Si una vez yo pudiera llegar
a erizar de frío tu piel.
A quemar, que sé yo, tu boca
Y morirme allí después
Quizás dos años, dos insignificante años de diferencia no significan nada, pero a cierta edad esa cantidad puede abrir una brecha entre dos personas. A los trece años no se piensa o se siente igual que a los quince. Sumado al nefasto destino que los jóvenes de Bronce tenían frente a ellos, Seiya no estaba para pensar o darle un lugar al amor físico.
Ni siquiera se le cruzaba por la cabeza la simple idea de darle un beso a otra persona. De por sí, nunca había disfrutado de, lo que se dice, una vida “normal”, teniendo que madurar a la fuerza, en muchos aspectos, pero descuidando inevitablemente los temas relacionados al corazón.
Tal vez por eso jamás se había percatado de la constante presencia de Ikki. O sea, sí... Combatieron mil veces juntos, el Phoenix dio todo de sí en cada encuentro; Pero eso era algo que los cinco, como Santos de Athena, habían hecho.
En ese entonces el peliazul tampoco se había percatado de lo mucho que admiraba al Pegasus. Lo reconocía fuerte, noble, entregado... Por su Diosa. De una manera tan particular, que ninguno de ellos cuatro lograba igualar.
¿Qué movía al castaño a combatir de esa forma y a lograr lo inalcanzable?... Lo mismo que motivaba al Phoenix por llegar cuanto antes y ser un refuerzo de él.
Es que en ese entonces no alcanzaba a concebir cuanto le dolía verlo al pequeño en tan nefastas condiciones.
Quizás por eso, cuando el cálido y poderoso cosmos del Pegasus amenazaba con desaparecer, o siquiera cuando su intensidad decrecía alarmantemente... Ikki movía cielo y tierra por estar allí, combatiendo codo a codo.
Por mucho tiempo creyó que solamente su hermano era el origen verdadero de esa necesidad. Le costó ver que, si bien le preocupaba Shun, no podía dejar de estarlo doblemente por Seiya... Es que mientras su hermano se enfrentaba a enemigos que fácilmente estaban a su altura, y que de no estarlo, el peliazul creía fielmente en su poder; el menor de los Kido siempre se las ingeniaba para acabar en las peores situaciones. No sabían como, pero tenía la facilidad de terminar, completamente solo, frente a enemigos que haría temblar al mismísimo Santuario y a todos sus Santos Dorados.
Primero los Santos de Plata, luego Ares, más tarde Hilda, por ultimo Poseidón, Hades. La lista era interminable.
¿Es que el pequeño Seiya no se cansaba nunca?
Ikki admiraba esa capacidad de hacerle frente a Dioses y Guerreros por igual, sin titubear, sin temerles. Y siempre supo cual era el motor principal del Pegasus, con la misma certeza que él, años después, comprobó que su causa para pelear y seguir adelante, era el mismo castaño. Para este su Diosa lo era todo... Pero no en sí la Diosa, sino su reencarnación.
Era claro que Seiya no diferenciaba a la muchacha de la Deidad. …l no protegía a Saori por ser Athena; justamente la protegía por ser Saori.
Las guerras no daban lugar a planteos filosóficos respecto al amor, ni tampoco tenían tiempo, edad, ni madurez suficiente para detenerse a pensar en ello. Pero esa sensación extraña que siempre invadía al peliazul cuando acababan una larga y ardua contienda, lo llevó a confirmar sus terribles sospechas. Esa sensación que luego comprobó, eran celos.
Y si entonces
temblaras por mí,
lloraras al verme sufrir,
Sin dudar tu vida entera dar
como yo la doy por ti.
¿Es que el Pegasus no se daba cuenta de todo lo que daba el Phoenix de sí, por él?.
Solo Shun, y nadie mas que Shun lograban cosas en el peliazul que nadie podía.
