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Zona prohibida por starsdust

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La energía turbia podía palparse en el ambiente de la tienda. Ya no estaba escondida, aunque tampoco tenía forma. Aiolia y Milo se pusieron espalda con espalda para tener una visión más completa de sus alrededores. Las armaduras seguían sin responder a su llamado. Tenían que actuar con mucho cuidado.

-¿Estás bien, Milo? -susurró Aiolia.

-Sí. Bloquea tu mente -indicó Milo.

Aiolia asintió. Si estaban ante un ser que se aprovechaba de las fantasmas interiores de las personas, no podían permitir que volviera a tener acceso a sus secretos, aunque quizás fuera demasiado tarde. Los dos habían sido atrapados en ilusiones creadas por el poder del enemigo, y habían escapado de ellas por poco.

-Como era de esperarse de dos caballeros dorados... lograron romper el hechizo... pero es una lástima... podrían haberse quedado viviendo su fantasía para siempre. Ustedes se lo pierden. -La voz trémula volvía a sonar, como si llegara de todas partes a la vez.

-¿Qué quieres? ¿Por qué haces esto? -preguntó Aiolia.

-Hace más de dos siglos mis poderes fueron parcialmente sellados por personas como ustedes -reveló el ser anónimo-. Pero he encontrado la manera de ir recuperando poco a poco lo que me quitaron. La energía sexual de los humanos es una fuente de poder interesante... Yo les ofrezco vivir una fantasía a cambio de quedarme con esa energía. Gracias a eso, estoy muy cerca de recuperar la totalidad de mis poderes y liberarme completamente. Este lugar es adecuado para recolectar lo que necesito. Acude gente con deseos muy intensos...

-¿Es por eso que las anteriores víctimas no despiertan? ¿Están atrapadas dentro de tus ilusiones también?

-Así es -respondió la criatura-.Y están disfrutándolo. Igual que ustedes lo disfrutaron mientras duró, ¿verdad? No es un destino tan terrible. Lo que ustedes eligieron ver fue lo que los hacía felices, ¿o no? Lo llamativo es que aún dentro de ese mundo imaginario, nunca olvidaron la misión. Me impresiona. No había visto tal dedicación desde aquella vez hace doscientos años.

Ahora tenía sentido que las víctimas hubieran caído en coma en lugar de haber sido eliminadas del todo. El ser tenía interés en mantenerlas vivas, atrapadas dentro de sus mentes, ya que sus fantasías eran lo que generaban la energía sexual de la que él se alimentaba. Un cadáver no le hubiera servido de nada, y ese razonamiento llevaba a otra conclusión.

-Milo, si destruimos esta cosa, esas personas quedarán libres...

-Sí... Si fue sellado en el pasado, entonces es probable que haya un objeto donde se almacene su poder... -dijo Milo por lo bajo. En ese instante sintió que Aiolia tiraba de él apartándolo del camino y se volvió con rapidez, para descubrir que quien lo sujetaba por el brazo no era el león dorado, sino Camus.

El momento que tardó en darse cuenta de que era un espejismo bastó. Los dedos de la mano de Camus se convirtieron en correas oscuras que envolvieron su muñeca y comenzaron a multiplicarse. En el espacio de una fracción de segundo, Milo se encontró siendo rodeado por cintas que avanzaron como serpientes por sus piernas, sus brazos, su cuello, impulsándolo hacia atrás hasta inmovilizarlo contra uno de los estantes de las paredes.

Allí comprendió que se trataba de látigos, que formaban parte del catálogo de la propia tienda. Intentó recurrir a su Aguja Escarlata para liberarse, pero el movimiento de sus dedos también fue trabado por las ataduras, que se adelantaron a sus intenciones, movidas por el titiritero invisible.

-Esa es tu arma, ¿verdad? -preguntó la voz, que sonó muy cerca de su oído-. Sé cómo funciona. No te dejaré utilizarla.

-¡Cuidado con las ilusiones, Aiolia! -advirtió Milo.

-¡Milo! -exclamó Aiolia, atónito ante la manera en que Milo estaba siendo avasallado por aquella fuerza intangible.

