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Concordanza por Rokyuu

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Notas del capitulo:

¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!

¡Ha llegado a su fin! Jamás pensé que me vería terminando una de mis historias, y me alegra que haya tenido su apoyo a pesar de que es la primera que publico. En verdad quiero que sepan que sin ustedes jamás habría pasado del primer capítulo, y que me dan razones para seguir.

Y por si quedaron insatisfechos, les cuento que Concordanza tendrá una pequeña serie de afterstories o epílogos en los que escribiré sobre cómo ha sido la vida de estos dos luego de todo lo que ha pasado hasta este punto. Además, incluiré la historia del Sr. Leighton, viejo conocido de los padres de Ray. 

Estos afterstories serán publicados aparte bajo el título de "Concordanza - Overtime" a partir de este próximo miércoles. 

Y en abril empezará la publicación del spin-off, donde Lance será el protagonista: Colla Voce. Me harían muy pero muy feliz si se acercan y los leen!

Ahora... disfruten del último cap!

Desde hace ya varios años había empezado a pensar en cómo mi familia había llegado al punto en el que se encontraba. Mi padre había desaparecido, mi madre se había volcado al trabajo y Lana se escondía en sus amistades, ignorándolo todo. Yo me escondía en el deporte, en Ray, en el tiempo que pasábamos sin hacer nada realmente importante.

Supongo que me dejó de importar la familia. O más bien, las familias en general. Si la mía estaba arruinada de la noche a la mañana, no quería saber las situaciones de las demás. Especialmente cuando de Ray se trataba, había algo que me impedía pensar en su entorno. Desde el principio quise conocerlo a él, a Ray, sin importar su contexto. Puede que por eso hayamos llegado a ser tan buenos amigos.

Recuerdo una tarde en particular en que el profesor de turno tuvo que sacarnos a gritos y amenazas del instituto. Ray había decidido luego de la práctica que jugaríamos un rato más, y eso hicimos.

Corríamos lado a lado por la extensión del campo de fútbol, pasándonos el balón el uno al otro. Si alguien no lo recibía bien, además de ir por él, debía hacer una confesión.

“¿Cómo se te ocurren esos juegos?” pregunté.

Ray sonrió de lado y puso el balón sobre el césped, iniciando la dinámica. “Será divertido, ya verás.”

Y al principio sí lo fue. Ray perdió el balón un par de veces y me hizo confesiones de lo más inocentes. Tiendo a confundir a los profesores de Matemáticas e Inglés. La primera vez que vi el mar tuve miedo y no quise acercarme a la orilla…

Sentado sobre el polvo de la diminuta y fría bodega, sonreí. ¿Cuántas horas había pasado encerrado en ese lugar? Mi percepción del tiempo estaba hecha un desastre, pero ya hacía bastante Ray había dejado de dar golpes sobre la puerta. Una sombra en medio de la línea de luz que entraba por la ranura bajo la puerta me dejaba saber que Ray seguía ahí sentado de espaldas contra la puerta. Sonreí de nuevo y me acerqué, recostando mi propia espalda sobre la madera.

“…¿Ray?” mi voz hizo eco en las paredes. “¿Me escuchas?”

Sentí a Ray moverse atrás de mí. Luego de un corto silencio, golpeó la puerta dos veces.

“Sí, Mat… ¿tú me escuchas a mí?” sí lo escuchaba, pero muy débilmente. Ray hablaba con mucho más sigilo que yo.

Asentí, dándome cuenta de que ese gesto no tenía utilidad. La verdad era que lo escuchaba como a lo lejos, pero solo respondí con un , pensando que no había nadie más que nosotros dos ahí, en medio del usual silencio sepulcral en casa de Ray.

Silencio de nuevo. Supe dentro de mí que Ray estaba a punto de disculparse de nuevo, pero no quería escucharlo. No era su culpa…

“Oye, Ray, yo…”

“Mira, Mat, yo…”

Nuestras voces se mezclaron en el aire y ambos paramos de hablar. Suspiré, decidido a cambiar el tema un poco, a pesar de las condiciones.

“Ray, estaba pensando sobre la vez que nos quedamos hasta muy tarde en el instituto. ¿Recuerdas? El juego de las confesiones con el balón…”

Él soltó una risita baja pero honesta que me devolvió un poco de calor al cuerpo.

“Claro. ¿Cómo no recordarlo? Me hiciste pedazos. Casi no confesaste nada.”

“Y tú solo confesabas tonterías.”

Me volví hacia la puerta y posé una mano sobre la madera, deseando poder traspasarla, poder alcanzar a Ray, acariciar su cabello… Si bien nuestras voces nos unían, nuestra relación había llegado a un punto en el que no era suficiente. Ambos necesitábamos una mirada que nos dijera que todo estaría bien, que estábamos juntos, pero esa maldita puerta…

“…Y también,” un cambio en la luz filtrada indicaba que Ray se había movido; quizá hacía lo mismo que yo, “¿recuerdas lo que me preguntaste casi al final?”

Sonreí con alguna culpa. Esa pregunta había sido el punto del por qué había recordado esa tarde en particular…

“Te pregunté ‘¿por qué no confiesas nada de tu familia?’ y tú inmediatamente paraste de correr.”

