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Ovejas negras por Kaiku_kun

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Otoño de 1984

Félix cerraba una carta más para su amado mientras escuchaba Fat Bottomed Girls de Queen, de fondo. Una de tantísimas durante ese último año.

Todo había ido muy deprisa el verano anterior. Simplemente los sentimientos estaban allí, y aunque su nuevo novio era taciturno y le costaba sonsacarle sus problemas (en especial familiares), Félix era feliz estando con él, especialmente porque sabía que la mitad de las sonrisas que sacaba día a día eran por él. Roger, aunque no era ni mucho menos tan hábil (ni se predisponía tanto) al escribir como su hermano mayor, pero incluso con las faltas ortográficas más tontas y sangrantes se esforzaba para responder todas las cartas con palabras de amor y hechos rutinarios que a Félix le interesarían.

En la misma carta podía haber palabras melosas a la vez que esto:

«Mi hermano mayor se ha vuelto a meter en problemas, pero está bien. Creo que ha conocido a alguien, no estoy seguro. No me lo quiere decir. Y tiene un trabajo estable.»

Félix tenía el impulso de salir corriendo de su casa para calmar a su novio y cuidarle cuando leía cosas como esa. Pero también había música. Hablaban de bandas que descubrían, como The Cure, The Police, bandas que se estaban empezando a hacer famosas, y hablaban de compartir gastos a la hora de comprar sus discos. Roger tenía dinero (sin pasarse). Félix no.

Y es que Roger era su refugio. Félix se distanció de sus amigos al dejar la secundaria, y las peleas con su padre se endurecieron cuando sólo después de un año, dejó la carrera de Derecho, lo que su padre quería para él.

—Ni me gusta, ni me interesa pasarme un montón de años empollando libros de leyes.

—¡Tú mismo! Pierde el tiempo en una carrera sin sentido. ¿Qué mierda dijiste que querías estudiar? ¿Historia? ¡Eso no te da para vivir! Ni siquiera para cobrar un sueldo mínimo y seguir viviendo aquí.

«Habla el que suspendió el examen de acceso a la carrera de informática», pensó. Pero si lo decía en voz alta, además de una bofetada se ganaría la respuesta «pero aquí me tienes, trabajando para Siemens en el extranjero y luego por todo el país cobrando una pasta». Su padre tenía que ser uno de los puñeteros afortunados de ser escogido para traer la informática a gran escala a España. Cuando estuviera jubilado, estaba seguro Félix, que su padre no dejaría de contar las mil y una batallitas de sus viajes interminables mientras su esposa se pudría sola educando a los hijos.

Su madre tampoco se ponía de su parte, sólo recalcaba con más tacto que tenía que ser práctico. Así que renunció a su sueño de estudiar Historia en la universidad y escogió lo que más se le acercaba y que le daría un trabajo digno.

—He escogido Turismo —anunció ese año, al acabar las vacaciones—. Puedo trabajar en hoteles, en visitas guiadas, hay trabajos de gestión…

—Bien —dijo su padre, mirando la tele. Era todo lo que conseguiría de él.

En la siguiente carta, le contó a Roger esa elección. La respuesta de su novio fue sorprendente para él:

«No deberías haberte doblegado a su voluntad. Tendrías que haber escogido Historia. ¿Por qué dejas que te controle?»

La respuesta que le dio era simple: no tenía la fortuna de tener un trabajo que le pudiera pagar todo y una casa lejos de su padre. Vivir en Barcelona era infinitamente más caro que no en el centro de la región, donde Roger tenía su vida.

Para colmo, Queen parecía que se iba a separar. Félix había oído ya en muchos sitios las batallas constantes dentro de la banda por la música y por Freddie, y el pobre barcelonense quería creer que sólo eran rumores para desacreditarles, pero que su cantante favorito lanzara un disco por su cuenta y que a Félix no le gustara era una muy mala señal.

Dejó de seguir a Queen una temporada por ello. Sólo conservaba sus discos favoritos cerca. Le deprimía que su banda favorita estuviera pasando por algo así. La música tenía que ser un refugio no otro motivo de pesadumbre.

Pero para eso tenía a alguien especial en su vida. Un sábado horrible de ese año…:

—¿Sí? —habló por el interfono.

—Hola, Félix.

Casi se le cayó el telefonillo de la mano.

—¡Roger! ¿Qué haces aquí?

—No trabajo los sábados.

—Odias la ciudad.

—Pero a ti no.

Félix sonrió como un tonto y se olvidó de ser discreto cuando dijo a sus padres que su amigo del pueblo había bajado a verle.

—No hace falta que lo ocultes, sabemos que es tu novio —dijo con cierto retintín su madre—. Vuelve pronto. Hoy papá está de mal humor.