El escorpión tampoco podía entender cómo era posible. No se trataba solamente de que no tuviera su armadura. El poder que tenía esa cosa era abrumador. No dejaba espacio para escapar. Milo estaba enfurecido por no poder moverse. Definitivamente, ese no era un contexto en que le resultara interesante en absoluto. Comenzaba a resultarle arduo respirar.

-Este nivel... -dijo Milo con dificultad-. ¿Es algún tipo de deidad, acaso...?

-Así es -fue la respuesta-. Aunque muchos me hayan olvidado, soy un dios.

-Pero ni siquiera cuentas con tus poderes completos aún, ¿verdad? -intervino Aiolia. Estaba preparándose para elevar su cosmos-. No te vas a salir con la tuya.

-Aún así soy más fuerte que ustedes. Y vi lo que hay dentro de sus cabezas. Sé cuáles son sus puntos débiles. Los mayores enemigos de los humanos pueden llegar a ser ellos mismos.

Aquel ser estaba en lo cierto. No solamente conocía sus secretos, sino que de momento estaba en ventaja. Al no tener una forma visible, no había manera de saber hacia dónde atacar exactamente. Toda la tienda estaba impregnada de su poder. Milo vio a Aiolia vacilar e intentó advertirle.

-¡Aiolia! No lo escuches...no dejes que te confunda... y busca... el objeto que es la fuente... -Sus palabras fueron ahogadas por algo que cubrió su boca. No había llegado a ver qué era, pero sus esfuerzos por deshacerse de él fueron inútiles. Cuanto más luchaba, con más fuerza se adhería, aferrándose a su nuca. Milo gruñó de frustración, hasta que de pronto cayó en la cuenta de que si la entidad estaba tan decidida a mantenerlo callado, eso significaba que había dicho algo cierto.

Buscó la mirada de Aiolia desesperadamente, intentando hacerle entender. Al haber cerrado sus mentes para impedir que aquella cosa se aprovechara de sus debilidades, no podían comunicarse telepáticamente.

-¿No vas a ayudar a tu amigo, león? -preguntó la voz espectral.

En un principio, Aiolia no supo qué hacer, ni cómo interpretar la dramática expresión de Milo. La distracción estuvo a punto de costarle ser atrapado él también por el mismo truco de las amarras, pero gracias a haber visto cómo funcionaba con Milo, fue capaz de evitarlo. En su brazo quedó la marca de un corte que le recordó prestar más atención. El dolor que producían aquellos látigos era extremadamente agudo. No era lo que podría esperarse de un juguete. Estaban siendo controlados por la voluntad de un dios, lo que les otorgaba una fuerza sobrehumana.

Miró de nuevo a Milo y se estremeció al imaginar lo que debía de estar sintiendo. Sabía que no había tiempo que perder y que tenía que hacer algo por él rápido, pero se detuvo al ver que el otro sacudía la cabeza, como pidiéndole que se no se acercara. Creyó entender por qué. Si esa cosa no quería que Milo hablara, era porque él tenía razón. Había una fuente de poder en alguna parte y era necesario apoderarse de ella.

-Confío en él -dijo Aiolia con una sonrisa-. Puede arreglárselas solo.

-Conmovedor...

Las ligaduras que sostenían a Milo se tensaron hasta el punto de empezar a cortar su piel y hacerla sangrar. Aiolia vio a Milo luchar inútilmente contra el reflejo de soltar un grito, que de todas formas terminó en un lamento sofocado por la mordaza. Ninguno de los dos tenía puesta la armadura, que en batalla les servía para soportar dolores era mucho más intensos que lo normal.

Ver a Milo tan imposibilitado hizo que Aiolia volviera a preguntarse si estaría realmente bien darle la espalda a lo que le estaba ocurriendo. No importaba que aquello fuera una provocación para desviar su atención, no podía dejarlo así. Pero en cuanto Milo se dio cuenta de que él estaba dudando, se las arregló para dirigirle una mirada fiera. Al cruzarse con ella, el león entendió. Milo era fuerte. Milo tenía un plan. Milo aguantaría. Para ayudarlo, Aiolia tenía que enfocarse en encontrar la fuente de poder, sin dejarse distraer.

