción con dos piedras que había cogido y las chispas no tardaron en llover sobre la leña. Dos segundos y ya comenzaba a nacer un fuego que fue creciendo con ayuda de un par de soplidos de ella. Si antes hubo un silencio, en aquel momento se hizo más profundo gracias a lo anonadados que se quedaron ante la velocidad con la que reaccionó la joven, a excepción de Masrur, quien sentía orgullo, la única buena emoción que experimentó hasta el momento.

Las llamas se alzaban hacia lo alto con decisión y fuerza, teniendo como meta iluminar y calentar a cada uno. Morgiana no necesitó que nadie le dijera nada. Se levantó, caminó hasta uno de los refugios hechos con soportes de ramas y cubiertos por hojas, cogió a Aladdin y lo cargó hasta donde todos ellos se encontraban. Lo recostó en el suelo y dejó que su regazo hiciera de apoyo para la cabeza del magi. No le venía mal a su menudo cuerpo calentarse. 

—¿Cómo está? —preguntó interesado el príncipe de cabello oscuro. 

—Bien, mañana puede que despierte. —la pelirroja sonaba convencida, pero decidió acabar para rematar la confianza. —La señorita Kougyoku y yo conseguimos que bebiera leche de coco aun estando dormido, así no s-

—calló por completo y dejó el ambiente confuso en un abrumador silencio. 

—¿... Morg-? —Alibaba fue interrumpido por un gesto que Masrur hizo con el brazo. Ambos fanalis, con sus agudos sentidos, notaron algo fuera de lo común. Los dos se negaban siquiera a mover un músculo y habían regulado su respiración al mínimo para evitar que sonara.

Las alertas se estaban disparando, pero nadie se atrevía a moverse, y la solitaria luz que el fuego les daba estando rodeados de plena oscuridad no era suficiente para calmar temores, menos en un lugar tan desconocido. El sonido se hacía cada vez más obvio, pudiendo ahora el resto escucharlo. Todos mirando un punto fijo entre los matorrales y el follaje del suelo que daban entrada a un vacío negro repleto de plantas, y posiblemente seres misteriosos. Algo se movía dentro de ese lugar, algo se estaba acercando... Algo les acechaba. A juzgar por la clase de sonidos era algo grande, pero se movía lento, sin prisa, como si supiera que estaban ahí y que no podían huir, pues ese era su territorio. Y cuando salió a la vista delante de ellos...

Se les pararon los corazones. 

—¡Dios mío! —Ja'far se echó las manos a la cabeza. 

—¡Hermano! —y la joven princesa corrió, con nuevas lágrimas hacia el mencionado. 

Kouen acababa de devolver esperanzas con su regreso, y no sólo por haber regresado, sino porque también traía compañía. Llevaba a Judal entrelazado del brazo por si se tropezaba al caminar, aún estaba algo torpe, pero en mejor estado. Tal parecía que se había alimentado un poco, muy seguramente de las frutas que el pelirrojo llevó. Tampoco pareció importarle que se mancharan de tierra, no era muy difícil coger una y limpiarla. El magi oscuro no pudo evitar observar el sitio. Sonrió de lado y soltó una risa corta. 

—Menuda fiesta habéis montado, hasta tenéis tiendas de campaña caseras y todo. ¿Por qué no me invitasteis? Después de lo que hice por vosotros, desagradecidos. —obviamente, lo decía de broma, su sonrisa divertida lo delataba aunque estuviera débil. 

Nadie más fue capaz de reaccionar hasta que habló. Casi parecía un milagro. No tardó en ser ayudado por Hakuryuu y Koumei para ser separado de Kouen y llevado cerca del fuego. 

—Estás algo frío, será mejor que te quites esa ropa, está mojada. —el del lunar caminó hasta un montón de grandes hojas que habían sobrado de los refugios y regresó mientras el pelirrojo de pecas ayudaba a desvestirse al oráculo. Eso sí, cubriendo lo más importante y tapándolo de otras miradas con su propio cuerpo. Las hojas iban a ponérselas como abrigo, además de que estaban tibias por el calor de la fogata. 

Ellos se concentraban en el azabache, pero el resto acudía hacía el otro recién llegado, siendo Kougyoku la única con el alma partida por no saber a quién acompañar. Y era que el primer príncipe se había visto en la necesidad de traer a cuestas a Sinbad. Se agachó despacio y con la espalda adolorida, esperando a que se lo quitaran de encima. Masrur no tardó nada en cargar a su rey. Tanto él, como Ja'far y los demás ahí esperaban que estuviera en el mismo estado que Judal, pero se equivocaron. No estaba muy consciente a pesar de estar despierto. Kouen se incorporó poco a poco para no empeorar su dolor. 

—Cuando lo encontré cargaba a Judal, pero se desplomó en cuanto se lo bajé. —habló mientras caminaba hacia el oráculo y se quitaba la capa negra y roja. Se la ofreció a Hakuryuu. —Cúbrele con esto, es mejor que esas hojas.

—Ven, siéntate, estarás cansado de llevarlo. —Kouha le tomó suavemente de la muñeca con ambas manos y le hizo sentarse con ellos. Eso sí, todos girados, observando lo que realmente interesaba. El de perilla trajo a dos rezagados, pero había posibilidades de que sólo uno sobreviviera, y les inquietaba aquello.

Ja'far estaba preocupado, tanto como su compañero, el rubio y las dos muchachas. El fanalis se agachó y apoyó al monarca parcialmente en el suelo, pero sosteniendo su espalda. 

—Sin, ¿cómo te encuentras? —el albino necesitaba seriamente que Sinbad le contestara. Este estaba despierto, pero nadie sabía hasta qué punto.

—Está pálido... —Alibaba no se encontraba seguro de nada en aquel momento. Se tomó la libertad de posar el dorso de su manos sobre la mejilla del de cabello lila. —Y frío...

—Sinbad, respóndeme. —el oficial cada vez estaba más nervioso, tanto que le sacudió el hombro a su rey en un intento de espabilarlo un poco. No funcionó. Lo único que hizo fue que lo mirara durante dos segundos. Los ojos dorados iban de aquí a allá, entrecerrados, somnolientos y perdidos, como si no reconocieran nada. A veces giraba despacio la cabeza para poder mirar algo o a alguien, y también los cerraba por momentos. Estaba totalmente aturdido. 

—Está confuso, no sabe ni con quiénes está. —Morgiana tampoco estaba muy tranquila, pero lo disimulaba bien. 

—¡¿Pero por qué?! —Ja'far comenzaba a alterarse a niveles nuevos para todos. 

—Siento no poder saber más que lo que ya dije, cayó al minuto de que los encontrara. —aunque pareciera extraño, Kouen sonaba como arrepentido por algo. 