Félix abrazó a su madre y le dio mil veces al botón del ascensor para que subiera rápido los nueve pisos de distancia que había con el suelo.

—¡Hola! —le saludó, saltando a sus brazos.

—Hola, ¿cómo te encuentras?

—Ahora mucho mejor —le sonrió.

—¿Te estás dejando crecer el pelo? Se te riza.

—Qué va, si mi padre lo ve, además de llamarme de todo me cortará el pelo personalmente.

—Me lo creo. Vamos, demos un paseo en coche.

Félix le siguió hasta su Seat 127 de segunda mano y subieron a las montañas desde donde se podía ver toda Barcelona. La ciudad se expandía rápidamente. Ya casi llegaba al pie de la montaña sin ningún campo de los que la madre de Félix siempre hablaba.

—¿Crees que Queen se separará? —fue lo primero que Félix le preguntó a su novio, cuando llegaron.

—¡Ah, no hablemos de cosas tristes! ¡Te he venido a ver para pasarlo bien! Mira, hasta he hecho un mix de tu banda favorita para la ocasión.

Las letras mal garabateadas de Roger en el papel del casete fueron toda una sorpresa. La primera canción de todas era «Tie Your Mother Down».

—Nuestra canción…

—Nuestra canción. Y una gran primera canción de disco.

Roger puso el casete en marcha y dejó que sonara. Los recuerdos del año pasado fluyeron rápidamente y, con ellos, los besos. Todos decían a gritos «te devoraría entero, pero no puedo». Félix era una persona con demasiados tapujos. Si no los hubiera tenido, habrían acabado en prisión por escándalo público.

«Mi príncipe azul me rescata una vez más», se decía, totalmente enamorado. «Lástima que vaya a durar tan poco este rescate».

—Sería genial que pudiéramos vivir juntos —dijo.

—A mí me encantaría —correspondió Roger—. Pero tendríamos que tener dinero, y eso es lo último que tenemos, la verdad.

—Ya…

—No te preocupes, lo arreglaremos.

Félix se abrazó durante un largo rato a Roger, como si aquello fuera poner la pausa a su vida.

*  *  *

Verano de 1986

Pero la vida seguía. Queen volvió con todas sus fuerzas con su Live Aid y su nuevo disco después, y giraban por el mundo tan felices. Todo el mundo decía que algo muy gordo (más que los escándalos públicos) había hecho que Freddie sentara un poco la cabeza y volvió con los suyos.

Y de tal forma, Félix seguía también. Sus estudios eran medianamente aburridos, pero tenía un trabajo que le daba cuatro monedillas y de paso su padre perdía poder sobre él. Éste, viendo que su hijo mayor se empezaba a descontrolar, puso un enorme cerco de prohibiciones sobre él que su hermano pequeño no tenía («porque era un lameculos», como decía Roger).

El cerco se estrechó cuando su padre supo que «esos ruidosos y maricas de Queen» venían a tocar a Barcelona ese verano.

—Entonces, ¿no puedo ir? —suplicó Félix.

—No. Estás con tu familia este verano. Ahora que todos tenemos vacaciones tenemos que pasarlo juntos.

—Me dijiste que si tenía dinero y podía pagármelo podría ir.

—Y no lo tienes, o ya te habrías comprado la entrada.

—¡Porque tú te has preocupado de quitarme la mayoría!

—¡Vives bajo mi techo y tenemos muchos gastos, necesitamos el dinero!

—¡Esa es tu excusa para todo! ¡Deja de pegarte comilonas de político y viajar en primera clase y en coches de empresa si tan poco dinero tienes!

Félix vio la bofetada venir, y la recibió bien, pero se sintió mareado igual. Su padre, que tenía todas las venas marcadas en la cara y el cuello, no fue capaz de abrir de nuevo la boca del cabreo que llevaba encima. Y, por supuesto, no hubo concierto de Queen.

Roger se subió por las paredes cuando lo supo.

—¡Ese tío es un desgraciado! ¡Escápate conmigo al concierto! Estoy seguro de que puedo colarte.

—Y yo estoy seguro de que no —contestó con voz apagada—. No, mira, ve tú. Pásatelo bien, disfrútalo.

Roger le abrazó con fuerza. Félix dejó que le enterrara en su perenne chupa de cuero, que ya estaba hecha trizas.

Si tan siquiera el concierto hubiera sucedido mientras estaban en Barcelona… La casa de Félix allí estaba a tiro de piedra del estadio donde se realizaría el concierto. La mayor parte de las veces, cuando su padre ponía el fútbol, escuchaba más el público a través de la ventana que no por la tele. Pero estaba lo suficientemente lejos como para no ver más allá de las gradas. Podría haberlo oído, por lo menos.

Pero no, estaban en el pueblo, y el concierto era en pleno verano.