Así que asintió, y puso manos a la obra. Era difícil hallar algo en particular entre los miles de artículos de la tienda. Cada uno de ellos estaba bajo el control de la energía maligna del ser que habitaba el lugar. Vibraban como si tuvieran vida propia y eran armas potenciales que podían ser utilizadas en su contra. De repente, los maniquíes del escaparate comenzaron a moverse impulsados por el poder invisible a gran velocidad y Aiolia se vio forzado a esquivarlos, cosa que hizo con dificultad. Saltó para alejarse de ellos, y desde el aire los desarmó todos a la vez con un golpe rápido. No era suficiente para destruirlos, pero sí para demorarlos un poco. No podía darse el lujo de gastar malgastar su energía, cuando podría necesitarla más adelante.

En su búsqueda por el objeto que despidiera un tipo de aura diferente, fue derribando las estanterías que se cruzaban en su camino. Desde su posición, Milo intentaba elevar su cosmos mientras seguía luchando contra las ligaduras, sin importarle que estas estuvieran enterrándosele en la piel. Al resistirse, dividiría la atención de la entidad en dos, y como consecuencia le daría más tiempo a Aiolia para actuar.

Llegó el punto en que Aiolia hubo revuelto todo lo que había por revolver, sin haber encontrado nada especial, así que decidió que era hora de poner en práctica una técnica con la que intentaría cortar por lo sano. Su objetivo era destruir todo lo que hubiera dentro del negocio, de una sola vez. Creía haber acopiado el cosmos suficiente para ejecutarla, a estas alturas. Se agachó y colocó el puño derecho sobre el suelo. Canalizó toda la potencia de su cosmos en él, y lo dejó fluir en un poderoso ataque que sacudió los cimientos de la tienda.

-Lightning Fang!

El suelo comenzó a abrirse, como sacudido por un terremoto, y una energía devastadora brotó desde las grietas, eliminando todo a su paso. El lugar estaba colapsando; la criatura que lo habitaba estaba confundida. Milo sintió que las ataduras que lo detenían se aflojaban apenas, pero fue suficiente como para que pudiera escapar de ellas. Era la oportunidad que había estado esperando. Aterrizó de pie en el suelo, sin ser consciente del dolor ni de la sangre que goteaba por sus brazos. El cosmos que había estado acumulando durante todo ese tiempo lo hacía sentir invencible.

La técnica de Aiolia estaba arruinando todo a su paso, pero increíblemente, no tocaba a Milo, que miró a su alrededor y vio cómo todos los objetos de la tienda se iban desintegrando. Todos menos uno, que se destacaba por resistir el embate de manera inusual, apenas descascarándose.

Era la diminuta estatuilla de un duende deforme, que portaba un enorme falo, absolutamente desproporcionado en relación al resto de su cuerpo. Milo rió para sus adentros. Lo reconocía, porque representaba a uno de los antiguos dioses griegos, por más que se tratara de una deidad menor, olvidada por muchos. Era la imagen de Príapo, el dios de la fertilidad. Se decía que su lujuria era ilimitada, y había numerosas leyendas asociadas con las consecuencias de sus actos lascivos. No tuvo dudas. Ese era el responsable. Y esa estatua era el lugar donde guardaba su poder. Se dirigió hacia allí, aprovechando el caos reinante gracias a la técnica de Aiolia, y descargó sobre el ídolo un ataque en el que concentró todo su cosmos.

-Scarlet Needle!

El objeto explotó, y en ese instante, toda la estructura terminó de desplomarse. Milo se encontró siendo empujado hacia el suelo, pero no por los escombros, sino por algo lo protegía de la violencia del derrumbe, cubriéndolo con cuidado. Cuando la polvareda se disipó, entendió de qué se trataba. Sobre él estaba Aiolia. Sus manos estaban apoyadas junto a los hombros de Milo, y se veía terrible. Había actuado como escudo.

