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Tamer. por JHS_LCFR

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Tamer.

 

 Epílogo: Can’t Kill Us.

 

Era de día, el Sol se encontraba en su punto más alto y Topacio brillaba como nunca antes: la feria había llegado, y con ella, millones de banderines de colores y puestos ambulantes con accesorios y manualidades, casi como si se tratase de un carnaval, pero sin las carrozas.

Los niños corrían por el césped y las madres conversaban, algún que otro padre se atrevía a besar en la nariz a su mujer o a llevar a trote a sus hijos, agachados y simulando la pequeñez ante lo absoluto e interminable del mundo, donde un faro de luz parecía inalcanzable y el Cielo era la promesa sólo para los más fuertes y capaces.

En el medio de la plazoleta principal, un joven jugaba con esferas de acrílico brillosas.

Los aplausos estallaban y los niños vitoreando seguían y seguían, nadie se cansaba del joven y éste tampoco se agotaba de su público: sus dedos largos y delgados jugaban a pasar la esfera por sus antebrazos y luego bordear su codo antes de girar la muñeca y los pies para volver a atraparla, haciéndola saltar hasta el hombro para después bajar por su pecho y aterrizar en su rodilla, bordeando después el puente de los nudillos para volver mediante movimientos audaces a la palma.

Sí, Luhan jugaba y se retorcía y parecía que la bola flotaba.

Y a todos le encantaba, pero sobre todo, Luhan sabía que capturaba la total y completa atención de él.

Él, el muchacho de corte tazón y cabellos castaños oscuros, mirada fija a través del flequillo perfecto y labios tenuemente separados ante el asombro. Él, que había corrido a verlo todos los días que duraba la feria en la plazoleta. Él, que llegaba temprano en la mañana, se compraba una bolsa de madera repleta de pan y se sentaba primero en los bancos, lejos; luego, detrás suyo, cuando empezaba a llegar la gente. Después, frente a sus ojos, dejándose ver, pensándose perfectamente oculto entre la multitud.

Mirándole fijo, Luhan dejó que sus ojos pasearan por su rostro y su cuerpo: a pesar de que había estado toda la semana viviendo de pan, el joven era alto, delgado y larguirucho. Su mandíbula era filosa y su mentón le daba presencia a su mirada adormecida, aunque quizás el chico no durmiese bien, debido al picor constante en sus ojos rojizos (el chico no dejaba de frotarse los ojos). Bajando a su pecho, lo notó recto y plano y amplio, no había pliegues de su pulóver hasta la cadera, donde la tela se abultaba para dejar ver pantalones de mezclilla, como de campo, destrozados y reñidos, como si viviese atrapando chanchos a la carrera, decapitando gallinas.

Quizás trabaja en el campo, se dijo, serio y con los rizos cayendo sobre su frente, volándose hasta su pómulo. Quizás esa es la razón por su dieta estricta y su pinta de cansancio, resolvió, jugando y girando y tirando la bola al cielo, atrapándola entre las rodillas entonces para jugar a rebotarla contra su cadera y doblándose para que acariciase su cintura con piel descubierta por entre las remeras de hilo blanco, inmaculado.

En cuanto notó los ojos fijos del muchacho sobre su cuerpo expuesto, Luhan dio un respingo y se sonrojó: la bola de acrílico cayó al piso y los cantitos cesaron, reemplazados por risas y algún que otro aplauso de lástima. Había durado cerca de veinticinco minutos, pero aún así no era suficiente: agradeciendo los aplausos y las monedas que caían dentro de su morral abierto y echado en el suelo, sonrió con pena y le dio un par de piruetas centelleantes más a unos niñajos que aún no querían irse.

Un carraspeo a su izquierda le recordó que había alguien que parecía acecharle, y sonriente, se irguió.

-Sí—le dijo, sorprendentemente contento—, lo siento, me equivoqué de pronto y lo arruinaré—apretando la esfera con sus diez dedos, observó su reflejo, relajado—, seguiré practicando y volveré con trucos nuevos, ¿Quieres?—pero el extraño no respondió, al menos no hasta que Luhan le arqueó una ceja, confundido.

-¡Ah, sí! Sí, sí—asintió, efusivo: en su voz se notaba que se trataba de apenas un adolescente, un niño con cuerpo de grande; aún así, Luhan se encontró completamente enternecido—. Igual, he estado viendo lo que haces…y eres bueno, es decir…no es como si saliera todas las mañanas a espiarte—soltó, colorado cual tomate y rascándose la nuca, buscándose entre las uñas algún rastro de mugre.