…l no luchaba por su Diosa, nunca le gustó ser parte de ningún bando, y como siempre le decía a su hermano menor: debían derrotar a sus enemigos sin ayuda, como hombres, si realmente se consideraban Santos. Pero ¿Cómo dejar solo al Pegasus frente a la Explosión de Galaxias de un Saga poseído? ¿Cómo no cubrir su cuerpo ante el golpe del Guerrero de Eris? ¿Cómo no aparecer cada vez que su seguridad peligraba?
Ikki era consciente de la falta que le haría a todos la ausencia del castaño. Ikki hubiese dado todo por el Santo al cual admiraba profundamente y en secreto.
Pero esa admiración, con el correr de los años, se transformó en amor.
Es que cuando uno crece aprende a diferenciar mejor las cosas. Aunque cueste, aunque lleve su tiempo... Tarde o temprano, todo se acomoda en su respectivo lugar.
El poderoso Phoenix tomó bien la noticia, es decir no se sorprendió al descubrirse amando al más pequeño, intrépido e insoportable Santo de Bronce... Era algo que su corazón fue asimilando desde el día que volvió de la Isla de la Reina Muerte y comprendió, junto a Seiya, que había otras cosas mucho más importante en el mundo que odiar.
Pero aunque se destrozase el alma en el campo de batalla, el Pegasus era tan pero tan despistado que por mas que se lo dejase firmado y por escrito, no llegaría a entender sus complicados sentimientos. Era evidente que para el castaño, sin dudas, el sacrificio que hacía el peliazul era exactamente el mismo que el de Shiryu, Hyoga o Shun.
Se trataba todo de salvar a Saori, a Athena, a la Tierra...
Pero a Ikki le valía un comino Saori, Athena y la Tierra. Nunca le había caído bien esa niña, él no tenía ni amo ni Dios y por momentos deseaba no haber nacido en este mundo.
Aun así el Phoenix había comprendido lo que Saori significaba para Seiya, y por ello aprendió a respetarla y protegerla como el resto.
La convivencia, sin dudas, también ayudó a digerir mejor las cosas. Porque por donde la viese, la señorita Saori Kido no dejaba de ser una buena persona... Incapaz de despertar un sentimiento negativo en otro ser de forma intencional.
El tema es que luego de las guerras, el Pegasus no dejó de velar por ella. Y claro, al crecer, también lo hicieron los sentimientos. Que el castaño sentía algo por la dama, con los años se tornó claro como el agua.
Y el peliazul era plenamente consciente de que él, no era Saori; ni mucho menos mujer, ni un Dios. Simplemente era el antisocial lobo solitario del grupo, el Santo del Phoenix... Quien se aparecía cada muerte de obispo, el hermano mayor de Shun.
Siempre desde las sombras, no dejó de velar por sus hermanos, compañeros de armas. Tantas guerras, tanto sufrimiento... Se había creado, sin lugar a dudas, un lazo inquebrantable. Pese a ello, Ikki constantemente sintió una barrera que lo distanciaba de todos, en especial de Seiya.
Si pudiera ser tu héroe.
Si pudiera ser tu Dios
Que salvarte a ti mil veces,
puede ser mi salvación.
Ya no eran niños... de hecho no recordaban haberlo sido en algún momento. Sus destinos les habían arrebatado no solo sus padres, sino su inocencia, común a cada criatura que en sus primeros años de vida nace ajeno a las maldades del mundo. Ellos tuvieron que aprender a pelear, en todo el sentido de la expresión. No solo en el campo de batalla, sino también en la vida.
Lograron salir adelante, juntos, como siempre había sido. Y ahora, en el presente, ya eran verdaderos hombres; al menos sus cuerpos profesaban el paso del tiempo: En los rasgos de sus rostros ya no más aniñados, en la forma de caminar con esa gracia particular, en sus estudiadas miradas y sus masculinas voces. Hasta inclusive había detalles que a simple vista no se veían, como el largo del pelo o el crecimiento de sus cuerpos.
Eran hombres que comenzaban a sentir y vivir como hombres. Y vaya sorpresa que Shun hubiese sido el primero, junto a Hyoga, en dar el paso definitivo que marcaba la diferencia en serlo con todas las letras.