Definitivamente había sentido las manos de Ray apoyándose en la madera con fuerza, tanta que la puerta se estremeció. No pude sino hacer lo mismo, arrodillarme, tomar la actitud de Ray hacía unos minutos y dar golpes, intentando liberarme, deseando liberarme.

“Maldita sea, Ray… Hay demasiadas cosas que debimos habernos dicho antes. Esperamos hasta el último momento y ahora henos aquí.”

“Lo sé. Agh, Mat… ¡Lo sé! Pero… No, no te preocupes.” Su voz, antes preocupada, se tornó decidida. Sorprendido, hice que mis golpes pararan.

“No debes preocuparte, Mat. Yo te sacaré de ahí. Yo…”

“¿Tú?”

Ahí estaba de nuevo la voz fría y desdeñosa de la madre de Ray. Escuché sus plataformas acercarse a la puerta. Ray se mantuvo en su posición, pero incluso a través de la madera podía sentir la tensión.

“Quítate de ahí, Raymond. Estorbas.”

“No pienso moverme.”

Quería decir algo, pero no sabía qué. La mujer había estado ausente todo el día, ¿qué quería en ese momento? ¿Venía a preguntar si había logrado convencer a Ray?

Reparé entonces en el hecho de que no habíamos discutido nada sobre eso, sobre West Balk y Darin. Se nos había ido el tiempo en un silencio resignado y conversaciones sobre lo que debíamos haber hecho en el pasado, pero que ya no podíamos reparar. Aún así, que Ray fuera en contra de su voluntad a estudiar lo que no le apasionaba, y que yo no lo volviera a ver…

“Dije que te quites.”

Escuché un golpe sordo. De repente la sombra en la ranura bajo la puerta desapareció y fue reemplazada por las conocidas plataformas.

“N… No le hagas nada… ¡No le hagas nada a Ray!” grité, inseguro. Al otro lado la mujer rió en voz alta. Quitó los cerrojos y abrió la puerta de golpe, Ray todavía atrás de ella, sosteniéndose el costado con un gesto adolorido.

Aferré mis manos de la toalla que todavía rodeaba mi cintura. Me sentía expuesto, indefenso y sin posibilidad de contraatacar con algo que no fueran palabras. Inútil.

“Mírate nada más. Tiemblas como una niña.” No me había percatado de eso hasta que la mujer lo mencionó. “Pero supongo,” continuó, sacando algo que tenía escondido tras la espalda, “que eso es exactamente lo que eres, ¿no?”

Antes de que pudiera reaccionar, unas cuantas prendas de ropa me fueron lanzadas en la cara. Abrí los ojos poco a poco y las observé. En lo oscuro de la habitación no podía estar seguro, pero al extenderlas frente a mí, no tuve duda: eran prendas de mujer.

“Mira qué buena soy; las compré solo para ti. En la sección de ‘Señoritas’ del almacén. Así que vístete ya.”

Ray reparó en la ropa y apoyó una mano sobre el piso, inclinándose hacia adelante para reclamarle a su madre. “Por Dios, mamá, ¿qué estás pensando?”

Sin siquiera voltear, ella respondió en voz fría. “Cállate, Raymond. No hago lo mismo contigo solo porque eres un Pratt.”

Yo, aún sin reaccionar, simplemente veía la figura de Ray tras las piernas larguiruchas de esa mujer. Supongo que aún estaba impactado por el insulto, y por la anticipación de qué más cosas, aún más denigrantes, podía hacer.

Ray gruñó, furioso. Dio un puñetazo sobre el suelo. “¡Pues no dejaré que lo insultes! ¡Esto no es un juego, mamá! ¡Lo que estás haciendo no está bien! ¡Yo no dejaré…!”

Ella volteó y, sin hesitar, pisó la mano que Ray había apoyado sobre el suelo con la punta de sus plataformas. Ray suspiró, adolorido, y se volvió hasta recostarse sobre la pared, mascullando maldiciones en voz baja.

Aparté las prendas y alargué un brazo para tomar a la mujer por el pie, pero ella predijo mi movimiento y pateó mi brazo. “¡No me toques, escoria!”

“¡¿Por qué llega a estos extremos?!”

La madre de Ray rió secamente y tomó la perilla de la puerta, halándola hasta cerrarla, dejándome de nuevo en la oscuridad. “Ya lo dije,” explicó mientras pasaba de nuevo los cerrojos a la habitación, “solo quiero que convenzas a este niño de que no haga nada estúpido, y saber que jamás dirás que te anduviste revolcando con un Pratt. ¡Es simple, la verdad! ¡No me explico cómo es que no has tomado ya la decisión!”

Mordí mi labio inferior. Mis manos, cubiertas con el polvo que cubría el piso de la estancia, se contrajeron en puños que apreté fuertemente.

“No lo haré. No lo haremos.”

Lo había dicho en voz demasiado baja. Tomando valor, me puse de pie y empujé con ambas manos la puerta, causando un estruendo y gritando “¡No lo haremos!” inmediatamente después.

Ella se limitó a bufar, como si no tuviera duda de que ella ganaría.

“¿Ah, sí? Pues te daré cuánto tiempo quieras para cambiar de parecer. Y te recomiendo que te vistas, porque hará frío aquí, muy pronto.”

Sus pasos se alejaron. Luego de unos segundos, Ray volvió a acercarse a la puerta. Caí de nuevo sobre mis rodillas.

“Ray, ¿qué quiso decir con…?”