—Hermano, ¿puedo preguntar algo? —Kougyoku, quien se encontraba con el grupo, jugueteo con los dedos, ansiosa de esperar respuesta. Continuó cuando el pelirrojo más mayor asintió. —¿Estaba frío y decía cosas aleatorias cuando lo encontraste? —de nuevo otro movimiento afirmativo. Fue entonces que la princesa se giró y se arrodillo. Miró con un poco de nerviosismo al albino. —¿Puedo? —este respondió del mismo modo que el primer príncipe hizo, y Kougyoku se movilizó. Pero antes de poder hacer nada o ponerle un dedo encima al monarca, él ya había cerrado los ojos por más de cinco segundos. El fanalis lo palmeó un poco para que reaccionara lo mínimo como estaba haciendo, pero no lo hizo. Rápidamente, la joven puso la oreja sobre la nariz de Sinbad y sus dedos índice y corazón sobre su muñeca. En cuanto se apartó casi comenzó a hiperventilar rápidamente. 

—¡Kougyoku, respira! —el rubio la tomó por los hombros, intentando tranquilizarla. —Hey, cálmate. —hizo que ella tragara duro y tratara de controlarse, aunque aún se encontraba muy alterada. 

—¡¿Sabes que le pasa?! —y Ja'far no se encontraba mejor que ella. 

—Est- T-tiene hipotermia, hay que calentarlo rápido o... 

—Entrará en fase de congelación y... —Alibaba entendió perfectamente. 

—¡Masrur, al fuego! —el oficial ya no podía controlarse, odiaba cuando le ocurría. Si estaba enfriándose, lo más lógico, según él, era calentarlo lo antes posible. Inmediatamente, el fanalis acató la orden, pero... 

—¡No, al fuego no! —la voz aguda de la princesa le hizo detenerse. 
—¡Ponlo cerca del fuego, ya! 

—¡Señor Masrur, no lo haga! 

El pobre fanalis, confundido, estaba siendo espectador de un partido de tenis, no sabía de quién seguir el consejo. Y no sólo él estaba así, el rubio, la pelirroja, Kouen, Hakuryuu, Koumei y Kouha también se encontraban en la encrucijada incluso sin estar metidos directamente. Pero en especial Judal, quien se empezó a echar la culpa desde que Sinbad cayó sin fuerzas en la jungla. Si en aquel entonces ya se sentía mal, ahora peor. ¿Cómo era posible? Normalmente no se preocupaba tanto, mas ya fue testigo de su propio comportamiento en la playa. Le costaba admitirlo... No veía al rey como un simple juguete sexual, ya no. 

—Judal... ¿Estás llorando?... —la voz del príncipe de ojos azules lo sacó de sus pensamientos, siendo consciente ahora de que no veía nada. Su vista estaba borrosa como de agua. Por suerte, no llegó a derramar nada, pero sí tenía sus orbes carmesí inundados, observando sin darse cuenta un punto fijo, a la situación. Más en concreto, al que la sufría. 

—No, idiota. —fingió un estornudo y aprovechó para limpiarse  las "lágrimas de esfuerzo". —Sólo me he resfriado. —era mentira, pero en momentos así, cuando se encontraba con el magoi por los suelos, su cuerpo se debilitaba, por lo que las posibilidades de enfermarse con algo poco grave como un tonto resfriado eran ligeramente más altas. Se lo creerían. Y no se equivocó. 

—Acércate más al fuego y cúbrete bien. 

No le escuchó, estaba centrado en lo que realmente le preocupaba y mirando al grupito que se formó cerca de Sinbad nada más llegar. Por imposible que pareciera, estaba de acuerdo con el perro pecoso. Casi perdió al monarca una vez, hace relativamente poco, no iba a arriesgarse a otra, y Kougyoku no hacía más que evitar lo que, según él, era mejor para el hombre de cabello lila. 

—¡Deja que lo acerque al fuego, bruja! ¡¿Quieres que se muera?! —sin quererlo, se llevó sobre él todas las miradas, y no precisamente por lo dicho, sino por cómo lo dijo. Con una voz dolida, asustada, alterada y nerviosa. No tardó mucho en hacerse el desentendido, mirar la fogata y casi cubrirse la cabeza entera con la capa. Se arrepintió de haber abierto la boca, se le había rajado un poco el orgullo. 

Tal parecía que esas palabras habían sacado la parte más seria de Kougyoku, una parte que Ja'far acabo cargando, pues ella lo miraba a él con mucha dureza. Casi no parecía la misma. 

—¿Quieres ponerlo justo delante del fuego? Adelante, cuando su piel empiece a quemarse por el choque de temperaturas y su cuerpo a convulsionar veremos quién de los dos intentaba salvarlo y quién cargárselo. —se dio la vuelta y se sentó al lado del dormido Aladdin para atenderlo, dejándolos a todos atónitos, incluido el magi, el cual había volteado a mirarla sólo por aquella forma de hablar. Tan directa y fuerte... No había ido a convencer, había ido a hacer daño. Mas según ella, era la única forma en la que de seguro aquellos dos idiotas la podían escuchar. 

Silencio. 

—Deberían confiar en la princesa Kougyoku. —fue lo único que Kouen dijo, convenciendo así al albino. Este tragó saliva con culpabilidad.

—Entonces ... ¿Qué deberíamos hacer?... —le importaba más la vida de su rey que su amor propio y dignidad. Ella suspiró, comprendiendo la difícil posición del oficial. 

—Hay que arroparlo con algo y calentarle sin estar frente al fuego. Debe estar alejado, pero lo suficientemente cerca como para que le llegue calidez suave. Tres metros y medio o cuatro que lo separen de la fogata estarán bien, que no le llegue tan directo el calor… —le recolocó un poco las hojas al magi blanco. Había una gran diferencia entre lo que ella y el pecoso querían hacer. Él planeaba pegarlo lo más cerca posible al fuego y eso sería un error fatal que podía costarle la vida.

Fue entonces que Masrur pudo moverse de nuevo. Al tiempo que él se sentaba algo alejado de la fogata, el resto podía volver a su anterior sitio alrededor de esta y a respirar tranquilos, pero no demasiado. Casi parecía que habían excluido al fanalis. Cualquiera que apareciera en aquel momento pensaría que se habían molestado con él. Se quedó quieto por un momento, sintiendo el tacto frío de piel y ropas de Sinbad. Ninguno de ellos había caído, el rey también tenía su conjunto empapado, y no convenía que lo llevara puesto. Por suerte, parecía que fue el único en acabar de darse cuenta. Ja'far ya se encontraba sentado a su lado con varias de esas gigantes hojas. Con una de ellas podían cubrirlo de cuello a tobillos, pero el albino prefería enterrarlo en ellas y asegurarse de que su temperatura subía. Entre los dos se encargaron de despojarle con cuidado de todo lo que llevaba y comenzaron a rodearle con tres de las hojas por debajo de los brazos, y con otras los hombros y la espalda. 

