Siempre le pareci un sujeto… extrao —por no encontrarle un adjetivo calificador ms adecuado— pero frente a su jardn ese mote se le haca irrisoriamente exiguo, insulso e intrascendente.
Las flores que adornaban el sitio variaban no slo en color y en tamao, tambin en olor…
Qu persona podra llegar a querer en su jardn una flor que emanase semejante pestilencia?
“Extrao”, sin dudas, no era la palabra apropiada.
Se acerc, tan hipnotizado por ese vivo color; su extravagante y retorcida forma pareca estar llamndolo, como una extremidad que seala, invocando su presencia.
Sus dedos se vieron en la necesidad imperiosa de posarse sobre su hoja, de acariciarla, de tomarla y llevrsela.
Tal como haba deseado, tantas veces, hacerlo con su dueo.
—No la toques!
La inconfundible voz de ese “dueo” tron en los odos del peliazul, obligndolo inmediatamente a quitar esa intrusa mano y voltear raudo.
—Lo siento.
—La tocaste? —inquiri Piscis austero sin tomar en cuenta las disculpas.
—No, no llegu a… —La duda lo estaba matando—Qu es? —Siempre haba sido un muchacho muy curioso.
—Qu haces aqu?
No era buena educacin contestar una pregunta con otra.
Escorpio se qued prendido de la impasible figura del guerrero; desde un inicio, desde su llegada al Santuario le haba llamado poderosamente la atencin sus rasgos; el perfume que emanaba de su cuerpo, cuando —ignorndolo— desfilaba a su lado; de sus movimientos al caminar, cual deidad.
—El patriarca… —balbuce aturdido—Tengo una reunin con el patriarca.
—Bueno —Aphrodite enarc una ceja, un rictus que se le hizo delicioso a Milo—, parece que te equivocaste de camino.
Y ambos saban que era pecado no conocer el sendero que conduce al recinto del sumo sacerdote. Se lo poda creer en un aprendiz, pero no en un Santo Dorado cuyo recorrido si no lo puede hacer con los ojos cerrados, al menos se lo sabe de memoria.
—S —ri apenas, llevndose una mano a su nuca en un gesto de desmedida despreocupacin.
Pareciese ser que el mismo encantamiento que le haba producido aquella extraa maleza, ahora se la estaba produciendo el mismo Aphrodite quien, para su desgracia, no portaba la caracterstica armadura de Piscis como habitualmente cuando se lo cruzaba en reuniones de carcter “urgente”, si no una finsima toga griega, tan blanca como el algodn, tan transparente como una gota de lluvia.
Necesit de las duras palabras del adonis para poder regresar de su “Campos Elseos” personal:
—Est prohibido ingresar a mi jardn—Y se pregunt, satrico consigo mismo, que le llevaba a perdonarle la vida a ese sujeto que haba osado pisar su sagrado lugar personal.
No, no era Shaka, su Jardn no era secreto, pero todos eran plenamente conscientes de lo que se enfrentaban si atinaban a posar sus pies en el verde csped.
—Est bien… ya me retiro—pronunci con calma y un deje de molestia.
Esos labios y ese perfume… Rozar su piel, era lo que ms anhelaba. Pero Piscis no haca ms que apartarse, que darle vuelta la cara, que aplicar la ley del hielo… y l senta morir cada da de inconmensurable apetito.
Inslito que recin ese da se diese cuenta de las ansias que vena arrastrando desde que supo de la existencia de ese semi Dios mortal en la Tierra.
———
La reunin con el patriarca: palabras, rdenes, promesas, una misin insulsa en algn insulso pas. Aunque Qu pas es insulso? Todos tienen su historia, todos tienen su colorido. El aptico Milo —y no es que lo fuese siempre— regres por el camino que lo conduca del reciento del patriarca hasta las doce casas, pero como el nio grande que era no pudo resistirlo.
Y como nio al que se le prohbe algo, no soport tampoco la tentacin de quebrantar las normas.
Pis el suelo sagrado del doceavo Templo, realiz el mismo recorrido de escasos minutos atrs, rindose lacnico por dentro al pensar en la posible reaccin del narciso al verlo de nuevo all.
Lleg… ante esa extraa planta y su aroma que aun no poda discernir si era agradable o desagradable. Simplemente “era”. La tom, entre sus morenos dedos, arrancando sin reparos un tallo, que se quebr en un grito de agona que el Santo no percibi.
Parti… raudo hasta su templo con ese capullo entre sus dedos, removindola de un lado al otro, acercando su nariz, impregnndose de aquella narctica fragancia.
Arrib a la Octava casa, se quit su ropaje sagrado y se dispuso a tomar un descanso, por pura y absoluta pereza. Arrojndose en su cama, cual peso muerto, no tard en experimentar una insignificante presin en su cabeza.