Luhan extendió la esfera y la tendió a las palmas abiertas del desconocido: llamando su atención, los pares de ojos se encontraron. Y un chispazo saltó de pronto, reinando entre ellos el silencio.

Esos ojos…esa voz…

Luhan sacudió la cabeza, agitado: un fuerte palpitar en su frente pujó por querer comunicarle algo, pero la fuerza del Sol y el rojo en las orejas del chico se lo impidieron.

-¿Cómo te llamas, chico?—preguntó, confianzudo y entrelazando los dedos en la excusa de querer recuperar su juguete—, podría enseñarte un par de trucos—y con el rostro iluminado, Luhan notó la sonrisa más sincera que jamás había visto, mientras los dientes de leones característicos de Topacio se levantaban y danzaban con el viento.

El muchacho contestó:

-Sé que te llamas Luhan. Yo me llamo Sehun.

 

 

* * *

 

Jongin corría por el bosque como jamás lo hubiese imaginado: estaba descalzo y con el entero de mezclilla descolgado de un lado, el colgante golpeando en sus muslos a cada salto, a cada raíz que evitaba mientras reía y zigzagueaba entre las ramillas de los arbustos, eufórico e impedernido en su misión.

Su Hyung Taemin le había robado los zapatos, queriendo hacerse el payaso. También le había dicho que, si era lo suficientemente rápido, no sólo los recuperaría, sino que además encontraría otro regalo, uno especial.

Taemin había contraído una fuerte fiebre la pasada semana, y gracias a Dios y a los rezos de las dos familias, la de Taemin y la de Jongin, el muchacho había logrado amanecer sano y poder salir de pie al césped del exterior, robando pertenencias y carcajeando mientras se escondía.

-¡Atrápame!—le gritaban desde acá, desde allí, adiestra y siniestra—. Debes adelantar a lo que voy a hacer. Si tú vas por ahí, ¿Qué crees que haré?—le decía la voz en eco, a medida que Jongin avanzaba lentamente y atento al cielo, al suelo y a sus costados: su sonrisa no se borraba, pero sus dientes hincados en sus labios estaban empezando a volverse señal de la frustración y el cansancio.

-No sé—rió—, no puedo teletransportarme—sonrió, saltando un par de veces más para no tropezarse y aterrizando sobre un claro de tierra removida, grietas abiertas en señal de terreno reseco—¿Hyung?—preguntó, sorprendido.

Y allí lo encontró.

Alguien había respondido a su llamado, pero no era parecido ni en lo más mínimo a su querido Hyung.

-P…perdón—tartamudeó el extraño, empequeñecido en un ovillo, plantas de los pies pegadas a la tierra—¿Me estabas hablando?—dijo, y se señaló. Jongin negó avergonzado en respuesta: el joven era demasiado pequeño físicamente, y parecía estar asustado o incómodo por la presencia de alguien interrumpiendo quizás su momentos a solas.

Entonces vio que abrazaba los zapatos con esmero, los ojos grandes y redondos saltando a través de los mechones negros y oscuros, revueltos en la base y bordeando los pómulos redondos que terminaban en una cara pequeña con boca pomposa.

-No…esos zapatos no son tuyos—fue todo lo que le dijo, sonrosado y señalando sus pertenencias: el morocho miró su pecho, el calzado siendo apretujado entre sus dedos, y rió—¿Qué? Te lo digo en serio, ¿No te molestaría dármelos? Mi amigo me los robó—se apresuró, levantando un pie—¿Ves? Es en serio, ¡Estoy descalzo!—pero el chico reía y reía y seguía riendo—¿Es…estás bien?—gateando y sentándose a su costado, tanteó la situación y esperó a que el sujeto soltara lo que era suyo: si era lo suficientemente rápido, podría recuperar sus zapatos y correr de vuelta a su barrio. Allí retaría a su Hyung por hacer semejantes estupideces, y después lo perdonaría sólo si le invitaba a su casa a cenar pescado asado.

 Entre los focos de luces que se filtraban por las copas de los árboles, el jovencito sonrió ampliamente y dejó que sus ojos se empequeñecieran: Jongin sintió que caía más allá del suelo, atravesando poco a poco las diferentes capas de la tierra. El otro, abrazando las cosas con fuerza, ladeó la cabeza y observó a Jongin durante un buen rato: memorizó mentalmente la disposición de sus facciones, de sus cabellos y el color moreno de su piel, las brillantes pestañeas bordeándole los profundos ojos.