—Ha sido una suerte que el señor Kouen los encontrara. —Morgiana aún no conseguía diferenciar de si lo había soñado todo.

El Primer Príncipe negó con la cabeza.

—Ellos me encontraron a mí, yo sólo los traje.

—Es que... Después de verlos caer así... Es casi como un milagro, pensaba que-

—¿Estábamos muertos? ¿Tan débiles nos crees, Alibaboso? —Alibaba se quedó mirando a Judal por unos segundos, analizando cómo lo había llamado. El magi no leía mentes, pero era más que obvio lo que estaba pensando el otro. —Oh, vamos, no lo he dicho a mal. Es que es la única forma fácil en la que puedo recordar tu feo nombre. —iba por mal camino, al rubio ya se le estaba hinchando la vena de la sien, aunque poco le importaba. A pesar de hablar, su vista se encontraba unos metros más allá, con los tres más alejados. Los dos perros de Sindria y su dueño. 

No llevaban nada que mantuviera las hojas que cubrían el cuerpo del de cabello lila en su lugar, por lo que el gran pelirrojo se encargó de sujetarlas en una especie de abrazo, uno en el que el monarca le daba la espalda y usaba, sin saberlo, al otro de respaldo. Al fin habían acabado de arroparlo con esas cosas, el oficial estaba exhausto con tanto disgusto. 

—Príncipe Kouen... —Hakuryuu se levantó y caminó hasta quedar frente al nombrado, quien se encontraba sentado sobre uno de los robustos troncos que, al llegar, colocaron en círculo. Dobló su cuerpo hacia delante y agachó la cabeza. —Lo siento, lo siento mucho. Mi insensatez no tiene perdón... —no lo admitiría, pero se sentía celoso. Al ver que el oráculo y Sinbad regresaron, y su hermana no... Aun con toda esa procesión interior, debía comportarse. No fue culpa de nadie que ocurriera, no tenía derecho a decir todas aquellas barbaridades. —Estaba... tan afectado por la pérdida que... N-no supe cómo reaccionar, qué hacer. Fui un inmaduro, un egoísta, un-

—Basta, no es necesario que sigas. —el mismo Kouen lo interrumpió, haciendo que se irguiera, dejándolo atónito y algo asustado. —Entiendo tu posición, y no te culpo. En parte tenías razón, debí haberme olvidado de los Contenedores. Ha sido un grave error que has acabado pagando tú. Yo lo siento. —ahora no era sólo el muchacho quien estaba impactado, todos, excepto el azabache que continuaba con la mirada sobre lo que le interesaba, lo estaban. —Espero que algún día puedas perdonarme por haberme llevado la vida de Hakuei. —no necesitaba mirar a su primo más pequeño, y el único que le quedaba, a la cara. Sabía que sus ojos acababan de cristalizarse. Y este, sin nada más que poder decir, se dio la vuelta y regresó a su lugar. Era muy obvio que no iba a perdonar que su hermana hubiera muerto, pero nunca dijo a quién o a qué no se lo perdonaría. Por algo fue que decidió disculparse. Que el adulto hubiera dado la vuelta a los roles no cambiaba lo que pensaba. No le respondió ni aceptó sus disculpas porque no tenía nada que perdonarle. 

—Qué ambiente... —Judal no podía creer que con todos los ejemplares de idiotas que tenía delante la situación fuera tan silenciosa y seria. —¿Y el enano? 

—Aquí. —Kougyoku le posó la mano al niño que dormitaba tranquilo detrás del tronco tumbado que hacía de asiento para ella y Morgiana. Con razón no lo vio. El magi oscuro alzó una ceja. 

—Me esforcé tanto como él, debería estar como yo, no durmiendo así tan... tan... tan vago. 

—Es un niño, déjalo que duerma. —rebatió la princesa. 

—Is in niñi, díjili qui diirmi. —se burló con vocecilla aguda, acento infantil, mueca de fastidio y feminidad al mismo tiempo. Aunque no era lo que buscaba, consiguió sacar unas cuántas risas reprimidas de algunos, lo que no sentó muy bien a la de cabello rosa. 

—¡Calla! —a la pobre se le habían subido los colores. 

Al oráculo le importaba poco y menos que hubiera conseguido animar el ambiente, pues los dos generales de Sindria parecían mostrarse ajenos a todo apenas estando a tres metros de ellos. Les escuchaban perfectamente, y aun así su atención se posaba constantemente en Sinbad. Lo curioso era que él tampoco podía dejar de hacerlo a pesar de actuar con normalidad, no podía dejar pasar más de un minuto sin que hubiera revisado varias veces con la mirada. Lo admitía, estaba preocupado, mucho. El rey le importaba. Se defendía de su propio pensamiento argumentando mentalmente que le importaba sólo porque le daba algo que nadie más le daría: el placer del sexo sin compromiso. Pero... Muy en el fondo sabía que no era así, que aquella razón era únicamente la punta del iceberg. Había muchas más por las que ya no le deseaba mal, y se le eran tan profundas y ajenas al mismo tiempo. Era confuso para él. Miró las ropas de ambos, colgadas en un tendedero improvisado de ramas al lado de la fogata para que se secaran. Apretó con los dedos la capa de Kouen que le cubría, y tras dos segundos de indecisión, se levantó.

—¿A dónde vas? —Hakuryuu estaba curioso, el azabache, por lo general, solía hablar más y tener una expresión más despreocupada que la de ahora. Lo que más le extrañó fue que no contestó. 

Judal caminó hacia delante, pasando por el lado de la fogata y de la princesa, quien tampoco se hizo la despistada, y se detuvo frente a Ja'far y Masrur, este último sirviendo de sofá para el monarca. El albino no escondió su latente aversión hacia él. 

—¿Qué quieres? —él tampoco recibió una respuesta, al menos verbal. El magi no tardo en rodearse el cuerpo con el brazo por encima de las hojas con las que el Cuarto príncipe le había vestido al inicio y empezar a quitarse con el brazo contrario la capa que posteriormente el pelirrojo le dio. En pleno silencio, estiró aquella extremidad y la ofreció, dejando claras sus intenciones. Quería que cubrieran al de cabello lila con ella, que le dieran más calor que sólo con aquellas inútiles hojas gigantes. Al menos, a él no le hacía falta la prenda imperial llevándolas, una sola ya le cubría entero, portaba varias y no estaba tan destemplado como el otro.