Dej el brote sobre el lecho, a un costado, y se llev la palma hasta su frente, a fin de que ese gesto pudiese librarlo de aquella inoportuna pesadez.
Cerr sus parpados, no porque realmente quisiese hacerlo, “algo” o “alguien” venci la resistencia. Como si una voz hubiese dado la orden en su cabeza: “Cirrate!”
Intent abrirlos, pero fue en vano… Algo tan sencillo y mecnico de realizar: desplegar los parpados, supuso un esfuerzo magnnimo e inadmisible de ejecutar.
Al menos l no pudo, no hasta pasados unos cuantos y eternos segundos. Segundos que le parecieron minutos, minutos que le parecieron horas…
No vea.
Oscuridad.
Los haba abierto, o tan slo se qued con la vaga idea?
Por fin, alcanzaba a visualizar un objeto… que pronto tom la forma de una mujer; una hembra plenamente desnuda, con su extenso y lacio cabello tan negro emulando la noche misma cayendo desparramado sobre l.
Y l Por qu tambin estaba desnudo? En qu momento le haban despojado de sus prendas? Esa mujer, pronto tom la forma de un muchacho.
Su cabello negro permut al de un turquesa muy claro, sus ojos cobraron vida, su piel se torn ms suave, y su sonrisa… Era sin dudas la de Aphrodite.
Que alguien, no importase quien, le explicase que haca el Santo de Piscis acaricindole el pecho de ese modo.
No le import nada, ni siquiera ese bho, que no dejaba de observarlo con sus peregrinos y nocturnos ojos. El “muso” de sus sueos ms erticos estaba posando la yema de sus dedos sobre su torso desnudo, rumbo al sur…
Un gemido apagado. Mordi sus labios al sentir los suaves labios de Piscis sobre sus muslos, recorriendo la parte interna de los mismos, jugando con l, al borde de la histeria.
Milo se aferr a las sabanas, ech su cabeza hacia atrs, arqueando su espalda y fij su mirada en el techo, reteniendo lo ms posible aquel fluido corporal que amenazaba con comenzar a emanar cual lava volcnica, sobre todo al percibir que esos labios —ahora— recorran su intimidad, sin clemencia.
Por qu? Cundo? Cmo? Quin?
Preguntas sin respuestas. Interrogaciones que en ese momento se las formulaba pero que le interesaba poco ahondar en las rplicas.
Una pintura, un dibujo en su techo del que nunca se haba percatado… Quien fuese su pintor sin dudas estaba loco, bien loco.
Ni que Alone hubiese dado aquellas esotricas pinceladas.
Personas cubiertas de fuego, siendo rodeadas por las despiadadas llamas… …l senta quemarse por dentro con la boca de Aphrodite que no haba tenido reparos en engullir su miembro.
Hundi los dedos en la morena piel de Escorpio, mientras que ste los entrelaz en sus finas y sedosas hebras agua marina que eran toda una oda a la perfeccin extica.
Quiso morir all, enterrarse en l, sentirlo sobre su cuerpo, morderlo, lamerlo, besarlo y volver a enterrarse en l para recomenzar el crculo.
Quiso tantas cosas, pero no poda moverse, por ms intento, todo era intil. Afortunadamente fue Piscis quien se percat de su desesperacin, y escal hasta situarse en su pecho; luego baj candente para poder introducirse aquel pene que clamaba por su estrechez.
Milo apreci sus sentidos distorsionarse, potenciarse, y por momentos nulos. Sus manos se aferraron a la cadera de su amante, instndolo a seguir mecindose sin misericordia alguna.
No quera piedad. Iba a sucumbir y no le importaba nada ms.
Por Aphrodita y Eros! Era sencillamente indescriptible el goce que lo haba embargado, sofocndolo, incitndolo a ms. Como un adicto a la droga.
Un intrnseco big bang explot en Milo, y cuando regres vista, de nuevo no pudo comprender que estaba pasando all.
Lo ltimo que vio antes de que todo se tornase bruno fue un pez sobre l… y l era sencillamente un escorpin.
———
Tosi, y ese mismo gesto lo llev a despertar. Vislumbr enseguida que se hallaba sobre algo mullido, un catre quizs. Se sinti mareado, pero percibi sus extremidades como tal, y una presencia cercana a l.
Paulatinamente abri sus ojos, aclarndose la vista.
—Por fin despiertas —La armoniosa voz masculina de Piscis cop sus odos, inundando su ser de infinito sosiego.
—Qu demonios? —Decir que no entenda nada era escaso.
—Te desmayaste en mi jardn.
Milo not, cuando pudo focalizar la visin en un punto, que el otrora guerrero se hallaba sentado a su lado, observndolo con un gesto neutral, apenas sonriendo, como la Monalisa… S es que algn da los eruditos se pondrn de acuerdo al respecto.
Sonre o no?
—Qu sucedi? —Intent incorporarse, pero en ese momento pareci ser una empresa difcil de sobrellevar.