Él me interrumpió con lo que supuse fue el golpe de su cabeza contra la madera.

“Hay un termostato  con contraseña de acceso cerca de la cocina. Probablemente cambiará la clave y… Mat… Ah, Dios, Mat…”

A lo lejos, escuché de nuevo a la mujer. “Volveré por la tarde,” alcancé a escuchar. Ray volvió a darle un golpe de cabeza a la puerta.

“Estaré bien,” dije, tragando saliva, luchando por poder creer en lo que decía.

 

-

 

Mi cuerpo entero estaba hecho una bola junto a la madera. Mis manos rodeaban mis rodillas, mi rostro estaba hundido entre estas y mis pies empezaban a sentirse como ladrillos adheridos a mis tobillos.

Tiritaba. Tiritaba y disfrutaba de la brevísima sensación de mi aliento tibio sobre mis piernas, solo para sufrir luego a la hora de inhalar el aire frío de la estancia. Ray me había dicho que estábamos a 10°C, pero el dolor de cabeza a causa de la baja en la temperatura me hacía creer que me habían encerrado en un congelador y no en una bodega.

Ray se mantenía del otro lado de la puerta. Había intentado pasar prendas más cálidas de ropa por la ranura de abajo, pero sin importar cómo lo intentara, estas no pasaban.

“¿Estás bien, Mat?” preguntaba cada par de minutos. Al principio, su constancia me había parecido exagerada, pero a medida que el frío penetraba más y más en mí empezaba a agradecer que su voz me mantuviera cuerdo. “Hay que hacer algo, Mat. Te lo dije, iré a conseguir ayuda…”

Di una palmada sobre la puerta. “¡Espera!” grité, lamentando luego haber cambiado de posición, exponiendo mi rostro al frío, “¡ya te dije que esa no es opción!”

Ray devolvió el golpe contra la puerta, más fuerte que él mío. “¡¿Y entonces qué sugieres?!”

Se puso de pie. Vi, como maravillado, la luz filtrándose en mi dirección.

“¡Llevas ahí más de una hora! Mi madre podría venir en cualquier momento, lo sé, pero prefiero que me encuentre rescatándote y luego veamos tú y yo cómo salirnos del problema. Mat… tú lo sabes… Lance no… móvil apagado…”

Poco a poco mis ojos fueron cerrándose, todavía enfocados en el piso. De repente mi cuerpo se había tornado extremadamente pesado y la luz del exterior parecía transformarse de una línea estática a olas, giros, se agrandaba y empequeñecía sin orden alguno.

Escuchaba al fondo la voz de Ray, gritando mi nombre una y otra vez. Mi cuerpo estaba pesado, como aprisionado. Luché por vencer el letargo y abrir mis ojos. Al principio mi cuerpo no quiso escucharme, pero dentro de poco podía ver de nuevo y mis brazos y piernas se movían como si estuviera en el aire.

No logré reconocer lo que tenía frente a mí. Era como un gran arbusto, como si hubiera sido rodeado por las ramas de un frondoso árbol, negro, probablemente por la ausencia de luz. Veía entre las hojas más vegetación, igual de espesa y variando solamente en tonalidades de negro. Asumí que era de noche. Moví mis manos frente a mi rostro para apartar las ramas y me asomé entre ellas, buscando a Ray.

“¡Mat!” gritaba. “¡Mat, vamos, Mat!” repetía, y cuando intentaba ubicar de donde provenían sus llamados, me encontraba con que la voz de Ray me encontraba por todos lados. Por la derecha, la izquierda… la otra izquierda… ¿la otra derecha? Arriba… Que parecía más un vacío, un abajo, un cielo negro, negro, sin estrellas…

La pesadez regresó tanto a mi cuerpo como a mis párpados. Sentí que caía hacia adelante y me estrellaba contra el suelo, y un haz de luz me invadía los pensamientos junto con una mayor claridad a los llamados por parte de Ray que había luchado por identificar hacia segundos.

O eso pensé. En realidad, mi cuerpo no estaba pesado sino entumecido, había caído con el rostro sobre el piso y Ray, del otro lado, daba golpes desesperados. No me buscaba, sino que me despertaba. ¿Me había quedado dormido? Pero cómo rayos…

“¡No pierdas el conocimiento de nuevo! Por Dios, Mat… No puede ser…”

¿Perder el conocimiento? Así que había perdido el conocimiento. El frío ya hacía estragos serios en mí. Lance tenía apagado el móvil, no podíamos revelarle todo repentinamente a algún vecino, como la señora Brand, e involucrar a la policía sería agrandar el asunto muy fuera de proporción. Porque eso no era tan serio. Por lo menos en aquel momento quería pensar que no lo era.

Con mi rostro apoyado sobre el suelo, podía entrever la silueta de Ray. Estaba en manos y rodillas, viendo la puerta con una expresión de genuino pánico. Quizá era porque mis ojos no se habían acostumbrado a la luz, o quizá la preocupación de Ray lo había hecho palidecer.  Todo el escenario me pareció tan inverosímil que tuve que soltar una risa amarga.

“Esto no está pasando, ¿verdad, Ray?” dije, en voz quebradiza, “no estoy aquí en contra de mi voluntad, no me estoy congelando aquí dentro, no estamos separados por esta estúpida puerta…”

Los ojos de Ray se enrojecieron. Pasó el dorso de su mano por ellos para evitar que cayera alguna lágrima y respiró hondo, ofreciéndome una sonrisa de lado.