-¿Tú eres mi regalo especial?—preguntó, contento y tentado, con los hombros sacudiéndose por la risa—. Me crucé a un muchacho de pelo caramelo—explicó, enternecido—: me dijo que si atesoraba los zapatos, pronto aparecería su dueño. ¿Eres tú mi regalo especial? Porque dijo que eras lo que estaba buscando.

Jongin parpadeó, atónito: acercándose al pequeño, se lamió los labios y pidió con un tirón de dedos sus cosas. Una vez que las suelas descansaron en el piso y los cordones se mezclaron con la tierra removida, su corazón dio un salto y no pudo evitar taparse la nariz colorada, parpadeando como una jovencita entorpecida en la mañana.

-¿Se puede saber qué está pasando?—tartamudeó.

Y luego de un corto silencio, Jongin y Kyungsoo rieron, cruzando las piernas de la misma forma y enfrentándose directamente, mientras tocaban sutilmente las rodillas del otro.

 

 

* * *

 

Decir que Jade le encantaba era quedarse corto. Extremadamente cortísimo: podía sentir el curso del agua acariciar su cuerpo; y si bien no había nada más hermoso que sumergirse en el líquido y tentar el aguante de su cuerpo a través de la ausente respiración, la caída de las gotas sobre sus poros le revitalizaba, le daba más vida que cualquier otra cosa.

Junmyun tenía que admitir que era extraño.

Le encantaba bañarse desnudo en el lago y esconderse en la cueva que se encontraba bajo la cascada, ignorando el tamaño de los caracoles o arañas que cruzaban cada tanto las superficies rocosas; le gustaba secarse al Sol y respirar el aire de los frutos y las flores de los árboles y los arbustos, estirando exageradamente el cuello o dejando caer su cabeza hacia atrás, encantado, hechizado por el sonido.

Aquella mañana no sería diferente, al menos no mientras se acariciaba los antebrazos con la mano húmeda y sumergía cada tanto la cabeza bajo el agua, cerrando los ojos y levantando las rodillas para girar y dormirse y flotar.

Cuando salió para respirar, dio una fuerte bocanada y sonrió, entregado a la máxima expresión de placer que podía encontrar dentro de su pobre y poco acalorada rutina: después de todo, el muchacho que traía agua del lago y del río para abastecer a los grandes mercados del pueblo no tenía mucho para hacer, ¿O sí? Claro que no, solamente tenía que llenar cuatro o seis asquerosos baldes y cargar con ellos a cada extremo de un pesado palo clavado sobre la línea de sus hombros. Una vez que lo hiciese (o antes de empezarlo, siquiera), podía tomarse un descanso y un buen baño.

Y de la nada la vocecita molesta de Tao lo sacó de su ensueño, como un disparo resonando violentamente contra cualquiera barrera del sonido.

-¡Junmyun, me han mandado a ayudarte!—canturreó, chapoteando a medida que se bajaba por la ladera de la colina y se tiraba de cabeza al agua. El nombrado abrió los ojos, molesto, y rodó los ojos antes de darla la espalda y estirar los brazos para empezar a nadar en la dirección contraria.

-Tao, te dije que no me siguieras—le ordenó—, y no me mientas. ¡Nadie nunca te manda para que me brindes ayuda!—increíble, pensaba: como si tuviese cinco años. Junmyun no era tan fácil de engañar.

-Pero, pero esos baldes deben pesar demasiado como para que los cargues tú solo. Y además son como cinco viajes de ida y de vuelta hasta que termines de abastecer las grandes fuentes del pueblo—siguió Tao, de cuerpo esbelto y torneado, finamente trabajado y musculoso—. Ya has escuchado a tu madre: hasta que arreglen las tuberías, alguien tiene que buscar el agua y ese eres tú. Pero inclusive tú necesitas un acompañante.

-Tao…

-Piénsalo: soy más fuerte que tú y si vamos de a dos…

-…Tao…

-No te preocupes, no pienso cobrarte nada, ni siquiera intereses—seguía.

-¡¡Tao!!—bramó, salpicando el agua a su alrededor fuera de él y girando sobre su eje, ofuscado. El morocho y mucho más alto pareció detenerse del susto y con las palmas en alto. Junmyun suspiró y se acercó, el agua bordeándoles el pecho—. Ambos sabemos por qué estás aquí—murmuró, tanteando terreno a medida que sus dedos hacían lo mismo con la piel oculta debajo del oscuro líquido que reflejaba lo profundo del fondo, lo inalcanzablemente presente.