Entre los que miraban para ver qué planeaba y los dos generales era más que suficiente para poder decir que todos estaban atónitos por tal acto por parte del magi. Nadie esperó nunca que hiciera algo por alguien, menos por el bienestar de esa persona. ¿Era eso a lo que llamaban bondad? ¿O era interés? Ninguna respuesta era la correcta, pero el oráculo la tenía bien localizada. Era preocupación. Y por primera vez en su vida no le molestaba sentirse preocupado por alguien, al contrario. Se sentía ligeramente más completo, aunque no tranquilo, la verdad fuera dicha. 

—Gracias... —el oficial agradeció, tomando la capa con algo de duda cuando pudo reaccionar. Nada tardó en cubrir todo el cuerpo de Sinbad con ella, por encima de las hojas. 

Antes de darse la vuelta y volver a sentarse en su lugar vio al fanalis asentir con la cabeza. Era un gracias silencioso. Como normalmente hacía con todo, lo ignoró. Apoyó el codo en el muslo y la barbilla sobre su mano, y miró el fuego de forma aburrida. Pudo darse cuenta de un par de miradas sobre él, y de seguro se burlaban por lo que acababa de hacer. Irritado, se irguió. 

—¿Qué? —era notorio que iba a enfadarse. 

—Nada, nada. —casi como si el azabache lo hubiera adivinado, fue Hakuryuu quien respondió. Este tampoco estaba por la labor de hacerle enojar, por lo que cambió de tema y objetivo. —Kougyoku, ¿cómo supiste que el rey Sinbad se había enfermado? 

—Hah... Bueno... —aquello la pilló un poco por sorpresa. 

—Eso, yo no hubiera sido capaz de saber de manera tan exacta. ¿Cómo te diste cuenta de qué tenía? —Alibaba tampoco iba a quedarse con la curiosidad. 

—Pues... —la princesa se rascó la mejilla con el dedo. —Ka Koubun me enseña sobre salud y algunas enfermedades, sobre todas de las que tenemos información. La que puso enfermo al rey Sinbad la identificaron hace poco en el Imperio. Ka Koubun es un excelente médico, y como siempre está conmigo... 

—Ahora entiendo. —aclaró el de cabello azulado oscuro. 

—¿Y cómo le dio? ¿No sabes las causas? —pero el rubio no se dio por satisfecho. 

—Claro. Ka Koubun me dijo que normalmente es por no llevar suficiente abrigo, por caer al agua y no quitarse la ropa cuando se sale o por estar mucho tiempo en un clima frío. 

—Huh... Vosotros dos vinisteis con la ropa empapada, y desde que os salisteis del barco ha pasado mucho... —se dirigió a Judal, pero este no le daba importancia a lo que decía. 

—¿Y? Yo estoy perfectamente en ese sentido. Lo único malo ahora es que tengo el magoi por los suelos y me hace sentir cansado, como esperarás después de intentar salvar a un puñado de inútiles. Y tampoco sirvió de mucho de mucho porque aquí falta una. —se había dado cuenta de que la princesa más mayor no estaba y no reclamaban su presencia. También por la conversación familiar que dos tuvieron antes.  —Por una vez que quiero hacer algo bien, vais y uno de vosotros decide morirse. —terreno peligroso, ya tenía casi todas las miradas encima, y la gran mayoría ofendidas, no por los insultos, a eso estaban acostumbrados, sino por la poca importancia que le dio al reciente fallecimiento de Hakuei. —¿Qué? —y al parecer, no fue capaz de ver el error. 

—Eres un insensible... —Kougyoku arrugó su falda de la impotencia. 

—Y un pobre desgraciado que repele al resto del mundo y que luego se queja de que está solo. —tras aquellas duras palabras, el joven de la cicatriz se levantó y se marchó con rumbo a una de las tiendas de ramas gruesas y hojas gigantes. 

—Más vale que cuides lo que dices, Judal. Te vas a meter en muchos problemas innecesarios por culpa de tu obsceno desinterés por la muerte de una familiar y compañera. —la mirada de Kouen era afilada, helada. Si fuera algo físico se estaría clavando en él como el acero de una espada. 

—¿Perdón? ¿Tengo yo la culpa de que se haya muerto? Oh, claro que la tengo, como no pude con esa tormenta rara, tampoco protegerla. Ah, sí, entonces la culpa es mía, yo la mate. Me comía tanto la culpa que decidí suicidarme tirándome al mar. —que se notara el nivel de sarcasmo que llevaban sus palabras. 

—No he dicho eso, he dicho qu-

—Soy horrible porque el puñetero viento era más fuerte que yo. Admítelo, os habríais sentido mucho mejor si yo también hubiera muerto con ella, ¿verdad? 

—Judal, escúchame. Nosotros no-

—¡Es eso! ¡¿A que sí?! ¡Si tuvierais que escoger a alguien para que muera no tardaríais en señalarme! ¡No es un secreto que me queréis muerto y que sólo me dejáis porque os facilito las cosas! —se levantó, cegado de rabia, y se encaró contra el pelirrojo de perilla. —¡Recuerda bien, chivo, fui yo quien levantó tu puto imperio! ¡Eso antes ni siquiera podía llamarse imperio, no eran más que restos! ¡Sin mí, vosotros estaríais muertos! —no vio levantarse al pelirrojo, como tampoco vio sus intenciones. Este levantó el brazo con extrema velocidad y lo abofeteó. Tal potencia cargó el tortazo que volteó de lado al magi, el cual acabó cayendo al suelo. 

Nadie, pero de verdad que nadie, se esperó una agresión así por parte del Primer Príncipe. Él no era de los que "castigaban" a otros a base de violencia en una discusión. Por lo general era tranquilo, pero... Tal parecía que el oráculo acababa de traspasar la línea de advertencia con él. Ninguno se atrevía a hablar, ni siquiera a hacer escuchar sus propias respiraciones. Hasta los dos generales se giraron a ver a causa del sonido que se creó cuando la palma de Kouen chocó veloz contra la mejilla del azabache. Unos asustados, otros impactados y un vacío auditivo que los bañaba.

Judal no se movió ni un mísero milímetro, teniendo todavía, desde que recibió el golpe, la mano sobre la piel maltratada de su rostro. De lado, apoyado en el suelo sobre el codo contrario, era incapaz de reconocer que había sido agredido directamente por alguien que pensó que nunca lo haría. Sus ojos desmesuradamente abiertos, dirigidos hacia el suelo que tenían delante, no expresaban tanto impacto como el que en realidad tenía. Había colapsado. No sabía qué pensar, no sabía qué decir, no sabía qué hacer. Por no saber, tampoco sabía si debía mover un músculo de su cuerpo. Ni siquiera sabía si su corazón continuaba latiendo. 

