EL televisor al fondo resonaba, pasando aquella noticia que tenía rondando casi un mes a nivel internacional, de manera incansable; fastidiado de aquello, un Alfa apago el televisor, obteniendo un quejido de un enérgico canadiense de ojos azules a su lado.
—¡Beka! — Reclama el Omega, acomodándose a un lado de su pareja—. Quería saber que seguían diciendo de mí.
El menor suspiro, acostumbra al nada discreto amor propio del canadiense. Pero, en realidad no quería seguir escuchando aquel tono despectivo muy sutil en las personas que hablaban de Jean; del tres veces medallista de oro, quien resultó ser un Omega.
—Puedes seguirlo escuchando después.
Y Jean cumplió su promesa, después de su tercera presea dorada, casi cinco años después; se paró con la más amplia de las sonrisas, anunciando sin pudor que el Rey era, y siempre ha sido un Omega.
Lo inevitable paso, al igual que Yuuri Katsuki, sus logros comenzaron a justificarse por la presencia de Otabek, que fue forjando su reputación a través de los años; los méritos propios se pusieron en duda, hasta investigando si se había evaluado adecuadamente las rutinas de Jean; las grandes competencias comenzaron a evitar su participación con excusas; a Jean no le importaba, había logrado muchos de sus objetivos.
Y no todo fue frialdad, su ciudad, como gran parte de sus seguidores le apoyaron. Con una maleta en mano, Otabek busco un lugar en Canadá para que vivieran juntos, de lo cual ya había sido hace unos meses.
La relación con los padres de Jean era buena; o al menos cortes con Alain, quien, después del retiro de su hijo, comenzó a incluirse en la rutina del kazajo, cosa que su entrenador recibió muy emocionado, y su familia agradeció al padre de Jean; claro que Otabek sabía que no era nada cercano al altruismo, simplemente Alain no podía aceptar nada que no fuera excelencia en la pareja de su hijo.
Jean por su parte, seguía ayudando a la caridad, aunque no de manera económica, sino apoyando con visitas y actividades.
—Oye, ¿Ya le dijiste a tu papá que...?
—¿Queremos una familia? — Jean ladeo la cabeza, entretenido con alguna película que pasaba aquella tarde—. ¿Por qué? ¿Qué no estamos casados?
Otabek sonrió ante la última pregunta, apenas llevaban un año de haber formalizado su relación; con el tiempo que pasaban en sus actividades, y Otabek viajando a campeonatos, en realidad se veían poco, siendo esta una de las razones de decidir llevar su relación un peldaño más arriba.
—Eso...pues sí, pero...— No sabía cómo decirle al Omega, que su padre aun lo miraba como si estuviera receloso, casi como si intentara matarlo con rutinas de practica inhumanas; el hermano menor de Jean tampoco se quedaba atrás, tan territorial y agresivo como era, normal al ser un Alfa.
—Ya se los dije, dijeron que vendrían a darnos consejos la siguiente semana, ¡Sabia que no era problema!
Otabek suspiro, hundiéndose en el mullido sillón, y jalando a Jean con un brazo sobre los hombros de este, para hacer que se recostara sobre él.
—Podríamos ir a patinar mañana— opinó Otabek, cómodo con el peso del cuerpo del otro sobre si, sintiéndose feliz por la forma en que sus esencias estaban juntas, de manera permanente.
—¿Pero no estas tomando unos días de descanso? — El Omega levanto su rostro, para mirar al kazajo a los ojos.
—Sí, pero hace tiempo que no patinas, ¿O ya olvidaste como se hacía? — Reto el Alfa.
—El Rey jamás olvida aquello en el que es el mejor.
Jean, a pesar de no patinar como antes, se mantenía en forma, dando pequeños conciertos locales con su banda, además de estar visitando los lugares a los que envió donaciones alguna vez.
—¿Quién dice que eres el mejor? — Pregunto, abrazando al canadiense.
—Todos, no es algo que necesites preguntar Beka— Jean seguía confiando absolutamente en sus capacidades—. Cuando ganes al menos tres medallas, quizá podrías ser el consejero del Rey
En días posteriores, fueron a pasar la tarde a la pequeña pista de la familia Yang; solitaria en aquella helada noche de invierno, como el recuerdo más preciado en sus vidas; Jean reía de los fallos del Alfa, enorgulleciéndose de lo impecables que eran sus saltos.
—Te falta altura Leroy— Otabek sonrió con suficiencia, al ver al canadiense casi caer después de uno de sus saltos.
—No querrás decirte eso a ti, mis saltos son los mejores— Sonrió radiante, continuando las líneas sobre el hielo, deslizándose; recordando todos los momentos que vivió, todo lo que su cuerpo se grabó y hacía de manera natural.
—Jean... ¿No te arrepientes? — Le pregunto, acercándose al Omega, que se quitaba los patines, terminando aquel día.
—¿De qué? — Su expresión era ingenua, no entendiendo el cuestionamiento—. ¡Ah! — Se da cuenta, pensando un poco—. No hay nada de que arrepentirse, ser patinador no es un camino muy largo, solo quise irme antes. No puedo decir que no me da un poco de pena, el que ya no puedan admirarme.
—Si es así, entonces patinare por ti, demostrando que mis saltos son tan buenos como los de JJ.
—Aun así, mi quad Salchow es el mejor; ese es mi legado, ¿sabes? Pero suerte, da tu mejor esfuerzo.
Caminaron después, tranquilos a una su pequeña casa, que estaba cubierta por las primeras escarchas blancas del invierno.