-¡¿Qué haces... encima de mí?! -preguntó Milo, con la voz áspera de la tierra que había tragado sin querer.

-¡Te salvo... de morir aplastado, idiota! -respondió Aiolia, que tenía el mismo problema para hablar.

-¡¿Pero qué...? ¿Qué te crees que eres, el príncipe valiente?!

-¡Bien...! ¡Nunca más te ayudaré, entonces!

-Nunca dije... que necesitara tu ayuda... -Milo hizo un movimiento para intentar incorporarse, pero allí su cuerpo le recordó que no estaba en las mejores condiciones. Estaba herido y había utilizado todo de sí para el último ataque. El mundo comenzó a girar y el dolor empezó a ganar terreno, así que decidió quedarse donde estaba, acostado boca arriba.

-Aunque la necesitaras... jamás lo admitirías... -señaló Aiolia, sin advertir que eso también podía ser aplicado a sí mismo. Milo hizo una especie de mohín, y Aiolia esbozó una sonrisa, que fue interrumpida por un acceso de tos.

-Oye... ¿estás bien? -preguntó Milo, un poco alarmado. Aiolia se tambaleó un poco. Se veía como si estuviera a punto de caer, pero respiró hondo, se recompuso, y habló con una voz más clara.

-Sí... ¿y tú?

-Sí, pero... la tienda... la destruiste por completo... -comentó Milo, mientras miraba de reojo hacia los costados.

-No había tiempo para revisar... los objetos uno por uno...

-Estuvo bien... -admitió Milo-. Y mira... -agregó, abriendo el puño-. Lo encontré.

En la palma de la mano de Milo estaban los restos de la estatuilla. Los fragmentos eran ahora irreconocibles, y más al estar mezclados con el color de la sangre. Se había esforzado en conservarlos, para que fueran debidamente sellados.

-¿Qué es...?

-Esta era... la fuente de poder.

-¿Ah, sí? Tenemos que apurarnos a poner eso en una caja con protección mágica...

-Sí... -susurró Milo.

El escorpión ladeó la cabeza y cerró los ojos. Ese gesto hizo que Aiolia prestara por primera vez atención al estado en que había quedado su compañero. Tenía cortes en el cuello y en las manos, y a través de los tajos de su ropa podían adivinarse otras heridas que atravesaban sus brazos y su pecho. Asustado por lo que veía, el león apoyó una mano sobre la mejilla de Milo y lo obligó con gentileza a volver a poner la cabeza derecha.

-¿Estás bien? ¡Milo! No te duermas...

-No hables tan fuerte... -murmuró Milo, volviendo a abrir los ojos.

-Estás sangrando...

La expresión de Aiolia era tan trágica que Milo sintió ganas de reírse, pero se dio cuenta de que lo mejor que podía hacer por su cuerpo era permanecer quieto.

-Tú también... Y te ves horrible, ¿sabes? Así que no me jodas.

oOo


Después del incidente de la tienda, Milo y Aiolia apenas tuvieron la energía suficiente para conseguir levantarse, comunicarse con el contacto del santuario en Ámsterdam para que viniera a hacerse cargo del caos que habían dejado atrás, tratar precariamente sus heridas y mudarse de ropa. No estaban de ánimo ni siquiera para seguir discutiendo. 

En el tren de regreso, lo primero que Milo hizo al entrar al compartimiento fue quitarse los zapatos y acurrucarse para dormir. Aiolia, que también estaba agotado, se quedó observando desde el asiento de enfrente cómo Milo era mecido suavemente por el movimiento del tren, cómo las tiras de tela de su campera deportiva se balanceaban de un lado a otro como el péndulo de un reloj cucú, cómo su melena caía en cascada desde el asiento hasta casi tocar el suelo.

Aiolia tocó su propio pelo. Se imaginaba que debía ser incómodo tenerlo tan largo. Se preguntó cómo se vería Milo con pelo corto, pero la idea se le hacía extraña. Luego, tuvo la intención de recostarse un poco, pero el dolor que sentía en la espalda era tan atroz que decidió quedarse sentado, a pesar del cansancio. No podía encontrar ninguna otra posición medianamente cómoda.

