Tamborileaba sus dedos índice y corazón sobre el asiento, mirando por la ventana con la cabeza recargada en su mano derecha. Seguía el camino de grava con sus ojos, sintiendo una ligera sensación de mareo que sólo aumentaba sus nauseas nerviosas.
Hacia ya una hora que había dejado atrás la ciudad para introducirse de lleno en la espesura de un bosque no tan verde como le gustaría. Parecía todo sacado de una película de horror, y la verdad era que tenía los pelos de punta, ya esperaba cualquier cosa, incluso fantasmas a mitad del camino.
Una semana antes, la discusión con su madre sólo había hecho no otra cosa que acrecentar los deseos de ésta para que él, su hijo, fuera de una buena y “maldita” vez a un colegio especializado. La palabra venía con comillas, le quedaba corta al lugar donde se dirigía; raro y famoso le quedaban más como anillo al dedo. Sobre todo, ni siquiera era un “colegio”, sino una academia. La gente, ni su madre, parecía conocer la diferencia entra ambas.
Cerró los ojos, a todo color y volumen las últimas palabras de la mujer sobre el tema, una vez que se había hartado de todas las excusas que le daba él.
«— ¡Irás y no discutirémos más el asunto!— Lo había amenazado con un cucharón, pues en aquéllos momentos se hallaban en la cocina. —Necesitas aprender a controlar esos impulsos... Hacerlo solo te llevaría una vida y no me apatece enterarme de las cosas que terminarías haciendo. Así que ve empacando todo de una vez, no importa que aún falten días para que te vayas, no quiero tampoco nada de última hora. ¿Entendido?»
Suspiró y pestañeó antes de abrir los ojos por completo para regresar la vista hacia afuera, ahora al cielo grisáceo como un día de tormenta. Esperaba que no lo fuera, así todo se haría más tenebroso de lo que era de por sí.
— ¿Sigues vivo ahí atrás?
La voz del taxista le llegó como si se hallara debajo del agua. Entonces se dio cuenta de que en la hora y media, o más, que había transcurrido de camino nunca medió palabra alguna. Aunque tampoco era necesario hacerlo, se sentió un poco avergonzado por eso.
Se encogió de hombros, susurrando un «sí» entre dientes, dejando así de sentir la inquietante mirada del conductor por el espejo retrovisor.
Dejó sus pensamientos y recuerdos tranquilos, enfocándose en la realidad que lo envolvía: primer día de clases. O tal vez “primer día” a secas. Una noche antes de marcharse, se tomó el tiempo de investigar un poco sobre cómo eran las cosas en la academia. Lo peor había sido que en ningún momento pudo despegar la vista de la pantalla del ordenador; la historias que se contaban del lugar eran simplemente emocionantes, tanto que al despertar se percató de que había caído dormido sentado con su cabeza pegada al escritorio. El dolor en su cuello y hombros llegó de nuevo, tal vez no debió haber pensando en ello. El primer día constituía básicamente en un tour por todas las instalaciones, que no eran pocas, para los “novatos”.
En un parpadeo el edificio principal ya estaba formándose ante sus ojos. Una construcción enorme de color hueso pálido, llegando a blanco, con pilares externos de color dorado y escaleras grandes de una manera exagerada que daban a la puerta principal más grande que había visto.
Tragó saliva, tratando de también tragarse sus nervios.
A cada segundo el edificio adquiría mayor tamaño, así como un carácter imponente ante cualquier persona; de verdad que era intimidante.
En menos de lo que creyó, el auto paró su marcha, el motor dejó de perforarle los oídos y la puerta del conductor se abrió y cerró, para después hacer el mismo procedimiento con la cajuela.
Igualmente, salió del taxi aún con la mirada perdida en cada centímetro de la fachada. Ni siquiera se percató de que el hombre, algo pequeño de estatura para su edad, esperaba a su lado de brazos cruzados por el dinero hasta que éste carraspeó.
—Perdón —susurró, buscando en sus bolsillos del pantalón el dinero que su madre le había proporcionado para estos gastos.
Una vez que lo encontró, se lo tendió al hombre. Cuando éste segundo le iba a regresar el cambio, negó con la cabeza, indicando que se quedara con todo.
El conductor sonrió, deseándole un feliz día y se marchó a toda velocidad del lugar en el taxi.
A tientas, buscó el mango de la maleta, para apretarlo con fuerza, notando que el dolor en su hombro derecho era mayor. También estaba temblando, ¿serían los nervios?
Echó otro suspiro al aire, se ajustó la ligera mochila que traía en el otro hombro e inclinó hacia delante la maleta para ponerse en marcha de una vez. Ver las escaleras le daba un dolor de piernas terrible, y se preguntó qué pretendían con tantos escalones. Pero un toque algo brusco en su hombro adolorido lo hizo dar un respingo y voltear con aire de pocos amigos hacia atrás en busca de la persona causante del dolor.