-Bueno—tartamudeó el otro, mirando hacia los costados mientras se mordía el labio en algo coherente que pudiera hacer: sintiendo las manos de Junmyun bordeando sus costados y atrayendo sus vientres, el pulso se le aceleró. Todo se fue al traste—, sí, digamos que sí—sonrió, delatándose y dejándose atraer.

-Bien—sonrió Junmyun también, y robándole un beso, sintió un pinchazo extraño en la nuca, algo que siempre parecía suceder cada vez que le besaba—. Ahora, recuerda: no deben vernos aquí haciendo cosas extrañas…así que, o me prometes callarte en serio esta vez…o nos vamos a la cueva y nos escondemos allí—continuó, besándolo despacio.

-Vayamos a la cueva—respondió Tao, entretenido, y Junmyun le mordió el labio con fuerza, haciéndoselo sangrar—¡Ah, Jun…!

-Tendrás que taparte la boca allí dentro, Tao-yah—farfulló, coquetamente—, el eco en la cueva es bastante fuerte… ¿O quieres que te amordace con mi camisa, como la última vez?

 

 

* * *

 

-¡Yifan!—llamó, preocupado, a pesar de que sabía en el fondo de que estaba por allí, escalando, tirándose de rama en rama, como si fuese un mono, porque el tonto se creía que podía volar…o transportarse a través del aire, alguna tontería así—¡Yifan, por favor, baja!

-¡Ya va!—escuchó desde algún lugar, proveniente de arriba: estirando el cuello y buscando entre las ramas frondosas, Yixing divisó una enorme figura masculina y equilibrada, descansando la espalda contra el tronco mientras se mordía la uña del dedo pulgar, ojos fijos en el atardecer. Aprovechó para trepar y no perderse la escena—¿No es hermoso, Xing?—escuchó mientras subía, su nivel de escalada muchísimo más pobre que el del rubio que lo esperaba en la punta, en la cima—. Míralo, mira ese Sol: todos los días, lo mismo. Tanto a la mañana, como cuando está a punto de anochecer…y aún así, nadie aprecia al Sol lo suficiente. Nadie aprecia este espectáculo lo suficiente.

-Quizás es porque es algo tan común que sabremos que estará allí siempre—quiso responder, bordeando el tronco abrazado como un koala y haciéndose un espacio entre el borde de la rama sobre la cual su compañero se paraba. Dejándose abrazar, posó la mano izquierda en el pecho y ladeó la cabeza; el perfume de Yifan era perfecto, esa mezcla de eucalipto con veneno que siempre le incitaban a más—. Recuerda que tenemos que trabajar en el taller dentro de unos minutos. Nos regañarán si llegamos de tarde otra vez.

-Tallar madera no es para mí—refunfuñó el otro, acercándolo por la cadera con posesión, clavando las uñas para sentir deliciosamente la carne—. Tú deberías estudiar medicina con los viejos, ya sabes, cumplir el sueño de tu padre…no deberías terminar como él, tallando feos y austeros muebles—Yixing carcajeó para luego golpearle suavemente, la risilla de Yifan fue tenue pero sincera y agradable—¿Qué? ¡En serio! Yo hago cosas más lindas que él.

-Cállate, imbécil…andas trepándote a los árboles como un imbécil—le retrucó, entretenido mientras el Sol se ocultaba—, dices que sueñas con dragones…definitivamente no estás bien.

Con el manto ya azul oscuro y violáceo, los jóvenes bajaron: a medida que caminaba y Yixing caía contra las raíces, Yifan lo abrazaba y lo retenía contra su estómago y su rostro regañándole para que tuviese más cuidado.

Aquella noche se cumplían cinco años de haberse conocido.

Y aún así, ninguno de los dos se animaba a dar el próximo paso.

-Yixing—le llamó entonces el alto, el rubio, tragando saliva con dificultad y jugando con sus dedos, a medida que el más pequeño se aferraba a su pulóver con las dos manos y seguía el rastro que dejaba, libre de raíces y ramas sueltas, traicioneras—¿Te quedarás toda la noche despierto trabajando?

-Posiblemente—contestó el otro, perdido—¿Por qué?