“No pares de hablar, ¿sí? Mantente consciente, por favor.”

Le devolví la sonrisa, aún sabiendo muy bien que él no podía verla. Cerré mis ojos y seguí recordando cosa tras cosa que me mantuviera esperanzado, que me dijera que sufrir la tortura valdría la pena, que no terminaríamos siendo forzados a separarnos…

“Esto es un sueño, yo lo sé. Tiene que serlo. Ahora mismo estamos en casa, en mi casa, y estamos en la cama, dormidos. Tú me rodeas el torso con los brazos y yo te rodeo por las caderas. La puerta de mi habitación tiene pasados los cerrojos y dormimos profundamente luego de hacer el amor. Sí. Ahí es donde debemos estar.

Ah, pero espera… Eso significa que no nos hemos graduado. ¿Sería diferente nuestra graduación? ¿Qué tanto? Ah, Ray… Me pregunto en qué punto tomamos la decisión equivocada, o en qué punto cometimos un error que ahora se ha vuelto un enorme problema. ¿Cuando nos confesamos el uno al otro? No… Por supuesto que no, ¿verdad, Ray? Porque tenía miedo entonces, y no estuvimos juntos, pero ahora sí lo estamos y ya no tengo tanto miedo.

Me has enseñado a ser valiente, Ray. A quererte sin reservas. A no temer. Y entonces… ¿por qué tiemblo? ¿Por qué quiero llorar? Por un demonio, Ray; ¡quiero besarte y no puedo y lo odio!”

Escuché un forcejeo. Abrí mis ojos de golpe, percatándome de un movimiento de vaivén en la puerta y en los brazos de Ray. Escuché atentamente el sonido y lo reconocí como un serruchar constante. No sé cómo reuní el valor de erguirme de nuevo hasta estar sentado sobre el piso, buscando el lugar donde aparecería la llave de mi salida.

De repente, Ray respiró hondo. “No hay ni una mísera herramienta aquí, pero juro que te sacaré así tenga que dejar todos los cuchillos de la cocina sin filo.” Su voz se escuchaba como si no hubiera podido contenerse más, como si hubiera llorado. ¿Por la retahíla de tonterías sentimentales que acababa de decir?

“Ray…”

“…Joder, ¡yo también quiero besarte! ¡Quiero sacarte de ahí ahora mismo!”

Mis dedos se sentían como bloques de hielo. Cada movimiento que realizaba me dolía hasta la mismísima alma, pero la esperanza de salir pronto me hacía posible mantenerme erguido, mantenerme despierto, consciente…

“Para un par de maricas, hacen demasiado ruido. Es imposible tomar una maldita siesta.”

El aserruchar de Ray se aceleró casi por desesperación sofocante. Perdió el ritmo y escuché que maldecía entre los dientes. Por mi parte, yo también había empezado a sentirme débil de nuevo, y era porque había reconocido esa voz perfectamente. Ralph Pratt.

“Te ves sorprendido, Raymond. ¿Qué, no esperabas que estuviera aquí? Por Dios, si es mi casa. Simplemente no me quería acercar a la peste.” La voz se acercaba. Ray gruñía, pero no podía avanzar mucho. Apenas y lograba filtrarse por el breve corte un haz de luz.

Veía la sombra de la cuchilla descender en zigzag, temblorosa, hasta que Ray cometió un error. Escuché un quejido de dolor y la carcajada ronca del señor Pratt.

“Demasiado desesperado, ¿no? Pues qué mal por ti. Pagarás la reparación luego, jovencito.” Maldije por lo bajo el no poder salir de mi encierro para darle su merecido a ese tipo. Seguramente Ray habría protestado, pero a él sí estaba dispuesto a darle un par de explicaciones en el lenguaje de los puños. También moría por saber qué tan grave había sido la herida de Ray. Y, carajo, no podía sentir nada de la pantorrilla hacia abajo.

“Tienes unas tres capas de ropa puestas, Raymond. Pero no te preocupes, que ahora mismo nos vamos de este lugar helado. Ve y espérame en el auto.”

¿Qué?

“¡No me voy a ninguna parte!”

Ray se puso violentamente de pie. Se apoyó contra la puerta y el haz de luz que ingresaba por el corte en la puerta se oscureció.

“Claro que sí. ¡Ve o ahora mismo lleno ese cuarto de humo para que ese imbécil se ahogue!”

Forcejeos. El cuchillo cayó al suelo con un estruendo y poco después, Ray cayó sobre sus rodillas.

“Me romperás el brazo…” gruñía. Su padre reía. Escuché cómo la risa se alejaba. Estaban yéndose. Probablemente llevaba a Ray arrastrado hacia afuera. “¡Mat! ¡¡Mat!! ¡Mantente despierto…! …¡Mat!”

Y ya no pude reconocer qué me quería decir.

Topé mi frente contra la pared, sintiéndome más indefenso. Habría tumbado esa puerta si hubiera tenido aunque fuera una pizca de energía, pero ni siquiera estaba seguro si podía ponerme de pie sin quebrarme en decenas de piezas. Intenté alzarme apoyando mis brazos contra las paredes, pero no lograba juntar el impulso, mucho menos el equilibrio.