Saori tampoco se quedó atrás, ya de por sí sus formas voluptuosas cobraron cierta elegancia propia de una mujer, despertando el deseo de varios pretendientes que Seiya hábilmente espantaba escudado en su papel de Santo devoto y protector de ella. Como si fuese su misión preservar la virginidad de la Diosa Athena.
Pero cada cosa en su lugar, hubo un hombre que pudo quebrar todas las barreras, porque la misma pelimorada se lo permitió. ¿Quién más que Julián Solo podría ser el indicado para ofrecerle matrimonio?. Aunque en un pasado, ya algo lejano, lo había hecho, sin dudas en la ultima ocasión marcó una diferencia... Porque Saori dio el sí.
El Pegasus no pudo contra la pasada reencarnación de Poseidón: era rico, pertenecía a una clase social a la altura de la ella, poseía una buena instrucción académica de la que el pobre castaño nunca pudo gozar, y se entendían a la perfección, además de tener algo importante en común: Sus destinos como deidades.
Destrozado quedó el desdichado joven que lo había dado todo por su señorita. Pero es que a veces se tarda tanto en dar el gran paso, simplemente por miedo, que la vida se nos va... Y algo similar le estaba pasando a Ikki. Suerte que lo tenía al Santo de Andrómeda como hermano, con su sabiduría en temas referidos al amor... O al menos con más experiencia en el asunto.
Mientras el Phoenix se había quedado en el recuerdo de Esmeralda, el peliverde, desde la batalla en la Casa de Libra, con sus dulces trece años, no perdió el tiempo. Maldito pato aprovechador, él era un año mayor que su otouto. Y aunque en realidad no se pudo hablar de una “relación” entre los dos en ese entonces, se intuía que tarde o temprano acabarían enredados en algo sumamente serio, como llevaban a cabo en la actualidad, sin miedos ni prejuicios, enfrentando al mundo y a la sociedad.
Habían combatido contra Dioses y guerreros temibles, por ende nada ni nadie podría afectarles. Que el mundo opinase lo que quisiese. Shun y su Cisne tenían la convicción y la seguridad de saber con el alma y el cuerpo lo que era el amor... El amor más puro y desinteresado. Algo que muchas personas, por pusilánimes quizás, no llegan a conocer jamás.
El Santo de Andrómeda temió que su niisan fuese uno de esos cobardes... Y no, el Phoenix podía ser cualquier cosa, menos cobarde.
Si supieras
la locura que llevo,
Que me hiere
y me mata por dentro
Se podía respirar y vivir un aire tenso en la Mansión los días previos a la partida de Saori. Cada uno lo experimentó de forma distinta, y de forma distinta lo manifestó. Ikki se mantuvo más encerrado que de costumbre, encerrado metafórica y literalmente, tanto en su cuarto como en sí mismo. Fue Shun, quien preocupado por el bienestar de su hermano decidió que ese era el día para conversar profundamente del tema, sin disimulo, sin palabras sutiles, ni rodeos.
Lo encontró en la cocina, preparándose un refrigerio sencillo. Afuera, aun era de día, pero las nubes grises que opacaban el cielo lograron que la noche se adelantase.
—¿Por qué no hablas con él?
El Phoenix volteó y suspiró, a esas alturas, resignado. Desde que su hermano se le había metido en la cabeza la descabellada idea de que él tenía que hablar con Seiya sobre sus sentimientos, no dejaba de atormentarlo.
—¿Y que le voy a decir?—Cuestionó el peliazul arrancándole al otro una mueca de decepción.
Pero era cierto ¿Cómo hablar con el Pegasus de algo que ni él lograba comprender?. No tenía sentido.
—Sé sincero, nada más... —Respondió Andrómeda—No es tan difícil...
