Jean caminaba despacio, acomodando el suéter holgado junto con su chamarra, que cubría apenas su ligeramente abultado vientre; disfrutaba del rumor de sus pies enterrándose en la nieve; Otabek seguía el mismo caminar acompasado, tomando de la mano a un pequeño de tres años, de cabellos de una tonalidad parecida a una madera oscura, con ojos azules, de una color cristalino.
Esa era la primera vez que Serik, tocaría el hielo, que conocería la sensación de deslizarse como si de danzar sobre agua se tratase; el nombre fue sugerido por la madre del kazajo, gustándole bastante a ambos.
—¿No es un poco pronto para decirle que patine solo? — Otabek veía preocupado, siguiendo de cerca al pequeño cuando este tambaleaba al recorrer con cuidado unos centímetros.
—¿Tú crees? — Pregunto Jean, manteniendo perfecto equilibrio, y cerca de la orilla, dado que el kazajo no quería que hiciera esfuerzos, o se arriesgara a una caída—. Yo inicie en este lago con mis padres cuando tenía tres años; Rosalie y Avery también.
A veces, Otabek olvidaba que toda la familia del canadiense tenia historia como profesionales en cuanto a patinar se refería, teniendo una carrera solida sus hermanos en senior.
—Beka, yo diría que vayas para allá si te preocupa, que Serik ya está llegando al otro extremo— Señalo el Omega, con una ceja alzada, cuando el castaño se apresuró a estar cerca de su primogénito.
El moreno se cruzó de brazos, viendo a su pareja perseguir al niño, que había encontrado ya como controlar la dirección en la que iba; decidió quitarse los patines, incomodo por la ligera hinchazón de sus pies, no es que se quejara, su cuerpo era definitivamente más fuerte que el de un Omega promedio.
Un año después de que Yuuri y Victor tuvieran una pequeña de cabellos plateados; Jean le dijo a su Alfa, de la forma más casual posible una tarde.
—Oye Beka, ¿No te gustaría que tengamos familia? Ya pareces llevarte mejor con mi padre, y llevamos un tiempo juntos.
Decir que Otabek se le cayó una taza de café bastante caliente, y no lo sintió por lo sorprendido que estaba, era poco.
Yuri, el bien conocido tigre de Rusia, no tardó en aparecer por su casa; con algunos artículos infantiles relacionados con adornos de tigres. El rubio jamás, en lo que restara de su vida admitiría que el canadiense se veía rozagante, casi adorable;
Casi; si no fuera por la extrema facilidad que tenía este para hablar de más.
—Traje cosas para Otabek, solo porque las necesitaran, y no confió en que sepas que hacer después Leroy— El ruso, tuvo que confesarse a sí mismo que quiso abrazar al canadiense cuando este le agradeció entusiasmado por los regalos.
La mamá del Omega recibió la noticia con alegría, su esposo también, lo cual no cambia que fue un tanto incomodo el dialogo entre el Alfa y Alain después del anuncio.
—Felicidades— Susurro el Beta, mirando hacia otro lado; algo sentimental por lo que se avecinaba en la vida de su hijo mayor.
—Gracias— Otabek también evito mirar a su suegro, mientras la madre de Jean parecía hablar de infinidad de cosas con su hijo.
Rosalie, la hermana menor de Jean fue más amable, incluso dándole un abrazo a la pareja, contenta por la idea de tener un sobrino; Avery, el hermano de en medio, no estuvo muy tranquilo con la noticia, viendo de mala manera al kazajo cuando se atravesaban; al final termino por acostumbrarse, especialmente cuando vio los cambios en el cuerpo de Jean.
Cambios lentos, sutiles; el Omega estaba tranquilo, aprendiendo a lidiar con el cansancio, y otras diversas molestias en su cuerpo. Otabek estaba intentando asimilar el hecho de que sería padre, teniendo una pequeña crisis, dudando de si sería capaz de afrontar todo lo que implicaba aquello.
Pero el tiempo para dudas deja de existir cuando la realidad llega; con su primogénito en brazos, el Alfa supuso que lo que pasara después no importaba, el daría su mejor esfuerzo. Con el primer año de su hijo, aprendió que ninguno de los dos volvería a dormir como antes.
Fue una sorpresa que casi a los tres años de Serik, Jean le dijo, nuevamente como si de hablar del clima se tratase, que sería padre nuevamente; ninguno de los dos lo planeo, pero el acontecimiento fue recibido con los brazos abiertos.
—Parece que tendrás un hermano Seri— Le dijo el Omega al pequeño, que estaba decidiendo en si sentirse asustado o feliz, muchos de sus amigos se quejaban de lo molesto que podía ser un hermano.
Las cosas, a veces se acomodan sin que se espere; Otabek Altin, le costaba aun creer que de aquellos tiempos en que el canadiense le parecía insoportable, pasaría quererle así, o ser feliz al formar una familia con él.
La nieve creo una pulcra capa sobre los diminutos hombros de su hijo, bajo la luz del atardecer, y en los ojos azules que miraban con dulzura a los otros dos.
Se puede decir, que nadie tiene la última palabra sobre los sueños, los afectos o la felicidad.