Milo también había salido mal parado del enfrentamiento, pero en su caso la extenuación era más fuerte que el dolor. La ropa cubría bastante sus vendas, pero estas aún eran visibles en su cuello y en los dedos de las manos, que se asomaban desde debajo de sus largas mangas.

-Milo... -susurró Aiolia. Se inclinó sobre él y estiró el brazo, con la intención de acariciar su frente.

-¿Qué? -dijo Milo, causando que Aiolia quedara paralizado en el medio de la acción.

-¿Eh? ¿No... no estabas durmiendo? -tartamudeó Aiolia.

Alcanzó a retirar la mano justo antes de que Milo entreabriera los ojos.

-Te dije que nunca bajaba la guardia, ¿o no? -dijo Milo con voz somnolienta-. ¿Qué ibas a decir, entonces?

-Na... nada...

Desconfiado, Milo lo escudriñó con una mirada inquisitiva. Sabía que Aiolia estaba mintiendo, pero estaba tan exhausto que no tenía interés en ahondar en el tema.

-¿Aiolia...? -murmuró.

-¿Sí?

-Cuando tengamos que reportar esto en el santuario... no creo que haga falta entrar en detalles sobre... lo que vimos en las ilusiones, ¿verdad?

Pocas veces habían estado tan de acuerdo. Ninguno de los dos quería exponerse de esa manera ante nadie, y mucho menos ante el patriarca. La idea de haber caído en el engaño de la criatura era ya lo suficientemente humillante.

-Sí, estoy de acuerdo. No tiene importancia -se apresuró a decir Aiolia-. Entonces... ¿se trataba de Príapo, el dios de la fertilidad?

-Sí... aunque no contaba con la totalidad de su fuerza...

-Aún así podía notarse que se trataba de un poder divino. Bloqueó nuestras armaduras y nos dio bastantes problemas. Me pregunto quién lo habrá sellado en el pasado, y de qué manera...

-Hablando de eso, creo que entiendo por qué el patriarca insistió en mandar a dos personas a esta misión, ¿sabes? -comentó Milo.

-¿A qué te refieres...?

-Al ir con alguien más, uno no es responsable solamente por su seguridad, sino también por la del otro. Hubiera sido más fácil perderse en la ilusión creada por Príapo, siendo una sola persona. Pero la presencia de otro cosmos familiar en los alrededores sirve como ancla a la realidad. El cosmos de la otra persona actúa como recordatorio y como guía para salir de la trampa.

-Es cierto. Aunque quizás hubiera convenido más enviar a alguien como Shaka, que se especializa en técnicas mentales...

La idea de las fantasías de Shaka siendo expuestas le causaba gracia a Milo, porque le resultaba difícil asociar al guardián de Virgo con cualquier tipo de actividad sexual.

-¡No me imagino lo que podría llegar a haber visto!

-Bueno, algo hubiera visto... Todos tienen fantasías... es... natural, a fin de cuentas -dijo Aiolia. El tinte escarlata que habían tomado sus mejillas no pasó desapercibido para Milo.

-Sí, supongo...

-¿Qué te fue lo que viste tú...? -aventuró Aiolia.

-¡Qué te importa, gato idiota! -respondió Milo. Al alzar el tono de voz súbitamente, se dio cuenta de que gritar hacía que el resto de su cuerpo retumbara de dolor, así que intentó quedarse callado, pero no pudo detener un quejido que se le escapó de entre los dientes.

En otro momento Aiolia se hubiera enojado, pero en este caso particular pasó por alto la descortesía. Se acercó a Milo; colocó una de sus manos sobre la cabeza del escorpión y la otra sobre el cuello, y compartió con él una energía calmante.

-Trata de no gritar, tonto.

Milo tuvo que tragarse su orgullo y obedecer. Aiolia era bueno para todo lo que tuviera que ver con sanaciones. Su intervención hizo que el dolor se aplacara rápidamente.

-¿Y tú, acerca de qué soñaste, Aiolia...?