El mayor soltó una risa, bastante interna, y negó con su cabeza. Era un caso perdido, por más que lo hablase con el menor de los Kido, lo que fuese que tenía que hablar, no lograría nada... Porque era claro que el castaño tenía ojos para una sola persona. Además él no estaba cien por cien seguro de quererlo a Seiya de la forma en la que Hyoga y su hermano lo hacían... O sea, no lo pretendía como novio. Simplemente sabía que sentía algo por él, y con eso era suficiente, no necesitaba gritarlo.
—¿Sincero?—Soltó Ikki arqueando sus cejas, el emparedado que se había hecho esperaba por él, así que se sentó a la mesa.—¿Para qué?
—Para dejar de sentirte como te sientes—Dijo el peliverde con energía, frunciendo su frente. Se estiró apenas y le sacó el plato a su hermano con el fin de que le prestase atención.
—Mira, Shun...
—“Mira Shun”, nada... —Acusó este con más vehemencia que antes—¿Te gusta que las cosas con Seiya sean así?
—¿Así como?—Estiró su brazo e intentó recuperar su emparedado—Devuélvemelo, tengo hambre.—Y al ver que no lograba su cometido, acotó con un dejo de fastidio—Ni siquiera me considera su amigo, ¿De qué voy a hablar con él?... ¿Sobre videojuegos?
—Podrías esforzarte un poco en tener una relación, entonces... —Dijo mas calmo
—¿Una relación?—Rió el Phoenix—A ese engendro no le agrado, créeme... Lo sé.
—Porque tampoco te muestras como realmente eres... si lo hicieras, las cosas serían muy distintas.
Su hermano lo miró con lastima, y el peliazul no pudo con esa mirada. Era verdad, siempre sintió en su ser que ellos cuatro mantenían una amistad muy distinta, de la cual a veces se sentía excluido. No porque quisiese, las cosas se habían dado así, o mejor dicho su forma de ser, tan hosca y antipática lo llevó a apartarse. Y el único que lo conocía de otra forma, desde ya que era Shun. A este le dolía profundamente ver que su hermano no era capaz de mostrarse transparente con sus sentimientos, solía decirle: “Si algo te duele, te molesta o te hace feliz, DILO”... ¿Por qué era tan difícil para el mayor comunicar sus emociones?
Sí, lo aceptaban como era, y lo querían a pesar de su carácter. Pero las peleas en la Mansión que siempre involucraban a Ikki, lograban generar un ambiente por demás tenso que todos buscaban evitar, cuando el Phoenix se las ingeniaba en crearlas con extrema facilidad.
En el presente, dada la situación, una simple chispa encendía el fuego. Y cuando la discusión involucraba al Pegasus, el peliazul se desplomaba por completo; se encerraba en su cuarto, y no salía por horas, días, meses.
¿Y que más da?,
Mira que al final
lo que importa es que te quiero
¿Cómo fue que Shun se dio cuenta de su pesar? Un completo misterio para Ikki, pero desde ese entonces vivía atormentado por sus constantes reproches y desafíos.
¿Era tan difícil comprenderlo?... El Phoenix no era un tipo que solía decir las cosas, cuando de sentimientos se trataban, de forma clara y concisa... Nunca había aprendido a hacerlo, no iba a empezar de grande. Tenía raras formas de comunicarse, que solo Andrómeda descifraba, y el resto... terminaba por mal interpretarlo.
Como el día que Saori partió de Tokio rumbo al puerto para embarcarse en el yate privado de Julián Solo. Esa tarde la bomba terminó por explotar en la Mansión, todos se lo veían venir.
—No es prudente que se vaya así... —Dijo el Pegasus observando por la ventana, volteó para confirmar en la mirada de sus hermanos que comprendían y compartían su pensar, pero eso no ocurrió—No sabemos si realmente Poseidón abandonó el cuerpo de Julián.
Excusas... Todos lo supieron pero guardaron silencio en esa espaciosa sala. Pese a la lluvia, el calor no había menguado siquiera un poco y la temperatura en el interior de la Mansión era, por momentos, insostenible.
—De ser así, Sei... —Dijo Shiryu al ver que su amigo esperaba por unas palabras de aliento o consuelo—Ya nos hubiéramos enterado.