Los segundos pasaban y nadie se movía, nadie decía nada. Sólo había una mirada color rojo bermellón cargada de molestia. 

—Cuando dejes de soltar la primera basura que se te pase por la cabeza decidiré si dirigirte la palabra o no. —rodeó como si nada a Judal y se metió a una de las tiendas, al igual que hizo su, ahora, único primo vivo. 

En cuanto lo hizo, Kougyoku no perdió el tiempo en ponerse en pie e ir a socorrer al magi con la preocupación por las nubes. Su hermano jamás golpeó a nadie de esa forma, jamás lo vio perder los estribos. Se agachó al llegar a su lado. 

—¿Estás bien?... —acercó sus manos para tocarle y que le mirara. Necesitaba observar qué tan dañino había resultado el bofetón para la frágil piel del oráculo, más en aquella situación que no disponía de magoi que le curara lo que le ocurriera. Pero antes de poder rozarlo un poco fue él quien le apartó la mano con un golpe ligero en esta. No le hizo daño, como máximo un leve picor durante unos segundos. Tal vez el dolor físico fue apenas imperceptible, pero el emocional al haber sido apartada de esa manera no. 

—¡Princesa! —si no hubiera sido por el llamado urgente de Ja'far, la de cabello rosa habría arremetido también contra el azabache, sólo que verbalmente y sin ser muy dura, nada más para hacerle saber que un desprecio como ese dolía. Ella se volteó, y no fue la única. El segundo en hacerlo fue Judal, y después el resto que quedaba en torno a la fogata. El albino no necesitaba decir mucho más, al mirar en su dirección era imposible no fijarse en que Sinbad tenía violentos temblores en todo su cuerpo. Por más que Masrur lo apretaba para que cesara, la fuerza de estos movimientos no descendía.
Kougyoku no tardó nada en volver sobre sus pasos, pero esta vez para llegar a donde ellos estaban sentados. Tantas preocupaciones en tan pocas horas... Suspiró tras analizar con una mirada al rey. No estaba despierto, no era consciente de que temblaba, era su propio cuerpo quien reaccionaba. 

—No pasa nada, señor Ja'far. Eso es bueno. 

—¿Bueno? —no comprendía cómo era bueno que alguien tiritara de frío. 

—Sí, significa que ha recuperado la sensibilidad y que están subiendo sus grados. Creo que pronto estará bien. —vio con un poco de gracia y una diminuta sonrisa cómo el oficial cerraba los ojos en alivio y echaba la cabeza hacia atrás. 

—Oh, santo cielo... Gracias. —el agradecimiento no fue dirigido a alguien en especial. 

—Si Ka Koubun estuviera aquí... —estaría muy orgulloso de ella por haber aprendido tanto con él. Su sonrisa tonta delataba que estaba ligeramente emocionada por ser capaz de ayudar. En verdad, si no hubiera sido por los conocimientos en medicina que su consejero imperial le ensañaba ella no habría podido salvar al monarca. Era así, Kougyoku le había salvado la vida al de cabello lila. ¿Qué diría él al saber que ha tenido que ser rescatado dos veces en un día por dos integrantes del Imperio Kou? No se sabía con certeza, Sinbad era una caja sorpresa, y no por sus reacciones, sino porque sus respuestas no solían variar en cuanto a actitud, pero en momentos inesperados el contexto cambiaba y sorprendía al resto. 

En medio de aquello, el magi aprovechó que todos miraban hacia atrás, hacia donde atendían al rey que tan mala suerte había tenido aquel día, para levantarse e "irse". Dicho así porque realmente no fue a ningún lado, sino que se apartó del grupo y se sentó tras el tronco de un árbol cercano al fuego. Tampoco planeaba congelarse él ahora, sería estúpido que uno se salvara de entrar en estado de congelación y que otro se expusiera a ello poco después. Cerró los ojos y apoyó la cabeza. Menudo día llevaba... Alzó un poco su mano y se tocó la mejilla de forma muy suave. Se encontraba extremadamente sensible y muy caliente. Y de seguro estaría al rojo vivo. Nada más le faltaba que empezara a desprender humo. Si era sincero, le dolió más el golpe que el acto de que Kouen hubiera tenido y seguido la intención de abofetearlo. No era de esos sensibleros, le importaba poco y nada lo que pensaran de él, al menos los del Imperio, y los generales, y los tres amigos idiotas. Pero no Sinbad. De él ya no sería capaz de soportar otro batacazo más, otra mirada de aversión. Ya no. Suspiró por la nariz. Esperaría a que se marcharan a meterse a sus tiendas. Según parecía, las cuatro las habían hecho pensando en ser tres en cada una. Era perfectamente obvio que el rey iba a estar obligado a juntarse con el fanalis y el pecoso. No podía meterse con él en una y retozar un poco, para su desgracia. Por alguna razón en especial, sabía que Hakuryuu estaría en la misma que Alibaba, y que los tres hermanos pelirrojos estaban ya planeados, por lo que tenía dos opciones. Si Aladdin dormía con su Candidato y con el Cuarto Príncipe, él tendría que estar con... Un escalofrío incómodo le recorrió la médula espinal. No, no quería eso, prefería pasar la noche pegado al par de principitos tontos que a dos mujeres con instintos primitivos ocultos. Además, estaba seguro de que si el enano se despertaba entre ellas lo iba a disfrutar.

También podía esperar a que su ropa se secara por completo y ponérsela para dormir a la intemperie. Con las hojas que ya tenía suponía que no pasaría mucho frío, sobre todo si se las ponía por encima de sus prendas calientes. Además... era la opción más segura para él. Aunque a Alibaba no le importara realmente que durmiera con él, Hakuryuu no querría verlo ni en pintura y lo echaría a patadas. Y no estaba como para recibir más golpes, no en esos momentos en los que su magoi aún continuaba bajo. O eso creía. No había probado a intentar formar una gotita de agua, como mínimo. Alzó la mano e intentó ordenar que viniera a él la humedad acumulada en el aire hasta que se formara una gota sobre su dedo, pero... En aquello quedó, en un movimiento vacío. Nada aparecía. Apretó los labios y bajó el brazo, derrotado tan fácilmente. Tal parecía que necesitaba más tiempo para recuperarse. 

Escuchó la voz de Kouha llamarle. Vaya, hasta que se daban cuenta de que no estaba con ellos. Si lo hubieran secuestrado posiblemente ya fuera tarde, y todo porque los imbéciles no le prestaban atención. De igual forma, no iba a contestar. Prefería permanecer escondido ahí, que le dejaran en paz lo que quedaba de noche. 