—El beleo —explic calmo—. Aspiraste su perfume, cierto?
Por qu? Se pregunt Escorpio Aphrodite se mostraba tan benevolente con l? Cuando siempre lo trat con aspereza; no slo a l, a cualquier humano que se aventuraba a acercrsele.
Como un simple humano que intenta alcanzar a un Dios.
Culpa, tal vez.
—Beleo?
El peliazul repiti aquel nombre con aprensin, lo poco que saba de aquella planta era que sola utilizarse en antao como veneno.
El guardin del Doceavo templo pareci adivinar su pensamiento y sentimiento hacia su venerada planta.
—Si se aspira su perfume produce un trance visionario—Se permiti sonrer, ante las cejas arqueadas de su compaero—. En tiempos antiguos se sola usar como incienso y se le atribuyeron propiedades curativas. Es un poderoso analgsico.
—Oh… interesante clase de botnica.
—Perdn por aburrirte.
Milo se concibi el hombre ms estpido que pudo haber habitado en ese mundo. No quiso decir nada de otros planetas, pues segn decan, no haban hallado vida an.
—Lo siento, no quise decir…
—Est bien, no pretendo que todos tengan el mismo amor hacia las plantas como les tengo yo—Aphrodite le dedic una mirada curiosa, traviesa.
—Qu pasa?
—Qu soaste?
Otra vez esa mala costumbre de alegar una interpelacin con otra.
—Por qu me lo preguntas? —Milo le devolvi el gesto.
—Pues… Pronunciabas mi nombre.
Escorpio se incorpor, haciendo acopios de toda su fuerza interna, como si algo tirase de l obligndolo a hacerlo pese al sopor que lo haba dominado.
—S… So contigo—confes estirando su mano para intentar alcanzar la lozana piel de su mejilla.
—No me toques!
Ah s, ese era el Aphrodite que todos conocan.
—Por qu siempre me rechazas?
La inquietud de Milo fue realizado con profundo pesar, en todas y cada una de sus palabras.
—No puedes tocarme—frunci su frente, encogindose contra el respaldar como si de un cro acobardado se tratase.
—Quiero hacerlo.
Piscis no hizo ms que hundir su rostro entre sus piernas. Sinti una mano sobre su hombro y no tuvo el impulso suficiente para rechazar ese gesto, no obstante al menos lo intent, apartndose tan slo un poco.
—Qu tiene de malo? Desde que te he visto en el Santuario he querido tocarte.
Milo se reproch en silencio; sus palabras haban sonado algo burdas y apresuradas, pero Aphrodite entendi enseguida la verdadera intencin de las mismas, y taciturno se explic:
—No puedes tocarme.
—Quiero besarte.
—Morirs.
—Por qu?
Elipsis. Absorbente y cargado mutismo que se cerni sobre ellos, envolvindolos por completo.
—Mi sangre—susurr Piscis con el tono de quien confiesa un pecado siniestro—est envenenada. Es el estigma de Piscis.
No supo si creerle, pero las lgrimas que sus serafines luceros desprendan lo llev a intentar darle una cuota de fe.
—No me importa… Quiero morir entonces, valdr la pena.
Aphrodite sonri, al mismo tiempo que la caprichosa mano de Milo alcanz por fin su mejilla con el propsito de secarle ese ptalo de sal. Pero raudo, Piscis lo esquiv.
—Ven, quiero abrazarte—No poda quedarse inconmovible ante una persona que lloraba.
—No… —una negacin, sin mpetu ni conviccin.
—Has dicho “mi sangre”; por besarte y tocarte no pasar nada Verdad?
Aphrodite elev sus hombros, desconociendo la respuesta. Y aunque esta hubiese sido positiva, no lograra amedrentar al colrico y decidido santo de Escorpio.
Este no tard en comprenderlo: Nunca nadie lo haba besado, nunca nadie lo haba tocado, siquiera abrazado, o realizado algn contacto con l… Una msera caricia.
Porque nunca Piscis lo permiti.
—Ven aqu—solicit Milo, enamorado.
Poco a poco, Aphrodite cedi, dejndose acunar en sus poderosos brazos, que le brindaban aquel calor que tanto haba buscado con afn, sin sospecharlo siquiera.
Sintiendo el leve palpitar rtmico de sus corazones se permiti cerrar los ojos, y rendirse a los encantos del dueo del Octavo Templo.
Lo bes, porque no le importaba perecer si al menos lo haca probando sus labios. Hundi su lengua, sacindose, ambicionando ms. Acarici su piel, experimentando un tenue cosquilleo en su alma.
Aspir el perfume de la flor ms bella que jams haba conocido, seguro de que aquello no era una quimera: Aphrodite, el Santo Dorado ms hermoso del Santuario, era suyo.
Milo le rindi tributos a su Dios personal.
Se adoraron mutuamente, por lo que les qued de tiempo.
FIN
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