—Es peligroso.—Exclamó con algo de euforia, sintiéndose vencido al no encontrar un pretexto más convincente.
—¿Y que propones?—Habló finalmente el peliazul con un tono duro de voz.
En ese momento, todos palidecieron, supieron que una nueva guerra Santa e interna daría comienzo. Para mal en peor, sarcásticamente y de forma algo hiriente, Ikki acotó:
—¿Ir con ella? ¿Ser su escolta?—Elevó sus hombros.—¿Vivir con la familia Solo?
—Tu cállate... —Pronunció el castaño entre dientes dedicándole al otro una mirada asesina.
Una mirada que se clavó como un puñal envenenado en el corazón del Phoenix. Y para rematarla, Seiya no perdió el tiempo y agregó:
—Tu nunca entiendes nada.
—¿No?—Se burló el peliazul, sintiéndose impotente, pues cuanto le hubiese gustado poder abrazarlo y decirle que todo estaría bien, que él siempre estaría a su lado para cuidarlo y hacerle sentir mejor—Pensé que el idiota del grupo que nunca entiende nada eras tu.
—¡Tu nunca entiendes nada!—Ahora sí, el Pegasus se le fue al humo y lo sujetó del cuello de su camiseta azul—¡Porque a ti nunca te importó nada! ¡Pero a mi Saori sí mi importa! ¡Porque si a ella le pasa algo, la Tierra...!
—¡Sei... Tranquilo!—Solicitó el peliverde alarmado.
—¡Hipócrita!—Soltó Ikki riendo con profunda ironía.
—Chicos, tranquilícense—Solicitó el Dragón sobresaltado, con la intención de separarlos.
Y en cuanto vieron que el castaño elevaba su puño, amenazante, mientras el Phoenix daba vuelta su cara con una sonrisa por demás provocadora, creyeron que tendrían que intervenir todos para evitar una masacre.
Nunca, jamas, Seiya había reaccionado tan violentamente con el peliazul. Recién ahí notaron, en verdad, lo mucho que le afectaba la partida de la Diosa. Pero no hizo falta reaccionar a tiempo, porque con sus palabras, Ikki desarmó al menor:
—La verdad es que te mueres de celos.—La mirada furiosa del Pegasus varió rotundamente de enojo a sorpresa.—¡Esa es la verdad!—Exclamó el Phoenix ahora mirándolo fijo y serio, borrando esa sonrisa ficticia de sus labios—¡No soportas que Saori haya preferido a ese idiota!
Y se soltó bruscamente de su compañero de armas. El castaño lo dejó escapar, vulnerable por la veracidad en las palabras del peliazul, e inconsciente del daño que le pudo provocar a este, solo pudo susurrar:
—¿Tu que sabes? Eres un lobo solitario... No tienes ni idea ¡Ni idea!—Elevó su dedo índice, furioso—De lo que pasa en verdad. Como siempre—Finalizó con profundo desprecio.
—Y como siempre dices... Soy un lobo solitario—Dio la vuelta alejándose del grupo—Por lo tanto corresponde que esté solo, sin pendejos mamones y llorones.
—Hermano...
—No Shun... Me largo, en verdad estoy cansado de estar rodeado de imbéciles mentales.
Andrómeda fue detrás de su hermano, antes de que este se encerrase en su cuarto. Pero al llegar a mitad de las escaleras sintió una mano que detuvo su cometido, volteó encontrándose con la azulada mirada del Cisne quien solo le dijo: “No vayas, déjalo”.
Shun asintió, porque en parte supo que era en vano y que solo lograría incomodar y enojar mas a su hermano de lo que seguro, ya estaba.
Déjame tocarte, quiero acariciarte
Una vez mas, mira que al final
lo que importa es que te quiero
En la sala, un perturbado e iracundo Seiya se dejaba caer desplomado en el sillón. Llevó su cabeza hacia atrás y se tapó el rostro con ambas manos. Sintió que a su lado alguien se sentaba.