—No puede haberse ido, sabe que no está en condiciones. —Koumei no tragaba que Judal fuera tan idiota, menos en su estado. 

—Es de Judal de quien hablamos, es capaz de irse así a cualquier lado... —pero el de cabello fucsia no cedía a la lógica. Se levantó bajo el resto de miradas. 

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Kougyoku, confusa y algo angustiada. 

—Voy a buscarlo, ¿a qué más? No sabe valerse por sí mismo sin magia. —esa dolorosa verdad... Ni siquiera la princesa lo rebatió, pues hasta ella era más fuerte y veloz que el oráculo. 

—No puedes ir tú solo de noche, es peligroso. Y no tenemos los Contenedores. —el Segundo Príncipe intentaba por todos los medios verbales retenerlo. 

—No soy tan débil. 

—No vas a ir. —el timbre grave de Kouen, que acababa de asomarse, fue lo que congeló al muchacho, quien se giró sin decir nada hacia su hermano más mayor. —Judal ya es lo suficientemente adulto como para saber a lo que se arriesga. —pausó. —Esperaremos hasta el amanecer. Si no ha vuelto para entonces saldremos a buscarlo. —y sin decir más, se introdujo de nuevo en su tienda. 

Kouha volvió a sentarse en silencio, sin saber que unos metros más allá, sentado y apoyado en el tronco del árbol, se encontraba el azabache con un cabreo monumental, mordiéndose la lengua por no ir y gritarle un par de palabras bien dichas.

¿Cómo se atrevía a decir tales cosas sobre él? ¡Eran privadas! Y por si fuera poco, los dos generales de Sinbad estaban presentes. ¿Podía ser la situación más humillante? Sí, podía, estando él con ellos. Ahora que volvió a acordarse del rey... Se inclinó hacia un lado y asomó la cabeza para ver al grupo. No le agradaba lo que veía, pero según la bruja era algo bueno, y era que los violentos temblores del monarca todavía no cesaban. Tragó saliva, notando su garganta ligeramente más cerrada de lo normal, y una especie de nudo en la boca del estómago. Detestaba ese nuevo sentimiento, con lo bien que vivía él sin tener preocupaciones por alguien...

—Necesito dormir... 

—Príncipe Koumei, usted siempre se duerme. —comentó Morgiana con una sonrisa débil, relajando el ambiente. El mencionado soltó una risa suave. 

—Cierto, pero no quita que no lo necesite. —sugirió. 

—Pues yo creo que se merece dormir eso y más, con todo lo que trabaja es normal acabar cansado. —Alibaba estiró sus brazos al mismo tiempo que el pelirrojo de pecas se levantaba. 

—¿No haréis lo mismo? 

—No, nos quedaremos unos minutos más. —respondió el rubio por todos lo que quedaban. El Segundo Príncipe miró a su hermano menor, preguntando con la mirada si él le acompañaba o si se quedaba. 

—¿Kouha? 

—Bah... —fue lo único que respondió con terquedad, mirando al fuego con un deje de inconformidad. Se asimilaba a un niño pequeño que no había conseguido lo que quería porque su madre le dijo "no".

—Como tú quieras. Hasta mañana. —se despidió y se metió a la misma tienda que su otro hermano. 

A los pocos segundos, el de cabello fucsia se levantó una segunda vez, siendo observado por los otros. 

—¿Al final decidiste que sí? —Alibaba se refería a si cambió de opinión sobre irse a dormir en ese momento. 

—¿Qué? No. —chasqueó la lengua. —Voy a buscar a Judal, no debe de haber ido muy le-

—¡Pero Kouen dijo-! 

—Me da igual. —la seriedad con la que lo dijo dejaba ver entremedias algo de dolor y arrepentimiento, tal vez por estar desobedeciendo a su querido hermano. —Judal es mi amigo, me agrada mucho, y no voy a dejar que ande solo por ahí, de noche en un sitio feo y asqueroso que puede tener monstruos por todas partes. 

Y mientras, el magi oscuro escuchaba con una sonrisa malévola. ¿Amigos ellos dos? Por supuesto, lo siguiente sería hacerlo su segundo amante. Que se notara el sarcasmo de su expresión. Le parecería divertido si se perdía intentando encontrar a alguien que no se ha perdido. Deseaba ver cuánto tiempo podía durar en ello antes de rendirse y volver. 

—Idiota~... —susurró para sí mismo sin poder dejar de sonreír. Al día siguiente iba a burlarse de él como nunca lo hizo. Eso si regresaba, su imaginación ya jugaba con distintas situaciones en las que los animales de aquella isla se comían vivo al Tercer Príncipe. Hacía un gran esfuerzo por no reírse y delatar su posición. Lo vio alejarse y meterse entre el follaje de las plantas hasta que desapareció. —Menudo estúpido. 

—Cielos... —el rubio se rascó la cabeza. Tampoco es que hubiera tenido posibilidades de detenerlo. —Ya es bastante tarde, y visto lo visto tenemos que recuperar las mayores energías posibles. Quién sabe lo que nos depara este lugar... —sin darse cuenta, comenzó a escudriñar el entorno. Tan oscuro, tan silencioso. 

—Masrur, déjalo en el suelo, con cuidado, y ayúdame a mover nuestra tienda para acercarla a la fogata. —Ja'far se levantó y comenzó a sacar los palos del suelo. —El fuego calentará las hojas que nos cubren y el interior estará más caliente para Sinbad. 

Ni siquiera dijo nada. Hizo caso a todo. Después de dejar al tembloroso rey en el suelo, vigilado por los demás, terminó de sacar todos los palos que hacían de base para la tienda y la acercaron más al fuego entre ambos. Una vez hecho la soltaron, y el fanalis clavó con fuerza de nuevo aquellos palos en la tierra. 

—Vamos. —el albino retiró la hoja que hacía el papel de cortina y puerta, y entró. El gran pelirrojo volvió a tomar al monarca en brazos y fue tras el oficial. 

Desde detrás de aquel tronco, el oráculo observaba cómo el resto imitaba a los generales, pero con sus respectivas tiendas. Tal parecía que iban a irse a dormir todos. Como lo pensó, las dos mujeres fueron juntas y se llevaron a Aladdin con ellas, y el ex príncipe se metió en la que Hakuryuu ingresó anteriormente. Ahí sólo faltaba él ahora. Ah, pero no, no iba a meterse con ellos. No después de la riña, no iba a caer tan bajo. A parte, no tenía gana alguna de acercarse a nadie. 