-¿Te gustaría…no sé—tartamudeó, incómodo, pero determinado a avanzar y a hablar de lo deseaba que hubiese ocurrido hacía ya mucho, muchísimo tiempo—, ver el amanecer conmigo? Dicen que es bastante romántico… ¡Quise decir, que es bastante lindo!

Sonrosado y sonriente, Yixing dejó de caminar y esperó a que el más alto notara su ausencia: contemplando cómo su imperial espalda se giraba para que los ojos oscuros lo buscasen, se encogió de hombros y los hoyuelos de sus mejillas salieron a la luz, con la emoción picando en sus pupilas.

-Es hermoso, sí…debe serlo. Vayámoslo a ver.

 

 

* * *

 

-¡Ah!

-¡¡Chanyeol!! ¿¡Qué te pasó!?¿Qué ha pasado?

-Nada, nada…me quemé de nuevo con el fuego.

-Dios, ¡Serás tonto! ¿Cuántas veces te dije que debes tener cuidado? Es un horno de cerámica, no una hornallita cualquiera.

-…Lo siento.

-Deja, ya traigo la crema—resolvió el mayor, claramente más petiso y refunfuñando por la torpeza de su alumno y compañero—, mójate con agua, no sea cosa que te salgan ampollas—y corriendo a través del galpón y atravesando el jardín trasero para entrar por un recoveco a la casa, Baekhyun se perdió en el interior mientras Chanyeol esperaba a través de las paredes de vidrio, con las persianas altas y dejando que los faros del jardín alumbraran todo a su alrededor, incluso apenitas el horno con las piezas listas y el fuego extinto, a pesar de que el calor palpitaba y las ondas de calor zigzagueaban para pegarle en la cara, de lleno—¡Volví!—bramó, avanzando al trote y cargando con una pequeña caja tallada y medio suelta de bisagras. De vuelta al costado de Chanyeol, tiró de su mano hacia el patio y lo sentó contra el faro, revisando sus dedos y dando órdenes acerca del tratamiento correspondiente—, dame la que tiene la funda azulada, con cinta negra. La bolsa blanca y con cinta negra también puede servir, pero si no hay ninguna de las dos, la de funda negra con moño verde también puede ser.

Chanyeol permaneció inmóvil y con los ojos como platos, los dedos estirados hacia la tapa de la cajita vieja. Los datos escapaban de sus oídos y se desgranaban en su cabeza: para cuando Baekhyun le repitió las indicaciones tres veces, simplemente se mordió el labio y se encogió de hombros, ganándose un socarrón para luego reírse en disculpas.

-Diablos, sabía que eras despistado, pero no sabía que también eras daltónico.

-¡Yah, si andas gritándome todo a la velocidad de la luz, claramente no te puedo entender!

-No me faltes el respeto, feo.

-Lo hago si quiero. Enano.

-Yoda.

-Campanita.

-¿Campanita?

-Sí, porque el esmalte amarillo siempre se te resbala, y parece el polvo mágico que necesitas para que los demás crean en ti y puedas usar tus alas—sonrió, ganándose tres golpes más, hasta que Chanyeol fue lo suficientemente audaz como para tirarse hacia atrás y verse invadido por el torso de Baekhyun.

Aprovechó así para tomarle de las muñecas y juntarlo más a su cuerpo.

-Ch..Chanyeol, vamos—sonrió el otro—, suéltame, no empieces otra vez.

-¿Qué?—carcajeó, coqueto—¡No estoy haciendo nada!

-No mientas, mi madre nos puede ver y nos va a regañar.

-La luz del faro es fuerte, puede cegarle si no sabe taparse los ojos adecuadamente.

-¡No digas tonterías, ya cansa!

-…Sé que te gusto de todas formas—canturreó el alto, balanceando la cabeza y guiñándole rápidamente un ojo: Baekhyun se sonrojó—¿Ves? No importa lo que haga, sé que te gustaré igual.

-…No me gustan los chicos con manos quemadas—se defendió el mayor, como pudo.

-Como verás, tengo a un Hyung que me cuida y me protege de las quemaduras…así que no hay cicatrices que puedan desagradarte.

-Eso…eso no tiene nada que ver. Si te ayudo, es porque tu torpeza me genera lástima—pero ante su patética excusa, Chanyeol acarició con la punta de los dedos su pómulo, y luego cayó a los muslos, subiendo despacio para perderse entre las piernas, tomándolo por sorpresa—¡Chanyeol! ¿Q…qué crees que haces?—pero Chanyeol siguió acariciándole desvergonzadamente, lento y pausado y tranquilo, amoldando los dedos a las curvaturas eminentes que se presenciaban, y suspirando a boca entreabierta, sonrió con pereza y se acomodó mejor, de forma que Baekhyun también pudiera percibirle.