Derrotado, me desplomé sobe el suelo polvoso. Mis labios estaban demasiado resecos, amenazando con rajarse si me mantenía ahí por demasiado tiempo más. Mierda, carajo, joder y todas las maldiciones que se me ocurrían… ¡¿Qué rayos hacía?!

¡Estábamos tan cerca!

¡Un obstáculo más y el resto del camino sería un juego de niños!

Mis párpados se cerraban solos. La nada de un techo bajo y negro se convertía en la nada trasera de mis párpados, en la oscuridad de mis pensamientos. Pensaba, pensaba, pero no llegaba a ninguna respuesta. Mi cuerpo se relajó al cerrarse por completo mis ojos.

Frente a mí, nubes oscuras de bruma se esfumaban y reaparecían. Alcé mis manos lentamente para tocarlas, pero desaparecían antes de que las alcanzara. A lo lejos, de nuevo, escuché mi nombre. Alguien me buscaba. Alguien…

“¡Asaltante! ¡Asaltante! ¡Voy a llamar a la policía…!”

Abrí los ojos de golpe.

“¡Ja! ¡Inténtelo! Ahora quítese del camino y déjese de estupideces, que si la policía viene en todo caso esto no pintaría bien para usted. ¡Imbécil!”

“¡Mat está mal! ¡Hay que ir por él, hay que…”

“¡Carajo! ¡Esta casa es un maldito congelador! ¡Ack!”

Muy a pesar de mi estado, sonreí. Esas voces… Mis voces favoritas en toda la tierra. Sus pasos se acercaron corriendo. Me hice a un lado, esperando ansiosamente que hablaran.

“¿Mat? ¿Estás bien?”

“¡Mat! ¡Habla! ¡No te duermas!”

Abrí mi boca para responder, pero la voz no salía. En su lugar, estallé en una tos seca y que lastimaba mi pecho y garganta. Ellos forcejearon la puerta.

“Mi madre tiene la llave.”

“Pues lo siento…”

Se hicieron hacia atrás. Podía ver la parte baja de sus pies. Se preparaba.

“¡Mat! Si me escuchas, agáchate, ¿sí? Hazlo ahora.”

Sonreí una vez más. Ya estaba tendido en el suelo, no me quedaba otra que seguir ahí.

“Uno... Dos… ¡Tres!” Tomó impulso. Tuve que cerrar mis ojos con fuerza al ser impactado en el rostro por la luz de afuera que no había visto por casi 10 horas. La parte de arriba de la puerta, donde habían pateado, cayó contra la pared del fondo, mientras la parte baja seguía al nivel del marco donde antes estaba fijada. Yo me encontraba debajo de la puerta, inmóvil, limitándome a sonreír mientras veía a Ray y Lance del otro lado.

“Mat, por Dios… Lance, ven, ayúdame.”

Ambos halaron de la puerta y la sacaron. La dejaron a un lado y Ray entró y me alzó en sus brazos. Yo no opuse resistencia, pero me quejé en lo bajo de mi pecho por el repentino movimiento que me resultaba doloroso.

“Estás tan frío…” Ray recorría mi cuerpo con sus dedos. Lloraba. “Tan frío… Mat…”

Lance puso una mano sobre mi hombro y la retiró de inmediato. “Joder,” gruñó, “la gente estos días está seriamente desquiciada…”

El calor de Ray a mí alrededor era reconfortante, quizá demasiado. Mis ojos, que había mantenido abiertos, se empezaron a cerrar debido al placer del calor humano. “No, Mat, no, ¡mantente despierto!” gritó Ray. Solo logré entreabrir mis ojos.

“Llévatelo arriba y vístelo. Sería bueno que reúnas tus cosas. Lo más inteligente que podemos hacer es marcharnos de…”

Antes de que Lance pudiera terminar de hablar, los padres de Ray invadieron la casa armados con una tijera de jardín y un rastrillo. En sus manos de clase alta, era más que obvio que jamás habían tocado herramientas así.

Con un gesto de su mano, Lance le indicó a Ray que fuera al segundo nivel. “Yo me quedo. Tú solo… Solo apúrate lo más que puedas.”

Ray asintió inmediatamente y corrió conmigo en brazos hacia su habitación. Había papeles tirados por el piso, plataformas descartadas y una maleta a medio preparar. Alcé débilmente una mano para señalarla.

“…Querían que me fuera ahorita mismo a West Balk. Pidieron una apertura de campus pero te lo dije, ¿no? Que no me iba a detener.”

Ray me puso sobre la cama, casi de ensueño luego del infierno en el que acababa de estar por horas. Mi espalda volvió a arquearse, mis codos se sintieron más libres para moverse y mis rodillas se flexionaban, pero mis pies…

Ray me atacó con una camiseta. Luego luchó para ponerme ropa interior, unos pantalones que me quedaban ligeramente grandes y una chaqueta. Haló de la última gaveta a un lado de su closet hasta sacarla para darle vuelta y desparramar sus contenidos en el suelo. Buscó entre ellos un frasco que reconocí como ungüento cálido para lesiones musculares. Se acercó a mí con ese frasco en una mano y unas calcetas en la otra.

“Esto debería ayudar, ¿no?” dijo fingiendo calma mientras se sentaba sobre la cama y tomaba mis pies con cuidado. Se untó las manos y procedió a cubrir mis pies con el ungüento antes de ponerme las calcetas.