Cuando vio el lugar vacío, salió de su escondite con sigilo y observó por unos momentos las llamas ardientes. Un extraño escalofrío recorrió su columna, e inconscientemente, giró su cabeza para mirar hacia atrás, justo entre la oscuridad de las plantas. Acababa de tener una corazonada, y no de las buenas. La inquietud le invadió el cuerpo sin avisar. Su decisión sobre si entrar o no a la tienda que le correspondía se comenzó a tambalear. Pero no cambió de opinión a pesar de ello, así de cabezota era. Caminó hacia la tienda del de cabello morado. Necesitaba verlo, aunque fuera unos segundos. Apartó lentamente la hoja hasta dejar una línea por la que poder mirar el interior y puso el ojo. Los dos generales, tumbados y dormidos, tenían a Sinbad entre ambos, suponía que para darle más calor. Le habían arropado con la capa de Kouen, la que antes les ofreció. Se pudo sentir más tranquilo, los temblores del rey parecieron cesar por completo. Con un poco de suerte, por la mañana estaría casi nuevo. Dejó caer la hoja, dejando que cerrara la tienda por sí sola, y se dirigió hacia la lumbre. Tocó su ropa, la que aún se encontraba tendida junto con la del monarca, sobre ese tendedero provisional. Estaba seca, y lo mejor de todo, cálida. No se lo pensó dos veces. Se deshizo de las hojas que cubrían su cuerpo cual vestido vegetal, las puso sobre el suelo a modo de cama y se colocó sus propias prendas con mucho gusto a causa del calor que le otorgaban. En cuanto lo hizo, se tumbó sobre sus sábanas momentáneas, justo de frente a las llamas para no tener frío. Irónicamente, de seguro se sentía mejor así que dentro de una de esas cosas que construyeron. Se estaba empezando a dormir muy fácilmente a causa de la calidez. Tal vez pasara así el resto de noches, se encontraba tan a gusto, tan calentito. No pasó más de un minuto y cayó completamente dormido. 

—Este tonto... ¿Dónde está? —Kouha continuó caminando a través de la oscura vegetación, sin un atisbo claro de luz y frotándose los brazos a causa del frío. No se lo creía, con el calor que había pasado cuando fue de día... No esperó que siendo un lugar tropical, o similar, la noche fuera tan helada. Para rematar la faena, muy en el interior de su persona, comenzaba a admitir que se había perdido en plena oscuridad. No regresaba sobre sus cautelosos pasos por el hecho de no confundirse más de lo que ya estaba. Se consideraba seriamente el detenerse de inmediato y gritar desde el sitio con la prevalecedora esperanza de que alguien le oiría. —Eso es... —mas al parecer, el grito tendría que esperar. Poco más adelante había podido ser capaz de ver un par de plantas, unas con una forma y tamaño que conocía bien. Reanudó su caminar, ahora más veloz, hacia ellas. 

Aloe vera. Había echado tanto de menos sus propiedades suavizantes y nutritivas para la piel, llevaba tanto tiempo sin sentir el placer de untar esa fresca esencia natural sobre su rostro y cuerpo. Hasta creía empezar a sentir que se estaban resecando. Bien, se acercaría, rompería un par de esas gruesas hojas, las guardaría y gritaría por ayuda. Estaba completamente seguro de que sería escuchado, no se había alejado demasiado a su parecer. Todo iría de perlas, aunque no contaba con cierto factor... Se encontraba en territorio desconocido, y en un sitio así, todo podía ser hostil. Incluso aquello que le había estado acompañando desde su nacimiento... 

Su sombra. 

Era algo increíble, en unas horas pasaron de encontrarse en un campamento oscuro y lúgubre a uno soleado, bonito, hasta incluso agradable. La primera impresión de Kouen en cuanto salió de su tienda, recién levantado y con una imagen bastante... digna de ver, fue abrumadora, mas como era de esperarse, su expresión impasible y seria parecía no abandonarlo nunca. O casi. Con su cabello rojo, todo enmarañado y despeinado, y con sus ropas descolocadas, caminó un par de pasos. Observó en silencio bajo los rayos anaranjados del naciente sol de la mañana a Judal dormido, acurrucado sobre unas hojas y al lado de los restos de lo que fue una fogata. Sabía que iba a terminar volviendo. Se colocó las prendas en condiciones, se dio la vuelta sobre sus pasos y metió la cabeza en su propia tienda, mirando ahora a Koumei en un estado similar al del magi. Tal vez más profundo. Pero a diferencia del oráculo, el Segundo Príncipe sí era útil. 

—Koumei. —no necesitó nada más que su tono tranquilo, aunque potente, para despertar al otro. Este se removió, se sentó y se frotó los ojos. ¿Eso en su cabeza eran nidos de pájaros o realmente era su cabello? No importaba, fuera lo que fuera, no era de su incumbencia. Le extrañó un poco no ver a Kouha roncando al lado del otro. No iba a preocuparse de todos modos, no era raro tampoco que el muchacho de cabello fucsia madrugara de vez en cuando. 

Sacó la cabeza y repitió el proceso en la tienda de al lado. 

—Hakuryuu, vamos. —y ahí acababa du trabajo de despertador personal. A Kougyoku la dejaría un rato más, y el resto no eran familiares suyos, por lo que no tenía ni el deseo ni la obligación de hacerse cargo de ellos como si de su niñera se tratara. 

Hubo algo que no esperó, sus ojos se abrieron ligeramente al verlo. ¿Cómo...? No era ni más ni menos que Ja'far, quien volvía de entre la espesa vegetación con una cesta improvisada. Una cesta con peces, para variar. ¿En qué momento salió? ¿Cómo fue posible que se marchara a pescar con tanto sigilo? Para el Primer Príncipe aquello era un problema, significaba que su mecanismo de alerta estaba estropeándose. Eso, o el albino era un maestro del sigilo. Si era lo segundo, debía cuidarse de tal individuo, aún no plantaba la confianza en los subordinados de Sinbad. Obviamente, en el mencionado menos. Lo mínimo ahora que ambos se habían visto era ser respetuoso, lo justo para no ser rebajado a maleducado. 

—¿Cómo está? —ante la suave pero dura pregunta el oficial se tomó su tiempo para mirar durante dos segundos al hombre. Luego dejó la cesta en el suelo. 

—Está mejor. —sabía que Kouen sólo gustaba de saber justo lo que preguntaba, ni más ni menos. Era eficaz ser directo con él. 

—¿Despertó? 

—Aún no. 

Y ahí quedó su efímera conversación. Lo más sorprendente del momento fue que no hubo ningún tipo de tensión entre ellos, todo lo contrario. Los dos se encontraron relajados, como si no fueran necesarias la confianza y la desconfianza. Ambas no existieron. Tan complicado y al mismo tiempo tan sencillo. 