-Hyung—le gruñó contra la oreja, voz grave, gruesa y ronca en súplica—, ¿Te he dicho lo mucho, mucho que me gustas, sonrojado por la incomodidad…y a la Luz de cualquiera faro o de la Luna?

 

 

* * *

 

La brisa tenue de la mañana se colaba por las ventanas abiertas. Mientras los alumnos se acomodaban y se sentaban, la clase daba comienzo con un sutil aplauso para marcar la ceremonia en la cual todos se pusieron nuevamente de pie.

Reverencia corta, saludo formal y de vuelta a la silla. Así era todos los días, y para Minseok aquello no era verdaderamente una molestia: de hecho, sentía nostalgia; mientras miraba por la ventana y hacia afuera, el puño izquierda se hundía en su mejilla y sus ojos se adormecían. Pronto egresaría y la facultad sería otra cosa. Tendría que estudiar filosofía, sociología y otras molestas logías más. Tendría que redactar escritos y presentar trabajos superpuestos, sin tiempo de descanso, con muchos conocidos y pocos amigos acordes a su ritmo de trabajo.

…Tendría que trabajar para acompañar los gastos con los cuales cargaría su madre, y tendría que lidiar con el síndrome del nido vacío cuando ella llorase su despedida sin un padre que pudiera abrazarlo fuertemente y golpearle en la espalda a modo de cariño, privado de algún rol masculino que ayudase a determinar una fase importante de crecimiento en su vida: la del camino a seguir, la del futuro forjado a imagen y semejanza para luego derribarlo con la adolescencia y el furor de sus hormonas.

…No, lamentablemente Minseok no tenía tiempo ya para eso y el momento había desaparecido. Puchereando, abrió el libro que sabía que tratarían en la clase y se desperezó, completamente ajeno de todo y de todos mientras sus pupilas seguían la danza de las hojas cayendo y bajando juguetonamente por la vista de la ventana, perdiéndose en el piso y luego elevándose de vuelta, girando y retorciéndose hacia el más allá.

Mientras el profesor leía en voz alta y explicaba, los coros de algunas compañeras retratando a los diferentes personajes le molestó, pero aquello no interfirió en su estudio preciso y meticuloso y concreto sobre la cantidad de hormigas que desfilaban por fuera del marco de la ventana, cargando con migas de pan y retazos de lechuga, junto con demás granos de cosas y sustancias extrañas.

Antes de que empezara el trabajo práctico correspondiente a la obra literaria respectiva, notó un movimiento en la entrada del colegio y a la altura de la vereda; tuvo que entornar sus ojos para captar mejor las formas y poder delimitar una serie de cuerpos y saludos incómodos extraños: a pesar de la pequeñez, sabía a la legua que se trataba de un alumno nuevo. Y cuando éste agradeció y cargó con la mochila por el camino apedreado que dirigía a la entrada imperial del edificio de tres plantas, Minseok torció la boca y se permitió re-ojear y re-observar: la altura, la delgadez, la oscuridad en su mirada, en su rostro y en su pecho.

Tanto el chico como él estaban en la planta baja, y en cuanto el extraño se detuvo para mirarlo fijo, Minseok abrió los ojos y dejó caer el lápiz, sintiendo la inhóspita e irremediable amargura picar en su lengua. Como la transpiración en su nuca y en frente. Como la falta de aire que comenzó a transformarse en un nudo que le raspaba en la garganta y hasta le tapaba la nariz.

…Lo presentía. Y el otro chico, al parecer, también.

Tenía los ojos filosos y labios delgados con comisuras marcadas ascendentemente, piel blanquecina y pómulos marcados y sobresalientes.

En sus ojos faltaba la presencia de las ganas de impulsarse a buscar algo. A esos ojos le faltaba luz.

…Aún así, la conexión duró segundos que parecieron eternos.

Y entonces Minseok, sin dejar de mirar, levantó la mano y pidió permiso para salir.

…El muchacho de afuera se apresuró por entrar, encontrándose ambos a los extremos de un pasillo, acercándose al trote.

 

 

Notas finales:

Nuevo one-shot: Smoke.

l.o.v.e (life's only valuable emotion), resubido.


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