Una vez hecho, se puso de pie y terminó de preparar la maleta. Lo vi distraídamente mientras volaba de un lado a otro, sin meter ropa sino más bien cajas, sobres, bolsas, y otras pequeñeces que había escondidas por la habitación. Al no ser suficiente la maleta para todo, tomó una bolsa de una tienda y en ella metió el resto de artículos.

Abajo, se podían escuchar los gruñidos de Lance mientras mantenía a los padres de Ray alejados. “¡¿Qué sucede?! ¡Hay que salir de aquí cuanto antes!”

Ray no se inmutó. Tomó la maleta y la bolsa y corrió con ellos hasta el pasillo. Escuché gritos, un sonido de deslizamiento bastante extraño, y de repente los brazos de Ray me habían alzado de nuevo. Bajamos los escalones y pude ver que Lance empujaba la maleta mientras luchaba por abrirnos camino.

Corrimos por ese camino hasta salir de la casa. Ray tomó su bolso y la puso sobre mi abdomen, y yo la rodeé con mis brazos para protegerla. Él se esforzaba por halar de la maleta hasta la calle principal. Esperé por unos cuantos segundos pero al no ver el auto de Lance por ninguna parte, le dirigí una mirada interrogativa a Ray.

“Te digo luego,” suspiró, “ahora a escapar.”

 

-

 

“…Ray…”

El rostro de Ray se iluminó en una sonrisa. Era la primera palabra que había dicho luego de varias horas inconsciente. Me sentí rodeado en un abrazo firme y lo correspondí con el mismo cariño.

Una observación rápida del lugar me dejó reconocer que nos encontrábamos en casa de Lance, pero no lo veía por ninguna parte. Yo estaba en la habitación de huéspedes, y Ray se había sentado sobre la cama.

“Estás cálido de nuevo,” Ray me soltó y reparó en mi cara confundida. “Mat… ¿qué sucede? ¿Todavía te sientes mal?”

Sacudí mi cabeza. Luché con la capa ridícula de mantas y cobijas que me habían puesto encima y me senté junto a Ray. Abrí la boca para preguntar sobre Lance cuando apareció por la puerta, sosteniendo una bandeja en sus manos.

“Oh,” puso la bandeja sobre la mesa de noche. Sobre ella había sándwiches, y tomó uno, dándole una mordida. “Al fin despertaste. ¿Qué tal te sientes?”

Vi los sándwiches con bastante detenimiento. Lance y Ray rieron.

“¿Hambriento?”

“Sí, y mucho.”

“Toma uno. Tú también, Raymond.”

Comimos todos, pero sentí que ellos no me despegaban la mirada. Tragué la comida algo incómodo y me puse de pie para estirarme.

“Estoy bien. Ya no tengo nada de frío, solo un poco de fatiga muscular. Estaré mejor luego de una buena ducha.”

Ray y Lance se miraron entre ellos y se encogieron de hombros. Ray se puso de pie y ambos se acercaron.

Sus expresiones de habían tornado serias repentinamente. “¿Qué?” pregunté. Ellos suspiraron. “Miren, siento que esto haya pasado por mí culpa, pero…”

“¡No fue…!” Ray respiró hondo, “no fue tu culpa, ¿de acuerdo? También fue mía y…”

“Y mía,” interrumpió Lance. “Tenía que llevar el auto al taller temprano por la mañana y dejé el móvil dentro. Vine a darme cuenta demasiado tarde.”

Entramos en un silencio bastante incómodo. Yo no sabía cómo agradecerles lo que habían hecho por mí, y ellos parecían tener algo más que querían decirme.

Lance rompió el silencio. No me vio a los ojos y mantuvo la mirada fija en el piso. “Había ropa ahí dentro, Mat. Ropa de mujer. ¿Por qué?”

Recordé lo sucedido con aquella mujer, la madre de Ray, y sentí mi cuerpo entero tensionarse de nuevo. Mis manos se volvieron puños. No sabía cómo poner en palabras el insulto que ella me había hecho al darme esas prendas, mucho menos cuando tenía que decírselo a Lance, que estaba visiblemente al borde de un ataque de ira.

Ray posó una mano sobre el hombro de Lance. “Esa mujer quiso decir que no pertenecemos a este lugar. No podemos hacer una vida acá. Por eso, recuerda lo que te dije.”

Un poco insatisfecho, Lance asintió. “De acuerdo.”

Una vez más me sentí excluido del intercambio que acababa de suceder. Quise exigir una explicación, pero antes de que pudiera hacerlo Ray me interrumpió con una pregunta.

“¿Recuerdas los ahorros de los que habíamos hablado?”

Respondí, aún un poco molesto. “Sí. Los busqué entre mis cosas y no los encontré. ¿Por qué lo mencionas?”

“Mañana iremos por ellos. Duerme bien.”

¿Ir por ellos? ¿A mi casa… o a la que había sido mi casa? Ray empezaba a caminar hacia la puerta. Di un paso para seguirlo y hacerle estas preguntas pero Lance me detuvo y sonrió.

“Toma tu ducha. Saldremos temprano y no habrá auto, así que debes deshacerte de esa fatiga, ¿sí?”

