El rubio miraba desde el otro lado de la mesa como el castaño, mientras observaba por la ventana hacia el cielo, comía unas cuantas fresas. No sabía de dónde las sacó ni muchos menos si ya estaban en el refrigerador, por qué ni cuenta se dió.
Le gustaba ver al castaño, ya fuera en cualquier lugar o en cualquier situación; simplemente le encantaba. Y eso, según Nya, la hermana nada parecida a Kai, era algo llamado "amor". Aunque también lo había denominado "acoso". El rubio se había encogido de hombros, pero su corazón latía a mil por pensar que en verdad estaba enamorado del mayor.
Dejó su cabeza sobre la mesa, cerrando los ojos y echando un suspiro. Kai lo miró, llevaba una fresa en la boca, parecía estar saboreandola, como sacándole el jugo, como también hacía con las naranjas o madarinas. "Costumbre", dijo una vez.
—¿Pasa algo, Lloyd?— preguntó, una vez que se comío la fruta entera, inclinado hacia adelante, hacia Lloyd, que acto seguido, se estremecio. Lo sentía condenadamente cerca, aunque aún varios centímetros los separaban.
—No... No es nada— respondió, aun con la cabeza en la mesa.
—¿No quieres una fresa?— dijo, comiéndose otra nuevamente. Parecían las fresas infinitas. Nunca se acababan. ¿Desde hace cuánto Kai había estado comiéndolas y Lloyd viendolo? ¿20 minutos? Tal vez hasta más, y el mayor no decía nada o hacía ademanes de parar en lo absoluto.
Lloyd se removió, ahora tenía la barbilla encima de la mesa, viendo a Kai con una expresión en el rostro indefinida.
—¿Entonces, quieres o no?— volvió a preguntar—. Tarde o temprano se acabarán.
"Ya quisiera yo", estuvó a punto de decir. Pero no lo hizo, no quería cagarla y tampoco hacer enojar al castaño. Y no dudaba que éste le había antojado hace mucho tiempo una que otra fresa, aunque no fuera amante de la fruta. En su mente sólo estaba la palabra "carne" si de comida se trataba. ¿Verduras? Las odiaba. ¿Dulces? Paraíso hermoso sin fin. A la mierda la diabetes, ¿de algo se va a morir uno, no?
Asintió, aceptando la fresa.
Kai sonrió y de metió una fresa a la boca, para después, sin que el chico rubio se lo esperara ni en sus ero-sueños, besarlo. Abrió los ojos enormemente, encontrándose con los del contrario totalmente cerrados. Sentía la fresa, su sabor y la lengua de Kai con la suya. Pronto se dejó llevar y empezaron a juguetear con la pequeña fruta dentro de sus bocas hasta que el castaño, exhausto, rompió el beso. Lloyd, que tenía dentro de su boca la fresa, la mordió y se la comió, relamiéndose los labios.
—¿Te gustó?— Kai también se relamía los labios mientras pasaba su dedo índice por las comisuras. El rubio sonrió.
—Sí, bastante.
—¿Cuál es tu fruta favorita?— preguntó, coqueto, chupando una fresa un poco grande. La sonrisa de Lloyd se ensanchó, pero no supó si por la pregunta o por la acción que Kai hacía con muy notable doble sentido.
—A partir de hoy, la fresa.