Los dos recuerdan. Los dos se buscan entre la oscuridad de sabanas y noches estrelladas.

En ese momento, donde la felicidad parecía culminar solo eran unos críos. Minseok rememora al chico de cabellos dorados, cara de ángel y sonrisa encantadora. LuHan recuerda al castaño como un Baozi, mejillas redondas y ojos brillantes.

Pero en el presente ni uno es como eran antes, LuHan ahora solo es sonrisas falsas y ojos tristes, viernes de películas en su departamento que aventuras por la ciudad, ahora la chispa se le ha acabado o eso es lo que él piensa, él no es especial, él es solo una alma pérdida de muchas en el planeta. Un ciervo triste cantando al anochecer.

Minseok es quizá, el que más ha cambiado; su cuerpo ya no es redondo como antes le decían burlándose de él, ya no es el niño cachetón pues sus pómulos están pegados a sus huesos, piel más pálida de lo normal y ojeras que parecen estar desde hace mucho tiempo. Un adulto con, probablemente, depresión.

Los dos viven la vida sin vivirla, ven sin ver y escuchan sin escuchar, muertos vivientes se les denomina, ni uno ha alcanzado la felicidad y es por ello que a veces piensan que ni siquiera existe. Todo es negro y gris, los colores se han apagado hace mucho tiempo, cuando un verano lleno de alegría se convirtió en una huida y corazones rotos, lágrimas a flor de piel. Memorias.

Y después de tanto tiempo se encuentran, una coincidencia no es, ellos jamás han creído en eso, el destino menos, pero aun así al solo verse recuerdos salen a la luz como película vieja, como un papel doblado que se ha guardado en su abrigo favorito, con ellos.

Sonrisas sinceras, miradas cómplices y ojos volviéndose a encontrar con el brillo. Ellos lo quieren ocultar, pero cómo esconder algo de tan inmenso tamaño y claro, como la vida jamás les ha dado algo sin cobrárselo los dos se encuentran en una difícil situación pues, Minseok no es soltero.