Al minuto, Hakuryuu salió acompañado de Alibaba, el cual también se acabó despertando. A la vez que ellos, Morgiana también se dejó ver. Tras ella y transcurriendo poco a poco el tiempo, Masrur, Kougyoku, y por último, Aladdin. Este había recuperado gran parte de su energía, aunque... su rostro no la expresó, precisamente. Se sentía como incompleto, era algo que le incomodaba ligeramente, notaba que algo faltaba en su ser. Rápidamente lo atribuyó al magoi. Eso era lo que todavía le faltaba y que no se hubo recuperado del todo. Tenía sentido.

El Primer Príncipe lo dejó muy claro, incluidos a los generales de Sinbad. Se necesitaban todas las manos posibles, sobrevivir no iba a ser fácil. Tal vez hubieran tenido suerte el día de llegada, pero no estaban tan seguros de que continuara así. Necesitaban asentarse en una zona menos húmeda, y por lo tanto, abandonar el río que tenían cerca. Sería muy difícil encontrar otro claro con algún arroyo. Ya que Ja'far se había encargado de recoger el alimento para el resto del día, lo que harían sería justo eso, explorar y ampliar su campo de reconocimiento. Pero para ello... Antes de enviarlos a la tarea, el pelirrojo miró al magi oscuro dormitar. No, no dejaría que continuara durmiendo, él también tenía cierto deber en aquel momento. 

—Judal. —lo llamó con tono firme. Este se removió un poco, soltando quejidos de molestia. —Judal. —lo intentó de nuevo. 

—Nnnhggaaaagh. —sin abrir los ojos y sin despertarse se dio la vuelta y apoyó la cabeza sobre su brazo, con la boca abierta y las comisuras húmedas de saliva. Ni hablar del agujero negro que ahora poseía por cabello. Aquello ya no era una trenza, era una rasta áspera y enredada del tamaño y grosor de un pilar de palacio. 

Kouen no se lo pensó dos veces. Se agachó, tomó un mechón de pelo azabache y tiró. —¡Aaay! —misión cumplida, oráculo despierto. Y adolorido... —¡¿Qué mier-?! 

—Cállate y escucha. Nos vamos, te quedas a cargo del rey Sinbad hasta que alguien más responsable que tú regrese.

—Judal tenía la cara hecha todo un poema. 

—¿A dónd-? 

—Cuando volvamos lo sabrás. —sin perder más el valioso tiempo, indicó las direcciones de cada uno. —Iremos en los grupos formados para las tiendas. Aladdin, ve con Kougyoku. Koygyoku, buscarás a Kouha. —y en menos de un minuto no quedó nadie. 

El magi se había quedado solo, sin respuestas claras, recién levantado, hecho unos zorros y con la expresión más épica de no saber qué estaba pasando. Sacudió la cabeza y suspiró molesto. En un movimiento, sintió lo que era su propia trenza, aunque... 

—¿Pero qué...? —la puso sobre su hombro y la colocó delante de su cuerpo bajo una mirada casi de puro horror. —¡La puta que me parió! —la pregunta en su mente era cómo diablos iba a arreglarse toda esa melena anudada sobre sí misma. Por aquellos momentos se olvidó completamente del monarca y pasó a desenredar con sus propias manos. 

¿Tiempo? No estuvo atento a él exactamente, mas pudo ser fácil que transcurriera una hora. Sus dedos dolían y sus muñecas chascaban al girarlas. Valió la pena, consiguió desanudar todo, ligeramente más despeinado de lo normal y sin esas típicas esferas de cabello en su peinado. La forma de estas se aguantaba gracias a la magia, pero desde el día anterior la gran trenza estuvo perdiendo volumen, hasta aquel momento. Ahora no era nada más de que una larga y ondulada trenza totalmente normal. Para bien o para mal, le daba un aire menos agresivo. Metió el dorso de la mano bajo ella y de un rápido y elegante movimiento la lanzó hacia atrás. Se levantó, se sacudió y caminó hasta la tienda correspondiente a dónde Sinbad debía estar. No se asomó como hizo la noche anterior, directamente entró sin permiso de nadie. Según él, tenía permitido hacerlo, pues nunca nadie le dijo que no podía entrar. Y Kouen le encargó cuidar del rey, ¿no? Y no podía cuidarlo como debía desde fuera, ¿verdad? El muchacho siempre se las apañaba para transformar todo a su favor. Se sentó al lado del adulto y lo observó dormir por unos segundos. Por alguna razón, no estaba cómodo, así que dejó que su cuerpo se moviera solo. Llevó la mano sobre el pecho cubierto del monarca y la dejó ahí. Por increíble que pareciera, no había parecido confiar en lo que hacían ver, en que realmente Sinbad estaba fuera de peligro. Se alivió cuando pudo reconocerlo por sí mismo con aquella mano, sintiendo el suave y melódico palpitar junto con un ritmo torácico estable. Miraba con deseo oculto tras el carmesí de sus iris mientras entre sus dedos rizaba un mechón lila. Suave, muy suave. Inconscientemente, lo acercó hasta su rostro y respiró con delicadeza el aroma a lavanda. Con el pulgar de su mano contraria delineaba el mentón del rey. No era como el de Kouen, también era suave, como su largo pelo. Ni un sólo rastro de vello facial. A veces le extrañaba aquel hecho. Tal vez Sinbad no estaba predispuesto genéticamente a poseer barba, perilla o bigote. Bueno, mucho mejor para Judal, no deseaba tener que sentir vello pinchándole cada vez que quería besarlo. Subió su dedo hasta sus labios, unos levemente rosados que las horas anteriores se encontraron tan azules como los cuerpos de los propios djinns. No estaba precisamente muy alejado de aquel rostro durmiente. Llevaba mucho tiempo sin uno, anhelaba el roce, como mínimo. Tan cerca, cada vez más. Sólo unos cuántos centímetros y... 

Su corazón se volcó y su cuerpo saltó en el sitio, recorriéndole un duro escalofrío por sus vértebras. 

Un grito que se alzó sobre lo más alto de los árboles y siendo escuchado por todo aquel en la isla. Un grito agudo. Un grito que enviaba las emociones más horripilantes jamás sentidas.

Pánico, terror.

Un sonido excesivamente desgarrador para una joven princesa.

Notas finales:

Y pues ya está, siento lo “seco” del capítulo. Las prisas, el estrés y demás no dejan que la inspiración salga como debe. En fin, recuerden que tras haber publicado este cap de Doppel el siguiente cap será de Esclavo. ¡No se lo pierdan, he!


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