Y se fueron. Me encontré solo en la habitación de huéspedes, todavía conmocionado por el repentino giro que habían tenido las cosas en tan pocos días. Parecía que los problemas que siempre me había imaginado empequeñecían ante lo que acabábamos de sobrevivir. Todo lo que habíamos luchado por evitar terminó por alcanzarnos y ahí, mientras me duchaba en el baño de la habitación, me di cuenta de la suerte que tenía al poder seguir al lado de la persona que tanto amaba.

Pensé todo esto durante un largo rato. Al salir de la ducha reparé en cuán tarde era y me escabullí entre las sábanas de nuevo, con una sonrisa en el rostro.

¿El amor todo lo puede? Quizá no. Quizá sería mejor decir que el amor puede dar la energía que se necesita para dar ese paso extra y superar las dificultades.

Me sumí en un sueño profundo bastante rápido. Al despertar a la mañana siguiente y tal como lo había predicho, mi cuerpo se sentía mil veces mejor. Me preparé para salir y bajé a desayunar con Ray y Lance.

“¿Hoy sí me dirán qué se traen entre manos ustedes dos?”

Ellos miraron a otra parte, sonriendo divertidos. Sonreí con ellos y salimos los tres rumbo a mi casa. Fue entonces que mi sonrisa fue suplantada por un rostro de preocupación. Me sentía ansioso, y seguramente mi conducta lo demostraba, pero los chicos no preguntaron nada. Ellos entendían perfectamente mis razones.

Estar de pie frente a esa puerta era sobrecogedor. Quise acercarme más, pero mis pies se rehusaron a moverse. Ray y Lance me dieron un momento para digerirlo todo. Luego de un par de minutos, Ray vio su reloj y se acercó.

“Dime dónde están e iré yo por ellos. Tú juraste que no regresarías a ese lugar, y estabas completamente decidido en ello.”

Lance guardó un silencio respetuoso. Yo vi la figura de Ray, firme y valiente frente a mí. Sonreí, sintiendo de nuevo que él era todo lo que necesitaba para recuperarme de cualquier golpe que me diera la vida.

“Mi escritorio. Al fondo de la gaveta hay una tabla falsa. Quítala y encontrarás una caja de naipes. Esa es.”

“Entiendo.”

Lance se dirigió a la primera puerta de hierro, tentando el cerrojo y sorprendiéndose un poco al ver que estaba abierta. Todos tomamos aire, nerviosos. Ray empezó a caminar con cuidado, produciendo la menor cantidad de ruido posible.

La puerta de madera también estaba abierta. Ray desapareció tras ella, dejándonos a Lance y a mí pendientes de cualquier cosa que pudiera suceder. Adentró todo pareció muy callado, quizá demasiado. El silencio simplemente hacía que el tiempo se sintiera aún más largo. Los cinco minutos que Ray pasó adentro fueron para nosotros como un año de espera.

Cuando emergió de nuevo, ambos dimos un paso hacia adelante inconscientemente. Ray estaba menos tenso, pero pensativo. Extendió su mano y me dio la caja con una sonrisa muy tierna.

El camino de regreso a casa de Lance fue bastante callado. Ray y Lance caminaban adelanta mientras yo me tomaba mi tiempo, sosteniendo la caja entre mis manos, incapaz de abrirla todavía, simplemente observándola y observando el paisaje. ¿Cuánto tiempo me quedaba en esa ciudad? ¿Podría regresar?

Ni siquiera habíamos pasado del recibidor de casa de Lance cuando ellos dos se abalanzaron sobre mí, pidiéndome que les enseñara cuánto tenía ahorrado. Lance simplemente quería saber si era mejor que él manejando mis gastos; Ray quería hacerse una idea de qué tan factible nos resultaría el plan del que habíamos hablado antes.

Subimos a mí habitación casi tropezándonos en los escalones. Sentados en una rueda sobre el piso, con la caja al frente, Ray parecía ser el más ansioso. Yo tenía una idea vaga de cuánto debería haber. Al fin, sin poder más, abrí la caja.

Saqué un rollo de billetes que extendí en mis manos rápidamente con la intención de contarlos. Sin embargo, luego de los billetes una pequeña tarjeta cayó al suelo.

“…Esto no estaba aquí.” Extendí la mano para tomarla. Vi a Lance, quien estaba bastante curioso. Vi a Ray, y él no reaccionaba. Probablemente ya sabía que había escrito en la tarjeta, y eso solamente sirvió para ponerme aún más ansioso.

Con manos temblorosas, la sostuve frente a mí y la leí. Empecé a llorar tan pronto reconocí la letra de Lana.

“Ahora eres tú quien debe tenerme paciencia a mí, ¿sí?

Te amo, Matthew. Cuídense mucho.

-Lana”

Lance tomó la tarjeta de mis manos. Ray se acercó y me dio un fuerte abrazo, desbordando de la felicidad. Lo rodeé con mis brazos y también sonreí. Sonreí como un estúpido. Lance dio un aplauso sonoro en el aire como gesto eufórico.

Ray me soltó. Sequé mis lágrimas con el dorso de mi mano. De repente, sentí que el dinero que tenía en mi otra mano no era el que yo había guardado. Curioso, empecé a contarlo.

Lo conté una, dos, cinco veces. Ray no entendía por qué me miraba tan sorprendido, Lance igual. No podía dejar de llorar, ni de sonreír.

“¿Sucede algo?” preguntó Lance.