Félix se perdió el concierto y odió a su padre para siempre por ello. Y lo odió más cuando Roger le dijo que la segunda canción que tocaron era su canción, y no estuvieron juntos para disfrutarla. Y lo odió una vez más cuando Freddie murió años más tarde por su enfermedad y él no había llegado a verle en directo.

*  *  *

Primavera de 1988                                       

Una de tantas, tan seguidas, tan habituales.

—¡Soy mayor de edad y tengo todo el derecho del mundo a hacer lo que me dé la real gana! ¡No soy tu esclavo!

—¡Mientras te comportes como un niñato y te emborraches y te drogues con el mindundi ignorante de tu novio no vas a hacer nada! ¡Estás estudiando, no tienes trabajo, te estoy manteniendo, y harás lo que yo te diga!

—¡Lo único que haces es viajar al quinto coño y dejarnos a todos aquí tirados hasta que vuelves el fin de semana y crees que puedes ser padre un par de días! ¡Mamá es quien nos ha criado, no tú! ¡Tú eres basura como padre!

—¡Eres tú el que sólo hace que traerme problemas! ¡Te has pasado años de tu vida esforzándote para ser todo lo que te dije que no fueras!

—¡Es mi vida y la viviré como a mí me salga de los huevos!

El enfrentamiento entre las entidades más tozudas en kilómetros a la redonda dejaba a la madre y al hermano pequeño fuera de juego, aunque también gritaban para imponer la paz.

—¡Entonces haz las cosas bien, haz las maletas, lárgate, y ten tu puta vida de mierda, si tan desesperado estás por tenerla! ¡Pero no esperes nada de nosotros si sales por esa puerta!

Félix no podía más. Cada día era una pelea distinta, cada día estaba más cerca de poner el pie fuera de casa. No sabía cómo hacerlo, pero tenía un sitio donde ir. No podía seguir en esa situación.

—¿Sabes qué? Me has amenazado mucho con eso ya —dijo sin gritar. «No hay huevos», decía la mirara de su padre.

Félix corrió a su habitación, sacó un par de maletas, puso un montón de ropa dentro, sus discos y todos los libros de la carrera de Turismo que estaba a nada de terminar, y se plantó de nuevo en la puerta de casa.

—No te vayas, así no… —le suplicó su madre. Ella también era de la opinión de su marido, pero tenía el suficiente corazón como para desearlo un camino menos tortuoso que el que iba a elegir—. Encontraremos la manera…

—No, mamá. Ya es hora.

—Si sales por esa puerta, puedes olvidarte de volver.

—Léeme los labios, desgraciado: Yo no tengo padre. Dentro de unos años te enterarás de que tengo mi vida feliz con Roger allí en el pueblo y lamentarás toda tu vida no haber sabido comprenderme mejor, porque nunca te has molestado. Te restregaré en tu maldita cara que puedo hacer mi vida sin tu asqueroso dinero.

Echó una mirada de compasión a su madre y a su hermano y se largó de un portazo, bajando las escaleras a trote, medio llorando y desequilibrado por el peso de las maletas.

Se pasó todo el trayecto tren (que llevaba a dónde sabía que Roger vivía) pensando en cómo se lo haría para atender a la universidad, aunque apenas le quedaban unos meses de carrera, y dónde conseguiría un trabajo que no le obligara a depender de su novio. También intentó pensar qué diría Roger al respecto. Siempre le había empujado a rebelarse contra la injusticia de su padre (por la propia experiencia) pero también era una entidad solitaria que nunca había aceptado compañeros de piso.

Cuando se plantó en el portal de Roger, en un pueblo a media hora de dónde los padres de Félix pasaban las vacaciones cada año, dudó. Estaba allí solo, sin familia a la que acudir, con lo puesto, las maletas, y poco más que el orgullo herido y una extraña sensación de libertad.

Llamó al timbre.

—¿Sí?

—Hola —saludó, conteniéndose las lágrimas.

—¡Félix!

Se oyó ruido de telefonillo repentinamente colgado con torpeza y al cabo de medio minuto, Roger estaba allí, delante de él.

—¿Qué…? —se preguntó, pero le vio, y vio sus maletas. Era evidente—. Al final lo has hecho.

—No podía más —respondió, con voz temblorosa. Luego todos sus problemas se le echaron encima—. Pero sigo estudiando, no tengo dinero, ni trabajo, y… ¡No tenía a nadie más a quien acudir! Lo siento…

—No, no, no te disculpes. Pasa. Te haré un hueco. Las ovejas negras tenemos que cuidarnos las unas a las otras, ¿recuerdas? Y pondremos nuestra canción a todo trapo hasta que la policía venga y nos obligue a bajarla.

Félix se rio entre lágrimas y se dejó guiar por ese diminuto piso.


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