—Sei... No te enojes con Ikki.—Solicitó Shiryu con una sonrisa que fue un bálsamo para el agitado corazón de su amigo.
—¡Es un idiota! ¡Un insensible!—Aunque terminó por explotar lo que le quedaba de cólera—¡Será de Dios que nunca se de cuenta de nada!
¿Por qué Ikki siempre lograba decir las cosas que más herían o molestaban? Tenía una facilidad, al menos para con él, de lograr sacar a flote su lado más violento... De reavivar ese fuego interno, propio de su signo.
Pero el Dragón le aclaró un poco el panorama:
—Yo no creo que sea eso...—Frunció su frente, sin borrar su sonrisa—Todo lo contrario.
—¿Qué cosa?—Se desconcertó, tomó aire para calmarse un poco, ya comenzaba a dolerle la cabeza.
—Eso... Que para mi pasa porque en verdad se da cuenta de todo.
—¿Eh?—Abrió sus ojos, y con sinceridad acotó—A veces, en verdad, no te entiendo Shiryu.
El aludido rompió a reír. ¿Cómo hacerle ver al Pegasus lo que todos lograban comprender? El único que parecía no estar muy informado al respecto era el mismísimo castaño. Típico... Solía ser muy distraído cuando alguien depositaba sentimientos en su persona.
—¿Recuerdas que Shaina por mucho tiempo, e inclusive ahora, intentó matarte?
—Sí... ¿Y que tiene que ver Shaina con Ikki?—Si antes no le había entendido a su medio hermano, ahora menos.
—Jajaja... A ver... Déjame explicártelo así: ¿Recuerdas la pelea contra Dante y Capella?
—¡Pufff! Fue hace tanto...
—No importa, ¿Te acuerdas?
—Sí—Admitió Seiya ladeando su cabeza—Yo caí inconsciente, Hyoga y Shun en el precipicio... Y menos mal que apareció Ikki justo a tiempo, porque Saori estaba sola a merced de ellos. —Se lo relató a su amigo, pese a tener la certeza de que en su momento ya lo había hecho—Saori... Y también yo. De hecho no estaría aquí, de no haber sido por él.
—Ajá... ¿Y recuerdas la batalla de las Doce casas, cuando peleaste contra Ares?
—Shiryu... —El Pegasus lo miró con los ojos entrecerrados—No querrás hacerme sentir culpable ¿Verdad?
—No... —Volvió a reír el pelilargo—Solo quiero que veas, lo que todos vemos... Que a Ikki le cuesta manejar sus sentimientos.—Ante la mirada atenta del otro, agregó—Cuando se es chico, se piensa como un niño... Más cuando uno crece, a veces... Los sentimientos cobran más fuerza...
El castaño frunció su frente, seguía sin entender un comino lo que estaba tratando de decirle su amigo. Por lo que Shiryu optó por rememorar, junto a él, todas las batallas... Y Seiya se quedó petrificado y mudo en el sillón al descubrir que en todos sus momentos críticos, el Phoenix estaba allí, a su lado.
Pero ¿Por qué?...
Al Pegasus se le escapó esa pregunta, y la sonrisa, muy particular que portaba el Dragón fue su respuesta. Solo, ya sin ayuda del pelilargo, analizó mejor la situación. Ahí, siempre había estado el peliazul cuidándolo de la misma forma que él velaba por Saori. Y cuando se le reveló el motivo, porque sabia y conocía perfectamente esa sensación de desesperanza que invade a uno cuando se observa a la persona que ama sufriendo... Se estremeció. ¿Podía ser posible?... Fue el asentimiento de Shiryu lo que nuevamente se lo confirmó.
Quiero ser tu héroe
Si pudiera ser tu Dios
Porque salvarte a ti mil veces
puede ser mi salvación
Esa tarde, todos decidieron no molestar a Seiya... Este tenia mucho por pensar y acomodar en su vida.