Sabía que no había muchas posibilidades de recibir una respuesta, pero la curiosidad fue más fuerte que la lógica. Tuvo la impresión de que la mano que Aiolia tenía apoyada sobre su cabeza se enterraba un poco en su pelo, pero creyó que probablemente se trataba de su imaginación.

-Nada... -balbuceó Aiolia-. Nada especial...

oOo


De vuelta en el santuario, unos días después, podían escucharse gimoteos y discusiones provenientes de la zona residencial del templo de Escorpio.

-¡Ten más cuidado! -exclamó Milo. Sus quejas fueron momentáneamente mitigadas por un trapo que Aiolia introdujo adentro de su boca, y que Milo tuvo que esforzarse en escupir-. ¡Estúpido, me las vas a pagar y te va a salir caro!

-¿Por qué no te quedas quieto? -preguntó Aiolia, exasperado. Le era difícil encontrar la mejor posición donde colocarse para continuar con su trabajo. Milo, que estaba acostado boca abajo en la cama, se movía demasiado.

-¡Porque me incomoda cuando te pones en esa posición y el que me estés tocando así!

Para Aiolia no era fácil realizar una curación en esas condiciones. Pero al menos, tanta energía era signo de que Milo realmente estaba mejor. Al llegar al santuario ni siquiera habían logrado subir las escaleras de las Doce Casas.

-¡Cállate de una vez, lo hago para ayudarte, imbécil! Las heridas van evolucionando bien, pero tienes que tener cuidado.

-¡Entendido, entendido! -dijo Milo. Su cuerpo apreciaba lo que Aiolia estaba haciendo por él, pero a su mente no le gustaba demasiado la idea de dejar que el otro se acercara tanto.

-Tómatelo con calma.

Milo tenía la desagradable sensación de que el gato estaba disfrutando de aquello, pero decidió cerrar los ojos y dejar que su compañero siguiera bañando sus heridas con energía curativa, sin interferir. Se sentía bien, tenía que admitirlo. Simplemente, tenía que olvidar que era Aiolia quien lo estaba haciendo.

Empezaba a quedarse dormido cuando lo despertó el sonido de un golpeteo en la puerta de la habitación. Aiolia volvió a cubrir la lesión que estaba tratando en la espalda de Milo y lo dejó en libertad. El escorpión se levantó con pesadez y se puso la primera camiseta que encontró a mano. Lo hizo al revés, sin percatarse de ello. Tropezándose con una silla por el camino, fue hacia la puerta y la abrió. Lo que vio lo hizo despertar en un segundo.

-¡Camus, has vuelto! -exclamó.

El recién llegado sonrió. Milo fue directo a su boca para darle un beso de bienvenida, olvidando que Aiolia también estaba en la habitación, pero Camus, que sí se había notado que no estaban solos, interrumpió el abrazo en cuanto le fue posible.

-Aguarda... -murmuró, mirando de reojo hacia Aiolia.

Espantado, Milo se echó hacia atrás y se cubrió los labios con una mano.

-Yo ya me iba -dijo Aiolia, levantándose de la cama.

La falta de reacción le resultó extraña a Milo, pero no sabía que se debía a que Aiolia simplemente acababa de confirmar lo que venía sospechando desde hacía un buen tiempo.

-Oye... -susurró Milo.

-No hace falta que digas nada. Cuídate, tonto. Nos vemos, Camus -saludó Aiolia.

Camus respondió moviendo la cabeza en un gesto de cordialidad, y cerró la puerta de la habitación con tranca en cuanto el león se retiró.

-Está... un poco raro últimamente -comentó Milo.

Antes de que Camus tuviera oportunidad de preguntar más al respecto, Milo desvió la atención del tema con un nuevo beso, que esta vez fue más extenso y profundo. Se perdió en el abrazo, feliz por poder experimentar finalmente en carne propia esas sensaciones que tanto extrañaba. La realidad era aún mejor que en sus recuerdos. Sintió la piel de gallina cuando las manos de Camus estrecharon su cuerpo con cuidado, como si intuyeran que no estaba en su mejor forma. Deseó que el momento de apartarse nunca llegara, pero sintió que el otro se tensaba al percibir que estaba herido, al punto de que terminó apartándolo.