“Tenía casi tres mil dólares aquí…”

Lance se puso de pie y Ray me miró a los ojos. “¿Y cuánto has contado?”

Me sequé de nuevo las lágrimas antes de contestar. “Cinco mil.”

Lance sonrió y se fue de la habitación. Ray sonrió y me abrazó de nuevo. Era un abrazo muy cálido, muy dulce. La esperanza de que por lo menos mi hermana me volviera aceptar era ya muy grande, pero no había manera de que ella sola pudiera juntar dos mil dólares, y eso podía significar algo mucho más grande, mucho más significativo…

De repente, Lance entró de nuevo a la habitación con algo en la mano. Quise analizar que era, pero antes de verlo bien mis ojos fueron cubiertos con oscuridad. Sentí que ataban una venda atrás de mi cabeza y no supe cómo reaccionar. Escuché la risa de Lance alejarse mientras Ray halaba de mi mano y me dirigía hacia abajo por los escalones.

“¿Qué es esto?”

“No puedo esperar más, Mat.”

Fui empujado contra la pared. Ray me besó intensamente, con pasión y hambre, pero algo me dijo que ese beso y esa manera en que sus manos recorrían mi espalda no eran a lo que se refería con sus palabras.

Con la venda puesta, sus caricias y besos resultaban más atrapantes. Ray era quien me sostenía, quien me dirigía, quien guiaba los besos, y parecía que lo hacía acorde a lo que mi cuerpo iba exigiendo de él.

Fuimos interrumpidos por una bocina afuera de la casa. Sentí los labios de Ray curvarse en una sonrisa sobre los míos antes de romper el beso. Por los escalones escuché un sonido de algo que era arrastrado.

“¡Dense prisa!” urgió Lance.

“¡Primero díganme qué está pasando!”

Ignorando mis reclamos, Ray haló de mí y me condujo hasta lo que se escuchaba como un auto. Fui lanzado dentro, seguido de Ray. Escuché a Lance forcejeando, sentí al auto balancearse. Una bolsa le fue entregada a Ray por la ventana. Alguien cerró la cajuela del auto.

“Los veo después, chicos. Estaré al pendiente.”

Se escuchaba como si Lance se estuviera despidiendo.

“¿Qué? Espera, Lance, no entiendo…”

“Gracias, Trafford. En serio. Nos vemos.”

Antes de que pudiera reclamar de nuevo, el auto partió. Ray me sujetó las manos por atrás de la espalda y no habló por el resto del viaje. No sabía quién rayos iba conduciendo, así que no dije nada más por pena a quedar como loco.

El viaje se me hizo largo. Para cuando el auto se detuvo, ya me había relajado tanto que incluso me sentía somnoliento. Ray era un caso distinto; tan pronto nos detuvimos abrió la puerta del auto y se bajó. Volví a escuchar el sonido de los objetos y el cerrar de la cajuela.

“Muchas gracias, buen viaje,” decía mientras me ayudaba a bajar. Una vez de pie junto a él, por fin, soltó la venda.

Vi frente a mis ojos la estación de autobuses. Al ser casi mediodía había un movimiento moderado de personas, pero yo no veía a nadie más que a Ray.

“Ray… ¿Qué estás pensando?”

Él me tomó de la mano y la puso sobre una maleta que no había visto hasta entonces. Al lado de mi mano había una bolsa de mano. Las vi, incrédulo, y luego vi su rostro sonriente.

“Nos escaparemos de este lugar, Mat.”

Había escuchado esas mismas palabras antes. En aquella dulce memoria del día en que supe que amaba a Ray, las escuché. Y el oírlas de nuevo llenó mis ojos de lágrimas de alegría. Tomé mis cosas y Ray tomó las suyas, las mismas con las que había huido de su casa el día anterior, y entramos en la estación hasta la boletería.

La gente se nos quedaba viendo como si fuéramos desquiciados. Reíamos, nos veíamos al uno al otro y estallábamos de nuevo en risas, veíamos nuestro equipaje y reíamos más. Abordamos el autobús y reímos como niños que hacían una travesura, y supongo que era por las memorias.

Ambos sabíamos qué estábamos haciendo. Ambos recordábamos ese sentimiento de lograr escapar de lo que te ata, de lo que te impide seguir, de lo que quiere detenerte en el camino que has elegido para ti mismo. Y de igual manera sabíamos que en el otro estaba la fuerza que necesitábamos para revelarnos, para decidir qué haríamos y hacerlo juntos.

De nuestra ciudad a Darin serían un par de horas o más de viaje, pero Ray y yo los disfrutamos como nunca, guardando hasta el último momento en nuestras memorias.

Nuestros caminos se habían cruzado cuando más lo habíamos necesitado. Quizá el destino sabía que para no decaer en lo que nos deparaba necesitábamos estar juntos, conocernos, entendernos, llegar a amarnos.

Comenzamos como amigos, y eventualmente nuestras vidas llegaron a estar en concordancia la una con la otra, y ahora se sentía como si la vida sin el otro simplemente no fuera posible.

Sin que nadie se diera cuenta, nos tomamos de las manos.

La carretera frente a nosotros era amplia, al igual que el camino que recorreríamos juntos a partir de ese día. 

 

 

-FIN-

Notas finales:

Una vez más, gracias por haber leído! Mucho amor y espero contar con su apoyo para mis futuros proyectos (que son muchos) :)!

~Rokyuu.


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