No sabía muy bien como tenia que actuar de ahora en adelante, siquiera que decir. No pudo reaccionar, aun todo era muy reciente y todavía no comprendía que estaba pasando a su alrededor. Sin lugar a dudas una pequeña revolución comenzó en su interior... como si las estrellas se estuviesen acomodando en el cielo. Y a medida que repasaba una y otra vez cada combate, a medida que recordaba las palabras de Ikki, y la conversación con Shiryu, no podía evitar sentir una cálida sensación crecer en su corazón.
Recién pudo volver en sí cuando escuchó la voz de Shun rogándole a su hermano que se quedase.
El Pegasus no pudo más que salir al exterior, allí, bajo el umbral de la puerta, el Phoenix cargaba un pequeño bolso de mano.
—No llevaré mi armadura, no creo que la necesite... Así que te la dejo, cuídala Shun.
El mencionado Santo intentó decir algo, pero su hermano volteó con toda la intención de marcharse. Ni el Dragón, ni tampoco Hyoga fueron capaces de detenerlo pues sabían que cuando el egoísta peliazul decidía marchar, nada ni nadie podía hacerlo cambiar de parecer. Sin embargo, para sorpresa de todos, fue el Pegasus quien salió raudo al encuentro de Ikki.
Se colocó frente a él, para evitar su partida, lo observó con un dejo de nerviosismo que Ikki no pudo descifrarlo como tal; simplemente lo notó raro. Ya de por sí que estuviese frente a él con la clara intención de evitar su partida era atípico e improbable, aun más que quisiese decirle algo después de todas las “hermosas” cosas que se gritaron.
Tal vez aun le quedaban algunos insultos por dedicarle. Pacientemente el Phoenix esperó a que el menor dijese algo.
—¡¿Por qué te vas?!—El castaño pareció reprochárselo, fueron sus nervios que lo traicionaron, no quería gritarle al peliazul, ni mucho menos decirle algo de lo que después podría llegar a arrepentirse.
—Creo que lo dejé muy en claro—Expresó Ikki a punto de perder su inexistente paciencia.
—No te vayas... —Pidió en un balbuceo, con su vista fija en el suelo que luego elevó para mirarlo con la determinación propia del Pegasus.
Sus ojos color miel brillaban con una refulgencia extraña, pero luego se apagaron, mostrando una humedad muy singular. El Phoenix se quedó helado antes esa mirada suplicante, como si realmente se lo estuviese rogando.
El peliazul elevó sus cejas y pronunció:
—¿A que se debe pony? ¿No es que me prefieres lejos?... ¿No dices siempre eso?
—Bueno pero...—¿Qué decirle? Había vociferado en muchas ocasiones palabras inclusive más hirientes que las de Ikki—Esas cosas las dije enojado—Se defendió.
—Enojado o no... Las dijiste—Sintiéndose por demás extraño con el diálogo que estaba manteniendo con el castaño, buscó esquivarlo para seguir su camino.
Sin embargo las dulces palabras que surgieron de la boca del Pegasus detuvieron definitivamente sus pasos.
—Quédate... Si te vas ¿Quién va a cuidar de Shun?—Tragó saliva, y con una sonrisa repleta de ternura que el Phoenix vio cuando volteó, agregó—¿Quién va a cuidar de mí?
En ese momento algo se quebró... Una especie de barrera que las guerras, la edad y el dolor habían creado entre ellos dos. Por primera vez Seiya pudo ver y leer a través de los ojos grises del peliazul. Y desde entonces lo leía como un libro abierto. Ese abismo desapareció por completo y por fin pudo comprender las sabías palabras de Shiryu.
De más está decir que Ikki se quedó ese día, y los siguientes... No importaba si el Pegasus no lo quería de la misma forma que él lo hacia... Tarde o temprano lo conseguiría, si es que en ese día en particular no lo había logrado. Y vaya que sí ¿Cómo el castaño no iba a quererlo?... Si el Phoenix había sido su verdadero Dios, su héroe.
Quiero ser tu héroe.
FIN
Amor Yaoi
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