-No estás del todo bien. ¿Qué te pasó? -preguntó Camus con inquietud.

-Una misión -respondió Milo, de manera rápida y casual-. ¿Cuánto tiempo te quedarás? ¿Cómo están los chicos?

-Los chicos están bien. Me quedaré una semana. ¿Qué tipo de misión? -insistió el francés, mientras Milo lo tomaba del brazo para guiarlo hasta la cama.

-Es una larga historia -dijo, sin soltar a Camus-. Quería verte...

Aunque Camus se dejó arrastrar, mantuvo su distancia. Tenía un mal presentimiento, por más que Milo lo incitara a avanzar con el mismo entusiasmo de siempre. El único pensamiento que tenía lugar en la mente del escorpión era el de cuánto extrañaba a Camus, y a su cuerpo le pasaba exactamente lo mismo.

Pero la preocupación volvía a Camus aún más prudente que de costumbre. Antes de continuar, levantó un poco la camiseta que llevaba Milo, lo suficiente como para dejar al desnudo su vientre, y los vio los vendajes que cubrían algunas zonas de su piel.

-Milo, todas estas heridas... -dijo, mirándolo con gravedad.

-Son superficiales, no te detengas... -rogó Milo.

No del todo convencido, Camus dejó al descubierto las piernas de Milo. Al encontrarse con el mismo panorama, volvió a acomodar la ropa en su lugar, para desilusión del escorpión. Luego tomó una de las manos del chico y retiró parte de las vendas, para ver de qué tipo de herida se trataba y en qué estado estaba. Permaneció un buen rato reflexionando sobre qué era mejor hacer, y finalmente se acostó sobre la cama boca arriba, pensativo. Ante las protestas de Milo, lo invitó a recostarse sobre su torso, cosa que él aceptó. Era mejor que nada.

-¿Cuándo llegaste de la misión? -preguntó Camus, apoyando con gentileza una mano sobre la cintura del otro.

-Hace... un par de días.

-Entonces puedes esperar un par de días más.

-¿Días? -exclamó Milo, incrédulo-. Pero Camus, no es justo, no tiene sentido...

-Si esperas hasta entonces, cuando se cumpla el plazo haremos lo que tú quieras -propuso Camus con una sonrisa.

-¿Cualquier cosa que yo quiera? ¿No importa lo que sea? -La manera en que Milo pronunció esas palabras hizo a Camus dudar de la conveniencia de su oferta, pero era muy tarde para echarse atrás.

-¿Sí, creo...?

-Acepto -dijo Milo, sellando su aprobación con un alegre beso.

-Ahora cuéntame lo que te pasó -pidió Camus.

En lugar de contestar, Milo se quedó callado y hundió la cabeza en el pecho de su compañero, mientras deliberaba acerca de cuánto revelar. Camus estaba extrañado. En general, Milo siempre se mostraba entusiasta a la hora de compartir sus hazañas. Su titubeo solamente servía para disparar aún más la curiosidad del francés.

Desde afuera, Aiolia escuchó el eco de las dos voces mientras se alejaba de Escorpio y sonrió. Sabía que Milo estaba fuera de su alcance, pero ni siquiera estaba seguro de cómo sentirse al respecto. No sabía si eso lo hacía sentir secretamente aliviado por no tener que enfrentar seriamente sus sentimientos o enojado por no tener oportunidad. Y de hecho, ni siquiera sabía si sus deseos no serían más que un capricho. Por eso, dejaría que las cosas siguieran su propio curso. Era mejor de esa forma. Así que caminando despacio se puso en ruta hacia Leo, resistiendo la tentación de mirar atrás.

Fin~

Notas finales:

Aquí se terminó este fic que nació de una idea loca xD Me divertí mucho escribiéndolo e investigando para armar el argumento. Me gustó más de lo que pensé que me gustaría el tema de hacer un fic que tuviera que ver con una misión y todo lo que eso conlleva xD Hasta estoy pensando (o estaba pensando) en hacer una historia de cómo hicieron para sellar a este dios en los tiempos de Lost Canvas xD

La técnica que le hice usar a Aiolia para destruir la tienda (Lightning Fang) viene del Episodio G y funciona de la manera en que la describí: destruye solamente lo que Aiolia quiere, y evita lo que tiene que ser protegido. Se ve así: http://i.imgur.com/mjGFJ.jpg

Como había dicho, suelo hacer a Milo y Aiolia en base a lo que se muestra de ellos en Episodio G, donde se explora bastante de sus personalidades. Pero esta historia tendría lugar unos años después de Episodio G, entonces traté de hacer que por ejemplo Aiolia (que es quien más cambia) fuera más maduro que en ese manga, pero NO tan maduro como es en la serie animada, sino que retuviera cosas del Aiolia bien joven. Porque después de todo, son adolescentes xD

Pasando ahora al tema del dios Príapo. NO LO INVENTÉ. Realmente existía para los griegos, y era representado con un falo gigante xD Sus estatuillas eran usadas para proteger cosechas, y venían con advertencias escritas que decían cosas como: "El ladrón que traspase los dominios que protejo será sodomizado". A quien le interese puede buscar más información sobre él :3 

Cuando estaba buscando un “dios del sexo” para la historia, Neomina me pasó una imagen de Príapo, y al investigar más me pareció que sería adecuado (aunque él no era el dios del sexo, sí era muy pero MUY lujurioso). Una fotito de un ejemplo de estatuilla dedicada a él:




Sobre las ilusiones, voy a aclarar un poco más la manera en que lo pensé, por las dudas xD

Imaginé que el dios había sido sellado en el pasado, al estilo Poseidón, y que necesitaba energía para fortalecerse. Por ser un dios muy asociado a la lujuria en la mitología, elegí que necesitara específicamente energía sexual. Para conseguirla, decidí que encerraría a sus víctimas en ilusiones, aprovechándose de su subconsciente para hacerles soñar algo que tuviera que ver con sus fantasías. De esas fantasías surgiría la energía que él precisaba.

La técnica de encierro es algo parecido a lo que hace Phantasos en Lost Canvas. Phantasos de LC encierra a sus víctimas en un sueño que tiene que ver con un algo que ellas quieran realizar. La diferencia es que Phantasos lo hace para dejar al enemigo fuera de juego, mientras que mi Príapo lo hace para aprovechar la energía sexual que generan las fantasías de la gente y así fortalecerse de nuevo. Sus víctimas son su combustible.

El Camus de la ilusión de Milo fue creado a partir de los recuerdos de Milo como consecuencia de cuánto extraña Milo a Camus (o sea que es cercano a la realidad, ya que en la realidad del fic ellos ya son pareja).

El Milo de la ilusión de Aiolia fue creado a partir de los deseos de Aiolia (o sea que no es el Milo de la realidad, sino el Milo que Aiolia quisiera para él, un Milo que no está con Camus y que corresponde a sus sentimientos).

Pero al final, tanto Milo como Aiolia se dieron cuenta de que estaban soñando, porque su responsabilidad como caballeros pudo más xD Ah, y quería darles un poco de palo en la batalla final, que no les fuera tan fácil vencer al dios. Algo que no me agradó fue tener que recurrir al recurso de El Villano Que Explica, pero bueno xD Ah, en mi mente, Aioria quedó un tiempo cojo luego de la batalla xD No encontré cuándo mencionarlo, pero me lo imagino rengueando en la escena del final xD Extrañamente, aunque él no es mi favorito, me divierte cuando tengo la chance de escribir sobre él @_@

Lo explico bien claro por si acaso... pero cualquier duda que haya quedado estoy a las órdenes. 

Agradezco a quien haya leído hasta aquí, aunque no fueran muchos xD Y perdón por lo que le hice a Aioria U_U

EDIT: Empecé la precuela de Lost Canvas, aunque no sé si la siga: http://www.amor-yaoi.com/fanfic/viewstory.php?sid=70196


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